A Pedro Sánchez se le ha debido indigestar un poco el desfile. A pesar de los esfuerzos de alejarle del público, todos hemos escuchado esos abucheos y gritos de "Que te vote Txapote" y "Puigdemont a prisión". Una falta de decoro, dicen algunos. No es el momento, dicen otros.

De acuerdo con todo. Pero es agotador que se les exija a los ciudadanos una ejemplaridad que la clase política hace mucho tiempo que ha dejado de ofrecer.

No podemos eximir a algunos políticos de cumplir la ley y luego decirle a la gente que queda muy desagradable que griten cuatro consignas el 12 de octubre.

La amnistía ha proyectado una sombra más que evidente en la celebración de la fiesta nacional. Hay que reconocerle a Sánchez su versatilidad: un día te negocio la amnistía, al otro quedo estupendo al lado del rey.

Un pasito pa'lante María / Un, dos, tres / Un pasito pa' atrás. Sin perder el ritmo ni el bronceado, que para algo nos está durando el solecito veraniego.

Los gritos a Sánchez pueden no ser lo más elegante, pero quizá la ciudadanía haya entendido mejor que nadie qué es lo que está en juego con este debate sobre la amnistía.

Debate ficticio, claro. Porque aquí lo único que se está haciendo es ir lanzando unos mensajes perfectamente diseñados que preparan el terreno para algo que está ya negociado.

El Gobierno de Sánchez pretende que nos creamos que conceder o no la amnistía a los independentistas que utilizaron dinero público, se aprovecharon de las instituciones y rompieron la convivencia social es solo cuestión de un par de detallitos técnicos que ya solucionarán los juristas.

Dejad que los mayores se ocupen de estos asuntos, parecen decir. Mientras, vosotros abonad vuestras multas, poneos las mascarillas, pagad los impuestos, atravesad laberintos burocráticos de pesadilla para cualquier gestión y no se os ocurra conducir sin puntos.

Pero no cuela. La cuestión de la amnistía no es técnica, no es jurídica. O no solo. Es fundamentalmente un asunto de moral pública.

El fundamento de nuestra democracia es la igualdad ante la ley. Algo que va a ser muy difícil de explicar si se negocia la amnistía. El fundamento de nuestra democracia radica en que un cargo político es una responsabilidad y no una fuente de privilegios.

Negociar la amnistía es volver al feudalismo en el que el poder implica una inmunidad y una impunidad de las que no gozamos el resto de la plebe. Y encima, vinculado a una nacionalidad y a un territorio. Vamos, puritito Antiguo Régimen.

Por supuesto que hay amnistías de interés general, como la del 77. Pero lo sangrante es que, en este caso, la razón de hacer la excepción de la regla no es de justicia, sino de conveniencia política. ¿Dónde quedó lo del gobernar para el bien común?

Esta conversación sobre amnistía, en los términos en los que se está planteando, es un golpe directo al ciudadano que, desde que levanta hasta que se acuesta, sujeta su conducta al imperio de la ley y a las normas de convivencia social.

La calidad de vida política y la calidad de vida democrática de esos ciudadanos no va a mejorar con esa amnistía, sino todo lo contrario. Va a suponer que desde las instituciones se les mienta y se les exija una conducta que sus gobernantes no tienen por qué cumplir. Se les va a decir que no son relevantes para el poder político.

¿Qué van a pensar? ¿Qué motivos van a tener para confiar en la democracia después de esto? Esto no es una discusión entre especialistas de derecho constitucional. Esto va de lo que perciban Mariano y Maruja cuando desayunen por la mañana café con leche en vaso.

Lo que se plantea es una disyuntiva entre respetar el principio de igualdad o la amnistía. Y el Gobierno parece que ya ha elegido.

Pero tú no abuchees al presidente. Que es una falta de decoro absoluta. No como amnistiar a malversadores y sediciosos.