Vivimos en un país entregado al entretenimiento de sus gentes. No pasa un día sin que se dé algún tipo de acontecimiento más semejante a un sketch de los Monty Python que a lo que es: nuestra más pura realidad. Pero ni los propios Python hubiesen atinado a inventar un guion que se acercase a la experiencia de ver cómo se fragua un Congreso de los Diputados políglota. Supera cualquier límite del humor o del absurdo.

El último giro imprevisto (y poético) han sido las declaraciones de Jorge Pueyo, diputado de Sumar Aragón, tras admitirse el uso del aragonés en el Congreso de los Diputados. Unas declaraciones salpicadas de confesiones y testimonios de violencia y opresión, y que han concluido con la referencia esperanzadora a un himno occitano cuya versión más extendida se basa en un poema. Un poema de amor.

Los versos del himno en cuestión, Se canta, se atribuyen a Gastón III de Foix-Bearne, y en ellos se relata una historia de amor sin barreras. Ni las de la distancia, ni las de los Pirineos, ni, menos aún, las del idioma, que no fueron un impedimento para que los amantes se entendiesen en su total plenitud, aunque cada uno hablase una lengua distinta.

Esto podría deberse a que el amor, según se dice, es el lenguaje universal del ser humano. O también podría deberse a la posibilidad de que, como va a suceder en el Congreso, los amantes tuviesen un pinganillo enganchado a la oreja con el que un intérprete bien cualificado les fuera susurrando una traducción de los dulces versos que el objeto de sus afectos les estaba dedicando.

El Congreso de los Diputados se va a convertir en una gran conversación sin barreras, como la de los amantes del poema. Un lugar feliz en el que (no como hasta ahora) cada cual pueda expresarse libremente. En su lengua, en la lengua de sus padres, en la lengua de sus ancestros. O, como ha formulado Pueyo poéticamente, en esa lengua que engloba una forma única de ver y entender el mundo. Aquella, que define su cosmovisión. En catalán, vasco, gallego, aragonés, asturiano, aranés o, por qué no, en manchego, tanto da. Todo sea por favorecer una conversación libre, feliz, sin barreras y con plena comprensión por parte de todos.

Centrarse un poco más en la forma y poner un poco menos de empeño en el fondo, que digamos. Porque, aunque el pinganillo esté reservado exclusivamente a las lenguas cooficiales (quien quiera hablar en, por ejemplo, asturiano, tendrá que traducirse simultáneamente a sí mismo), la comunicación será mucho más sencilla que cuando todo el mundo hablaba en castellano.

Porque lo importante es cómo lo decimos, no el qué.

Volviendo al tema del amor. Se dice que este suele pasar también por el estómago. Y pensando en comida, resulta inevitable que surja una duda. Una que se puede presentar en la cafetería del Congreso. ¿En qué lengua se harán las comandas?

¿Cómo pedirán un cruasán o un café con leche o una servilleta?

¿Tovalló? ¿Ezpainzapia?

¿Tendrán los diputados a un traductor a sus espaldas que, llevándose la mano a la solapa como los guardaespaldas de los famosos, le chive al camarero por el pinganillo "un café con leche y una tostada, por favor"?