Quién en su sano juicio querría consejo cuando se puede tener la razón. El horóscopo se esquinaba antes en las últimas páginas de los periódicos y se lanzaba al final de las revistas, entre el bazar de publicidad encubierta y las recetas de solomillo Wellington. Y allí, de refilón, el lector lo hojeaba sin miedo y con esperanza, con un optimismo tontorrón para predisponerse a la buenaventura y el resoplido listo en la lengua si bajo su signo se topaba con la catástrofe.

Ahora las niñas, con su sesgo de confirmación encasquetadito sobre las orejas, buscan las razones y consecuencias de sus correrías en las estrellas. Las del cielo y las de internet. Tiktokers, influencers y medios de comunicación alertan a sus seguidoras cada vez que Mercurio retrógrado activa su acostumbrada fábrica de desdichas.

Durante medio mes, quinceañeras y treintañeras acusan a una bola de magnesio, azufre y silicio de que su ligue les haya dado con el doble tick azul en las narices. O de que una jefa desquiciada las haya forzado a trabajar hasta las doce de la noche para un proyecto que ha acabado yendo a ninguna parte. Al contrario que en la religión, aquí la voluntad ajena, el bien y el mal habitan en el cielo.

Otras depositan sus esperanzas en aplicaciones ideadas por el Gobierno. El Ministerio de Igualdad ha lanzado la app Me toca, diseñada para repartir de forma igualitaria los deberes domésticos. Aunque bailan las matemáticas del lanzamiento (algo más de 210.000 €), la intención es noble.

De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo, cada semana el conjunto de las mujeres españolas dedica a la limpieza y el mantenimiento del hogar 12,5 horas más que los hombres. Me he metido en los escondrijos más pestilentes de internet para espiar las reacciones. De los cientos de quejidos que he ojeado, mi favorito corona la sección de comentarios de un periódico. "Una app para buscar confrontación, enfrentamiento, discusión… en fin. La bronca".

El amor es un fregadero. Es más sexy si tragas. Rosa Berbel en una entrevista con Margaryta Yakovenko: "Al decir que el amor de antes sí duraba, omitimos historias de violencia terribles". El silencio reviste siempre de conformidad.

Como cualquier app, Me toca será, sin demasiadas dudas, una mina extractiva de datos. Quien emplea un smartphone renuncia a la privacidad. Pero en lo que se hace público hay a veces también una liberación. Las mujeres que apuntaban en su aplicación de notas las listas de tareas que habían llevado a cabo ese día, que las dejaban por escrito para recordarse que no estaban locas, que eran ellas las que en efecto, después de trabajar, habían sacado el lavavajillas, tendido la lavadora y comprado más leche porque si no el cartón seguiría vacío dentro de la nevera, sabrán que no eran las únicas.

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Tampoco su novio era el único bebé con pelo en la espalda, autonepiófilo con aspecto funcional, ni su marido, el único Deadpool a la española, superhéroe holgazán con nombre de pueblo jienense. El tipo con el que se casó no era el único guarromán.

Los hombres, en cualquier caso, no tienen que ayudar. La obligación, por ser adultos capacitados para la toma de decisiones que conducen a consolidar una pareja o construir una familia, es la de colaborar. Ayudar implica que el peso recae en una espalda y el otro sólo arrima el hombro. Colaborar encapsula, en el diccionario y la práctica, la igualdad.

Hay guasa también con el nombre de la aplicación. Normal. No es el más preciso. Habría que ajustar el pronombre. Les toca. Les toca lo mismo que a Rubiales. Les toca dejar de tocarse los huevazos de una vez. La voluntad ajena no vive en las estrellas.