Si puedes ser algo en la vida, sé Harvard. Harvard no tiene miedo. Harvard está para producir las mejores mentes de Estados Unidos. Harvard sabe la diferencia entre el bien y el mal. Y Harvard tiene, fundamentalmente, mucho morro. 

Todo empezó con una carta. La que publicó un conglomerado de asociaciones estudiantiles tras el ataque de Hamás diciendo que la culpa no era de Hamás.

Confuso, lo sé. 

La responsabilidad era única y exclusivamente del Estado de Israel y de la opresión a la que lleva sometiendo a los palestinos desde hace décadas. Los de Hamás no les oprimen, claro. Hamás es el faro progresista que va a guiar a Palestina hacia su liberación. 

Las críticas que ha suscitado la carta obligaron a la universidad a publicar un comunicado. Y luego otro. Y ya por fin salió la presidenta, Claudine Gay, a decir con un vídeo que Hamás fatal. Barbarie. 

A la tercera va la vencida. Hay ocasiones en las que cuesta encontrar las palabras. Debe de ser que condenar de forma rotunda e inequívoca el secuestro y asesinato de niños, la violación de mujeres y la masacre de jóvenes durante un festival de música es más complejo de lo que pensábamos. Tú no lo ves, pero tiene sus matices.

Menos mal que está Harvard para detectarlo. 

En el vídeo, Claudine Gay hace una defensa de la libertad de expresión y asegura que en Harvard "ese compromiso se extiende incluso a opiniones que muchos de nosotros consideramos objetables, incluso indignantes". Luego añade "no castigamos ni sancionamos a la gente por expresar esas opiniones".

Impecable.

Y da un poco de vergüenza ajena también viniendo de la universidad que viene. Quizá si Harvard tuviera otra trayectoria sería más creíble. Pero por algo está considerada como la universidad con menos libertad de expresión de todo Estados Unidos.

Estamos hablando de la misma universidad que le negó a un joven su plaza por unos comentarios que había hecho con 16 años en mensajes privados y por los que había pedido perdón repetidamente. 

"Nuestra universidad rechaza el acoso o la intimidación de las personas por sus creencias", ha dicho Gay en su declaración. Y lo ha dicho con convencimiento.

Lo de retirar la invitación a la universidad a la investigadora Devin Jane Buckley después de conocerse que no comulgaba con la ideología trans no es cancelación, es reajuste de la agenda, imagino.

Debe dar mucho gusto ser progresista así. La realidad no existe, es plastilina que puede moldearse al son de la ideología. Si para permitir que los estudiantes no condenen el terrorismo tengo que reafirmar la libertad de expresión, lo hago. Si para proteger a los estudiantes de la terrible idea de que el sexo biológico existe tengo que presentar la libertad de expresión como una amenaza, adelante también.

Y, cual novio tóxico al que intentas mostrar su comportamiento errático, te dirá que te estás montando un drama en la cabeza. El rey no va desnudo. Cambia de traje a placer.

En época de trigger warnings y espacios seguros, Harvard viene ahora a decir que tampoco hay que alarmarse porque un grupo de gente diga que el terrorismo no existe, que el terrorismo es sólo Israel. Al fin y al cabo, son sólo las sinagogas las que están ardiendo en Occidente. Son sólo las fotos de los niños israelíes secuestrados las que están siendo arrancadas de las paredes.  

Ojo, que no es sólo en el lado progresista del debate en el que encontramos esa obcecación. "¿Usted condena a Hamás?", le preguntaba repetidamente una periodista a un español que tenía a toda su familia atrapada en Gaza y que acababa de recibir la noticia de la muerte de algunos de ellos. Señora, suélteme el brazo. 

Es lo que tiene mirar a los muertos y ver en ellos un argumento que me da la razón o me la quita. Como si sólo nos sirvieran para revisar con la calculadora a ver si nos han dado el resultado que hemos puesto sobre el papel.

Pero los estudiantes que firmaron el manifiesto que empezó toda esta controversia se han enfrentado a las consecuencias del ambiente opresivo que instituciones como la propia Harvard han fomentado. Un vehículo recorrió el campus con las caras y los nombres de algunos de los firmantes, páginas web han publicado su identidad y algunos CEO de empresas han reclamado saber quiénes son los autores para evitar contrataciones en el futuro.

Algo que es, por cierto, lamentable y que sigue fomentando un debate público empobrecido. Pero quizá no esté de más que uno se corte el dedo con los cuchillos que lleva años afilando.

Así echaremos de menos que vuelvan a reinar las dos únicas cosas que se necesitan para garantizar el entendimiento y la búsqueda de la verdad: honestidad intelectual y una cierta buena voluntad.

Algo que lleva faltando en Harvard y en tantas otras universidades desde hace mucho tiempo. Algo que ha sido sustituido por un emotivismo que legitima moralmente al que cree tener mejores intenciones. Te arranco las imágenes de los niños israelíes de las paredes, pero lo hago por los niños palestinos en los que nadie piensa.

Es hora de volver a plantearse que merece la pena comprometerse con los valores absolutos de la verdad, la dignidad y la justicia. Así, el intento constante y desesperado que tiene esta generación por caer siempre en el lado bueno de la historia podrá ser sustituido por una preocupación con mucho más valor: que no hay un "ellos y nosotros" cuando se trata de víctimas inocentes.

En definitiva, un discurso precioso, Harvard, y muy falso. Obras son amores y no buenas razones. Y son las obras las que cambian el mundo