España es un país en el que nos sacamos los ojos unos a otros y no sabemos dónde poner la bala. La ponemos, por eso, donde no hay sustancia jurídica. Cada semana hay un incendio nuevo porque España es un país plagado de pirómanos de la actualidad, casi siempre a sueldo de algún ministerio. 

Luis Rubiales, que debió dimitir por los chanchullos de Catar o por agarrarse los machos junto a la infanta Sofía, ha terminado dimitiendo por un pico que poco se diferenciaba de aquel de Iker Casillas también en un Mundial.

Porque que a una mujer no se la llama "puta" o se la besa a las bravas no lo enseña la Fiscalía, ni el ministerio de turno, ni la visión paternalista de un feminismo gubernamental y que comparte, si te descuidas, hasta la oposición. Lo enseñan los padres en casa, sin posibilidad de delegar.  

Pero este año en la plaza mayor de Twitter han quemado a Rubiales como el año pasado a estas alturas ardieron los chavales del Elías Ahuja en la pira de la actualidad. Este curso ya nadie habla de los colegios mayores segregados (ni tampoco de los mixtos) después de forrar los telediarios durante semanas con la cabellera de unos chavales que hoy deben de creer que la mala educación es asunto judicial y no únicamente bochorno para los padres. Cargaron tanto contra los adolescentes en España que daban ganas de adoptar uno.

Y ahora, un diario australiano, el segundo más vendido en aquel país perdido de la mano de Dios, publicaba una foto de un crío pequeño en la portada con el titular: How we stop this kid becoming a monster ("Cómo impedimos que este niño se convierta en un monstruo").

Para esto ha quedado el feminismo 2030, para criminalizar a querubines sólo porque en su DNI no han cambiado eso de "sexo: M".  

En esa España nos levantamos cada mañana y se encargan de que sea la que más ruido hace, porque la educación de la otra es callada. La educación siempre tiene algo de callado, que no de tímido. De corregir en voz baja, que consiste en no levantar la voz aunque los bárbaros griten creyendo que chillar es un argumento con el que se secuestra la razón.

Pero hay otra realidad, como la que me contaba mi hermana pequeña ayer. "Me escribe mi amiga Itziar, que se ha ido a estudiar a Madrid y trabaja en la portería de un colegio mayor para pagarse parte del alojamiento, y me dice que desde que empezó el curso no paran de llegar ramos para muchas de las chicas que viven allí".

Se lo contaba a mi hermana como anécdota para quejarse de que a ella nadie le manda flores, pero en esa escena encontraba yo la España que me interesa, que por lo visto todavía tiene pulso y está cuerda. Y son precisamente esos adolescentes, empezando por mis cuatro hermanos pequeños, quienes reafirman mi idea. Esta nueva generación, que envía flores y cartas todavía, como si tuviesen novias de 1940, es elegante contra todo pronóstico, contra toda la zafiedad que nos han tratado de vender durante años en vena. 

¡Ah, y de paso me hacen el favor de mandarle flores a Itziar, que por ella sabemos que todavía hay esperanza!