El de Borja Sémper es un fenómeno singular. Podíamos tener más o menos asimilada la figura del político que abandona la vida partidaria y se suma, con la liberación del jubilado al que le acompañan la buena salud y las aficiones, a eso que hemos dado en llamar sociedad civil. Que de allí se vuelva a la política activa nos pilla, en cambio, con el pie cambiado

De las secciones radiofónicas de la concordia al atril con el logo del partido. De los actos culturetas a los mítines. De los libros de poesía a los canutazos para soltar los titulares de argumentario. 

No está siendo una transición fácil. El primer peaje se paga nada más incorporarse a la autopista. Los propagandistas del rival que te veían como el dirigente ideal empiezan a hiperventilar pidiendo sales a la primera comparecencia. Cambia el tono con el que se pronuncia la palabra "moderado". Del elogio al retintín. 

Sémper tenía todas las de perder con su apuesta arriesgadísima del otro día. Ya saben, pronunciar algunas frases en euskera precisamente durante la intervención parlamentaria en la que explicaba por qué su grupo se iba a oponer al uso de las lenguas cooficiales en el Congreso.

Un guiño sutil, que jugaba con la paradoja, no exento de cierta ironía, con el que se querían lanzar mensajes entre líneas. Exactamente la clase de propuesta indigerible en una plaza pública que padece síndrome de Asperger colectivo y es incapaz de interpretar nada más allá de su literalidad estricta

La división de opiniones recordó al chascarrillo que se atribuye a Rafael Gómez Ortega El Gallo. El sector de la creación de opinión que acaba de descubrir que llevaba toda vida anhelando la cámara multilingüe sólo era capaz de señalar la supuesta contradicción. "¡Sémper hace el canelo!". Los propios más recalcitrantes empezaron a filtrar. Se transmite la imagen de una pieza que no encaja en el motor en el que se acababa de reinsertar. 

Así somos. Como los niños de Springfield respondiendo en el estudio de mercado para Rasca y Pica. Queremos una cosa con la misma intensidad que su contraria. Exigimos personalidades de fuera de la política para pasarlos por la misma trituradora de carne reservada a los que están en nómina desde la adolescencia. Engañamos a los que huyeron diciéndoles lo mucho que los echamos de menos. Y así se pasa de disertar en la radio sobre El ala Oeste de la Casa Blanca a debatir en dual con Gabriel Rufián

Hace poco, un colega de profesión me comentaba que había estado a punto de dejar los medios para trabajar en un equipo político. "Me quedaré sin conocer el rollo Aaron Sorkin del asunto", señalaba como gran pérdida del paso atrás. "No te preocupes", le consolé. "No habrías tardado en descubrir que aquello a lo que se parece en realidad es a Mariano Ozores".

Quizá estos días Borja Sémper esté pensando de manera parecida. Podría suceder que esta segunda etapa dure tantos años que lleguemos a olvidar que un día fue expolítico. Pero el día en que termine será dudoso que se anime a protagonizar Yo hice a Sémper III