En España cualquier efeméride política sirve para preguntarnos quién lo estropeó todo, y el 11M nos ha venido muy bien para volver a hacerlo. Vargas Llosa nos brindó en su relato Conversación en La Catedral (1969) la pregunta que mejor nos define, "¿cuándo se jodió el Perú?".

Asumirla significa que todos pensamos que hubo un momento en que España no estuvo jodida, y que ahora sí que lo está, y mucho.

Yo, sin embargo, creo que El Dorado constitucional no existió y que por eso aprovechamos cualquier ocasión para joder el Perú.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Senado el 18 de enero de 2024.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Senado el 18 de enero de 2024. Europa Press

Da igual el momento al que nos remontemos. El siglo XIX está plagado de Constituciones.

La Constitución de 1808, la de Bayona, que no estuvo en vigor.

La de 1812, la venerable.

El Estatuto de 1834, destrozado a los dos años en La Granja.

La Constitución de 1837.

La de 1845.

La de 1856, que no llegó a promulgarse a causa de un levantamiento militar.

El Real Decreto que restableció la de 1845.

La reforma de 1857.

La ley derogando la reforma de 1857.

La Constitución de 1869.

La de 1876.

¿Hace falta que siga o es evidente que, en España, si podemos joder el Perú, lo jodemos?

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Debería chocarnos mucho que en ese país vecino que no es ni Francia ni Marruecos, al que no prestamos ninguna atención, pero del que tenemos mucho que aprender, el líder del partido que ha perdido haya ofrecido su apoyo al ganador de las elecciones para que no gobierne con la extrema derecha.

Visto desde aquí, el sentido de Estado de los portugueses es algo impensable. El presidente dimitió por un posible caso de corrupción, el electorado le ha castigado por ello, el candidato de derechas se comprometió a no pactar con Chega! ("¡Basta!" en español) y el socialista a apoyarle para que eso no sucediese.

Y, además, parece verosímil que vayan a cumplir sus promesas electorales. No lo creeríamos si no estuviese pasando aquí al lado.

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En España llegamos a soñar que el bipartidismo de 1978 nos daría la estabilidad formal que nuestra cultura democrática no terminaba de asegurar. Pero las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 acabaron con el sueño. El PP y el PSOE perdieron 5,4 millones de votos, mientras que las dos nuevas alternativas, Podemos y Ciudadanos, obtuvieron más de ocho. ç

¡Se volvió a joder el Perú! ¿Y ahora qué? ¿Quién iba a saber manejarse en esa nueva situación en la que ya no sólo había que derrotar al adversario, sino valorar el riesgo de asociarse con uno de los extremos, o permitir que alguno de ellos llegase al poder? 

La pregunta era nueva porque se presentaba en forma de dilema. ¿Susto o muerte? ¿El poder o el extremismo?

Y todos eligieron el poder, y todos lo vimos evidente, y seguimos como si no tuviese mayor importancia. De la noche a la mañana, los españolitos nos convertimos a la realpolitik sin despeinarnos. 

En 2016, se impuso el 'no es no' de Sánchez a la propuesta de Mariano Rajoy de una gran coalición. 

Del abrazo de Pedro Sánchez y Albert Rivera en 2016 se pasó a la negativa del líder de Ciudadanos de pactar en abril de 2019 para formar gobierno con el PSOE. La repetición de elecciones castigó a Ciudadanos y colocó a Vox como alternativa.

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Triunfaba el encastillamiento porque las cúpulas nacionales estaban convencidas de que aislar al principal adversario con su lado más extremo era suficiente para mantenerse en el poder. Al PP de Rajoy y Soraya le fue bien con Podemos, y a Sánchez le está funcionando con Vox.

No obstante, no todas las voces fueron en esa dirección, y las hubo que sonaron muy parecidas a las que ahora nos llegan de Portugal. Permítanme que cite a dos de las más folclóricas, porque es garantía de que había muchas más.

El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, ante los medios.

El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, ante los medios. Europa Press

La primera es de Óscar Puente. En febrero de 2022, cuando todavía era alcalde de Valladolid, propuso que su partido se abstuviese para que Mañueco no tuviese que formar gobierno con Vox. Dijo que los socialistas debían hacerlo por coherencia: el PSOE "no puede hacer un discurso sobre la peligrosidad" de la formación de Abascal y después permitir que entren en el Gobierno. 

La Ejecutiva Federal lo rechazó porque no se podía formar gobierno con "corruptos".

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La segunda voz es de Esperanza Aguirre. En septiembre de 2023 dijo que "si yo fuera Feijóo, le ofrecería los votos del PP que sean necesarios a Pedro Sánchez con tal de que no gobierne ni con comunistas, ni con independentistas, ni con filoterroristas".

Los populares lo descartaron porque decían que era Sánchez el que debía apoyar al ganador, y no al contrario. 

No entro ahora en consideraciones tácticas, estratégicas o morales. Sólo quiero señalar que voces como las de Puente o Aguirre, tan parecidas en intención a las que nos llegan de Portugal, nos resultaron imposibles.

Aquí nos va la marcha y, cuando nos invade la saudade, en lugar de cantar fados, nos da por joder el Perú.