Todavía sorprende asistir a tanto gesto sorprendido por los modos de Pedro Sánchez, pues caerán mejor o peor, pero son reconocibles. En lo esencial, facilitan las cosas a sus estrategas. No hay principio moral que se interponga entre el deseo y el acto, la imaginación y el lienzo, y así anda siempre un paso por delante del adversario. A Alberto Núñez Feijóo le llevó media jornada reaccionar a la mano jugada por Sánchez, que mandó a un secundario a despachar las intervenciones del candidato mientras el jefe posaba con suficiencia o aburrimiento. 

Fue, como el fútbol de Bordalás, una sórdida obra de arte, utilísima para sus propósitos, destinada a descentrar al aspirante, check, y desviar el debate de la amnistía con la noticiable insolencia del emisario, doble check.

Pedro Sánchez, entretenido durante la intervención del candidato Feijóo.

Pedro Sánchez, entretenido durante la intervención del candidato Feijóo. Kiko Huesca EFE

El espectáculo fue horripilante y patético a ratos, y produjo un amago de arcada cuando el emisario acusó a Feijóo de integrar una mafia de narcotráfico y a Aznar de "instigar" el atentado terrorista del 11-M, con 193 muertos y cientos de heridos, huérfanos y viudos. Hay que tener cuajo para soltarlo y lloriquear porque te increpan, alcalde. Pero fue efectivo. Sirvió para que los comentaristas hablasen de poco más, con la secreta y quizá culpable admiración por el maquiavelismo™ de Sánchez.

Los analistas más amables con Feijóo sostienen que su comparecencia valió, al menos, para recordar su victoria electoral, casi olvidada tras las vacaciones, y para cohesionar al partido y reforzar su liderazgo, lo que sugiere que Feijóo acaba de salvar una bola de partido. Pero la extraña semana de la no investidura sirvió para algo más.

A Feijóo se le descubrió, al fin, como un candidato con rumbo y por la labor de disputar el título al campeón de los pesos pesados sin una mano en la espalda. Y eso es noticia. Porque no cabe descartar que Feijóo obedezca las recomendaciones de Esperanza Aguirre y ofrezca la investidura a Sánchez para evitar su sumisión definitiva a quienes no ocultan, y no tienen por qué hacerlo, que su propósito vital es la destrucción territorial y espiritual de España. Pero parece que la determinación de Feijóo será más combativa en adelante, a riesgo de que las angustias de la mitad de los españoles se agraven entre tanto.

Si no leo mal la jugada, Feijóo acaba de declarar una guerra de desgaste a Sánchez. Sabe que ninguna fuerza con una representación significativa le obsequiará con su apoyo parlamentario si no renuncia primero a los 33 escaños de Vox: una quimera. Sabe que no puede hacer cábalas con los cinco votos del PNV, con suerte cuando Urkullu fracase en las elecciones vascas de mayo, ni con los siete de Junts, cegado por su compromiso identitario. Pero reconoce por dónde no tiene recorrido y dónde asoman sus opciones, si está dispuesto a manchar el traje.

Sabe que el control del Senado y de 11 de las 17 Administraciones autonómicas le concede el poder para convertir la legislatura de Sánchez en un dolor de muelas. Sabe que el precio de la investidura de Sánchez será muy caro, quizá inasumible, y que necesitará algo más que las homilías de Zapatero para convencernos de que todo lo que hace, aunque no lo comprendamos, es por el bien de España.

Sabe que el bloque progresista incluye almas incompatibles, fuerzas que van de la extrema izquierda a la extrema derecha, algunas enfrentadas entre sí en sus regiones, y que rara vez se podrá permitir la abstención de una de ellas, pues los números no alcanzan. Y sabe, a la postre, que Sumar oculta una bomba de relojería en el armario, Unidas Podemos, con Pablo Iglesias agazapado en la sombra, de manera que Sánchez ni siquiera puede dar por descontado su apoyo leal y sin condiciones.

La cuesta se empina más si, a estos factores, añadimos las adversidades y penurias derivadas de la inflación, la subida continua de los tipos de interés, los ajustes fiscales exigidos por Bruselas, el pobre impacto de los fondos europeos y el surgimiento de alguna desgracia inesperada, como acostumbra en los últimos años.

Así que, si Sánchez saca adelante su investidura, será una hazaña. Pero si consigue agotarla, con este sindiós por desafío, será un milagro. Si Feijóo templa los nervios en su derecha y en la otra, tendrá sus opciones. Si las deja correr, como en verano, otro pedirá el turno. Y esta posibilidad, a la vista de la polarización y la habilidad del adversario para manejarla, queda lejos de ser remota. La guerra de desgaste es otra marca registrada de Sánchez.