Cuenta un estudio realizado por la Universidad de Adelaida con datos de Gran Bretaña que vivir de alquiler acelera el envejecimiento biológico más que el tabaquismo o el desempleo. Hay investigaciones que no se sabe muy bien para qué hacen falta si con dos ojos en la cara se alcanza la misma conclusión, pero siempre reconforta que un profesional estampe un sello a las sospechas.

No tener en el banco suficiente dinero como para pagar la entrada de una casa y sus correspondientes impuestos pone a arar canas a cualquiera. Quien vive de alquiler tiende a hacerlo porque, por el momento, no puede permitirse la alternativa. Se queda, entonces, en manos de un desconocido que, probablemente, vive en otra casa que ya tiene en propiedad y al que en cualquier momento le parecerá natural cobrar 50 o 100 o 300 euros más al mes a partir del año que viene porque la vida está muy cara. La suya, aunque trabaje y cobre un alquiler, o aunque no trabaje y se dedique a vivir de las rentas de cinco pisos más, pero la tuya no, que solo eres un inquilino y si no entras tú ya será otro.

Pedro Sánchez y Mertxe Aizpurua, en el primer encuentro público del candidato con Bildu.

Pedro Sánchez y Mertxe Aizpurua, en el primer encuentro público del candidato con Bildu. Eduardo Parra Europa Press

La preocupación desgasta. Roba sueño, apretuja el intestino, raspa el estómago, inflama la piel. Los disgustos se revelan en el cuerpo. Quien vive de alquiler tiene un techo de quita y pon sobre su cabeza.

La primera casa en la que viví en Madrid, cuando tenía 22 años, era un trastero reformado. Para alcanzarlo había que rodear el ascensor. Lo llamaba El cuchitril. Reunía un sofá-cama, una cocinita y una mesa en la misma habitación. Desde el retrete, el tobillo entraba en la ducha mientras el codo podía refrescarse, sin moverse el tronco medio centímetro, en el lavabo. Pienso en aquella casera, de cuarenta y pico años, abogada, y se me cae por ella la cara de la vergüenza. Me faltan puntos para unir el mapa ético de quien podía ofrecer aquello como vivienda. No todo debe valer. Por encima de todas las decisiones, la dignidad. La de un país y la individual.

Tras el puente del Pilar suele llegar el fresco. Antes de ir al colegio comenzábamos a pescar el fachalequito, que no se llamaba así entonces, que se llamaba sinmangas, y cuando volvíamos a casa empezábamos a organizar el cambio de armario. Salía el lino, entraba la pana. El calor de estos días ha resultado, sin embargo, un tanto ajeno. Era un calor más pesado que el propio de julio porque no es octubre temporada de manga corta y bermudas, que era lo que se veía por el centro de la ciudad, de forma que la cabeza, que no tenía presupuestados a estas alturas estos grados, sufría.

El año pasado la temperatura media de octubre estuvo 3,6ºC por encima de la media (de la misma época, por supuesto) comprendida entre 1981 y 2010. En la quincena que llevamos, según la AEMET, se han alcanzado 10ºC de anomalía. Tengo una intuición al respecto. Todo este calorcito viene directo de las mejillas de Carmen Calvo, que las debe de tener como el salmón, encendidas: en 2020 aseguró que "todo el mundo sabe con nosotros [los socialistas] a qué se puede atener, cuáles son los principios y las líneas que no pasamos. Y, desde luego, nosotros no vamos con Bildu. Es cosa sabida". Las fotos de su jefe ya dan vueltas por ahí. Esta nueva sospecha también va a necesitar un sello.