Se diría que Óscar Puente no ha tenido un fin de semana muy hacendoso, a la vista de que se ha dedicado a tuitear frenéticamente y a bloquear a varios cargos públicos, entre ellos el alcalde de Madrid.

Un aluvión de usuarios, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, dieron noticia de que ellos también tenían vedada la cuenta del prolijo e infatigable tuitero. Al cierre de esta edición, me precio de ser uno de los pocos españoles que no ha sido bloqueado por Puente, aunque no es descartable que esto cambie tras la publicación de esta columna.

Pudiera causar sorpresa que un político caracterizado por los ademanes pendencieros en la tribuna de oradores sea de gatillo tan fácil para el block en Twitter. Pero es una actitud muy coherente si se atiende a la personalidad del exalcalde de Valladolid, según nos la ha mostrado la experiencia reciente.

Cómo olvidar la reacción del flamante ministro de Transportes cuando fue increpado a bordo del tren que le llevaba al Congreso para la segunda sesión del debate de investidura de Feijóo.

Vaya por delante que no suscribo los hostigamientos a traición, cámara en mano, que ha legado al pseudoperiodismo la aborrecible escuela Alvise. Y menos si se trata, como en el caso del pollo que increpó a Puente en el AVE, de un indeseable violento asiduo a los tribunales.

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Pero esto sólo se conoció a posteriori. Lo que nos desayunamos fue a un político preso del pánico fruto de haber sido interpelado a bocajarro, y fuera de los preceptivos canales habilitados por los foros con moqueta en los que habitualmente se desenvuelve. Había una densidad semiótica apabullante en la invocación nerviosa de su condición de "diputado del Parlamento español", en aquel "¿pueden llamar a la policía, por favor?" tras cruzar dos palabras con el pasajero incómodo.

Cabe imaginar que el reflejo de Puente hubiera sido el de cualquier otro parlamentario en estas circunstancias. A la intemperie a pie de calle, sacado de su hábitat partitocrático y de la burbuja parlamentaria, el político profesional se turba ante la más nimia increpación de un ciudadano de a pie.

El caso del ministro es especialmente elocuente por el contraste entre un orador engallado de verbo pugnaz que se amilana y es incapaz de soportar la contestación cívica, interponiendo denuncias a diestro y siniestro.

Y es esta distancia entre representantes y representados lo que han derogado las redes sociales. La comparecencia en pie de igualdad en el ágora digital expugna el aislamiento de la endogámica clase política, rompe sus cámaras de eco y anula el principio de jerarquía.

Óscar Puente, empleado en sus quehaceres ministeriales.

Óscar Puente, empleado en sus quehaceres ministeriales. X / @oscar_puente_

La mediación virtual, en cualquier caso, permite a los políticos que se diluya la imputación de responsabilidades por sus actos. Pero los encontronazos con los electores de carne y hueso hacen que se disipe abruptamente el juego teatral en el que se ha convertido la política. Como ha destacado Miguel Herrero de Jáuregui, nuestros políticos no se toman la vida pública en serio, sino "como una especie de videojuego adrenalínico".

La metáfora no puede ser más pertinente para un diputado que, como Puente, tiene un pasado de actor. Él, particularmente, ha confundido "la vida pública con series de televisión, estrategias con guiones, votantes con audiencias". Y es uno de los que más se han destacado por "arrastrar todo a la vorágine de tensión constante, con la tranquilidad de quien actúa en un escenario de ficción".

Cuando la ficción teatral se viene abajo, los instigadores de la contienda política desaforada descubren que hay una realidad más allá del patio de butacas de sus acólitos con carnet donde el frentismo que alientan se traduce en un enojo con efectos tangibles. Por eso el bloqueo en las redes sociales es, a la postre, el correlato de la política de bloques del sanchismo.

Se diría que el presidente ha querido resarcir al tramoyista de sus malas experiencias en el AVE premiándole con el Ministerio de Transportes. Pero como los trenes bajo la jurisdicción de su cartera, Puente tiene una marcada propensión a descarrilar. Y casi nos invita a añorar la plúmbea corrección de las anodinas cuentas de políticos gestionadas por community managers