Es un 11 de septiembre que no cesa.

Un Bataclan con misiles lanzados desde un minúsculo Estado vecino.

Es un pogromo árabe cuyas escenas recuerdan a los tiempos del gran muftí prohitleriano al-Husayni.

Y, sin embargo, ningún argumento en todo el mundo podría justificar, relativizar o contextualizar este crimen.

¿Por qué?

Porque ninguna razón justifica, en primer lugar, secuestrar a oficiales, ejecutar a quemarropa a ancianos y a niños, desnudar a una mujer, ultrajarla, golpearla y lanzarla ensangrentada, como en una redada de las de antes, a una camioneta.

Porque no se puede aplicar ningún tipo de atenuante a los escuadrones de la muerte que se graban a sí mismos irrumpiendo en un festival en el que asesinan a 260 jóvenes y toman a otros muchos como rehenes.

Buscar la manera de excusar estos actos, argumentar, como hacen algunos de los insumisos de Jean-Luc Mélenchon que dicen que esta barbarie responde a una opresión o a una humillación que venían de antes reproduce una zafiedad que tiene tantos años como el antisemitismo y que acaba siempre por decir que los judíos, a la postre, son responsables de su propia desgracia.

Pero hay un segundo motivo que impide buscar las razones de este pogromo.

Y esa razón es que los asesinos que han entrado como si fueran bestias en las ciudades israelitas no lo hacen con razones y bien que se burlan de lo que haya podido decir o hacer este o aquel Gobierno israelí.

Teniendo en cuenta que hace dieciocho años que no tienen en su tierra la menor fuerza de ocupación, ya no tienen reivindicaciones territoriales que hacer valer, ningún objetivo de guerra que esgrimir.

O, si lo tenían, no era, por retomar las palabras de Clausewitz, un objetivo preciso, un Ziel, susceptible de una victoria, una victoria a medias, un pacto.

[Opinión: El ataque de Hamás fue un pogromo]

Era un Zweck, un objetivo vago y que no va con la verdad por delante (¡y con razón!), ya que ese objetivo solo sabe del odio desnudo; de la idea de que el enemigo sobra en esa tierra y de la voluntad, en consecuencia, de erradicarlo.

En polemología, a esto se le llama una guerra total.

Hamás, aunque por su cuenta no disponga de los medios necesarios, les ha dicho a los descendientes de quienes sobrevivieron a la Shoah: "No hay un solo lugar en la Tierra en el que estéis a salvo de los asesinos egipcios, asirios, romanos, medievales y más tarde hitlerianos".

Pues bien, esta organización con la que se debatía hasta ahora de seguridad, hospitales, derechos de aduana para los cientos de camiones que cada día atraviesan la frontera; ese Hamás con el que se hablaba, por supuesto, del bloqueo, pero solamente de aquellos materiales que intervienen en la fabricación de armas de guerra que han permitido, este sábado, día de la fiesta de la Torá, masacrar centenares de judíos, este Hamás debe ser castigado con toda la contundencia posible.

Pero, justo por lo que ha sucedido, ¿cabe pensar que Hamás ha actuado solo, con los pocos medios que tiene, y ha conseguido zafarse de la vigilancia de uno de los mejores servicios de Inteligencia del mundo entero y, así, sembrar durante días la desolación y la muerte?

Pienso en el joven Masud, el afgano, que me aseguraba hace unos días en París que muchas de las armas que abandonaron en Kabul los estadounidenses han acabado en Gaza por intervención de los talibanes (pasando por Catar, luego por Turquía, luego por mar).

Pienso en el encuentro organizado el pasado 27 de julio en Ankara entre Mahmud Abás y el líder de la oficina política de Hamás, Ismail Haniyeh, por mediación de un Erdogan que los días pares se entiende con Israel y los días impares opina que es un cáncer.

Vuelvo a ver a Serguéi Lavrov recibiendo en Moscú con toda la pompa, hace unos meses, al propio Ismail Haniyeh: ¿qué se dijeron? Rusia, atrapada en su guerra contra Ucrania, ¿acaso no tendría el interés de abrir un segundo frente que obligara a los occidentales a destinar a Israel una parte de los preciosos recursos militares reservados, en principio, a Ucrania? ¿Qué credibilidad puede darse a esas personas que, en el sur de Israel, donde me encuentro en estos momentos, aseguran que los planeadores que utilizaron los asesinos para franquear la barrera de defensa el día del aniversario de Putin se parecían (hasta ser casi indistinguibles) a los dispositivos modelo Poisk-06 MSN que utilizan a menudo los guardias fronterizos rusos?

[Editorial: Israel, ante el desafío de acabar con Hamás sin actuar como Hamás]

E Irán… Por un lado, oigo a Antony Blinken, quien finge no tener prueba alguna de la implicación iraní en esta masacre… Pero, por otro lado, ahí están los seis mil millones de dólares en ayudas que recientemente han desbloqueado los bancos surcoreanos y que, al contrario de lo que estaba previsto, no se han destinado a bienes de primera necesidad, sino a la compra de armas; también están las reuniones de planificación que se me asegura que en estos últimos meses se han multiplicado tanto en el Líbano como en Siria con instructores iraníes que forman a los gazatíes en una operación tan inédita en su forma, lo repito, como el 11 de septiembre; también está lo que dice el propio Hamás cuando, por medio de uno de sus portavoces, Abu Obaida, da las "gracias a la República islámica de Irán" por haberles "proporcionado el dinero, las armas y el equipo" que les ha permitido llevar a cabo el asalto contra la "fortaleza sionista".

Cuánta gente alrededor de los "olvidados" de Hamás.

Cuántos padrinos para una acción para la que Hamás no tenía ni medios militares ni inteligencia táctica para llevar a cabo por su cuenta.

Y además hay un tipo nuevo de coalición en la que no todo el mundo enseña sus cartas, sino en la que cada cual observa y pone a prueba la firmeza de la respuesta de un Israel que tiene la fama de ser invulnerable, pero que parece, de repente, haber bajado la guardia.

Por eso, vuelvo a dejarlo claro: Hamás no solo debe ser castigado con toda la contundencia, sino destruido.