Cuando Annie Ernaux ganó el Nobel se habló mucho sobre El acontecimiento, ese libro que relata el agónico camino de un aborto sufrido en soledad en la Francia de los 60, cuando la práctica era ilegal. Se consideró un relato necesario y ha sido celebrado varias veces como una muestra de valentía de su autora. 

Alguien con menos maestría literaria ha publicado ahora sus memorias. Y también hay un aborto en su biografía.

Britney Spears abortó con 19 años, cuando se quedó embarazada de Justin Timberlake. Ella quería tenerlo. Él no. Ella estaba enamorada. Él, no lo sabemos, pero, sobre todo, quería seguir con su carrera profesional. No fue en una clínica, sino en su casa, con pastillas que le consiguió Timberlake para que nadie se enterara. 

La cantante Britney Spears.

La cantante Britney Spears. Reuters

El de Britney Spears fue también un aborto en soledad. Sólo que la artista sí quería tener a su bebé. Pero para ella no hay celebración, sólo silencio.

"Si la decisión hubiese dependido sólo de mí, jamás lo habría hecho", dice Spears en sus memorias. ¿No era acaso eso el aborto? ¿No estábamos ante la máxima expresión de la autonomía femenina? Pues parece que hay mujeres que, si la decisión recayera de verdad sólo en ellas, elegirían seguir adelante con el embarazo. 

Qué incómoda es esta verdad que nos recuerda que, por mucho que nos empeñemos, un aborto nunca es sólo cosa de ella. Cuando una mujer llega a ese punto, hay al menos otra persona más implicada. O no implicada, que también eso es decidir. 

El discurso del aborto quiere que el hombre se quede al margen sin tener en cuenta la realidad. Que muchas mujeres abortan por no tener el apoyo necesario. No serán todas, pero están ahí. Y para ellas no hay épica.

¡Oh, qué pena, Timberlake era un cabrón! Eso diremos. Casi hasta nos alegraremos de que no haya tenido un hijo con él. Además, la pobre se habría arruinado la carrera profesional. Que le ha ido genial: lo sabemos todos. Y pasaremos a lo siguiente.

Pero no vale encumbrar el aborto como el culmen de las victorias feministas y de la liberación de la mujer, y luego mirar para otro lado cuando se invoca para todo lo contrario, como si eso que le pasa a Britney Spears no tuviera nada que ver con nosotros.

En realidad, Justin Timberlake no ha hecho otra cosa que jugar con las reglas del sistema.  

La narrativa del aborto que empodera se desintegra ante la imagen de una Britney atiborrada a pastillas en el suelo de su baño. ¿Por qué, si la cantante tenía acceso a un aborto seguro y no le faltaba capacidad de decidir? ¿No es eso lo único necesario? 

Ay. Es que hay precariedades que el Estado no es capaz de cubrir. Tú no quieres aborto libre y gratuito. Tú quieres que otro crío de 19 años, igual de asustado que tú, te diga que se va a hacer responsable y te va a apoyar. Y como el Estado no es capaz de cubrir esa necesidad, niega su existencia. "Aborta", te dice una y otra vez.

Mientras, llaman "acoso" a ofrecerte información. A informarte de que existen alternativas. A fomentar la reflexión.

Ahí está Britney Spears, veinte años después y probablemente agradecida, por lo menos, de que Justin Timberlake ya no esté en su vida. Recordando, aun así, ese episodio con profunda pena. Porque un aborto no es una elección neutra entre ser madre ahora o serlo más adelante, "ya si eso" con la persona adecuada y en las circunstancias perfectas. El aborto pasa factura. Y se la pasa a ellas.

Hemos creado un sistema proaborto que quiere empoderar a la mujer frente a la presión para dar a luz. Pero ¿a quién sirve ese discurso cuando la presión va en la otra dirección? A las mujeres no, desde luego. A Timberlake está claro que no le ha ido mal. 

Supongo que da igual. Todos sabemos que tampoco le van a dar el Nobel a Britney Spears.