Escuchar a los expresidentes rejuvenece. El soniquete de las voces de Felipe, Aznar y Rajoy evoca, respectivamente, la infancia, la adolescencia y el salto a la vida adulta. Estos días ha vuelto a resonar José Luis Rodríguez Zapatero y ese silabeo, un poco lópezvazquiano, pero con mayor dosis de enfado, con el que solía dar énfasis a las cuestiones que consideraba de especial gravedad. Cómo no trasladarse mentalmente a la veintena.

El rey Felipe VI junto a los expresidentes del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González.

El rey Felipe VI junto a los expresidentes del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González. EFE

La ensoñación dura poco. Demasiadas canas a uno y otro lado del transistor. La entrevista con Carlos Herrera en COPE se produce en este final de primavera de 2023 con olor a fin de ciclo. La sensación derrotista que cunde en el PSOE se ha visto levemente mitigada por la vehemencia con la que se autoproclama sumo hacedor del fin de ETA. Los que ya estaban convencidos han recibido un chute de autoestima que han propagado por las redes sociales y de mensajería instantánea. Todo con el afán de EH Bildu por reciclar laboralmente a 44 integrantes de la banda terrorista todavía reciente.

Algo falla cuando el cese de esta organización también se ha convertido en un asunto con el que restregar la bufanda del equipo propio en los morros del adversario. Es dudoso que Zapatero tenga razón cuando se arroga (el verbo es aquí particularmente preciso) todo el mérito del resultado final. Pero, aunque así fuera, supone una falta de estilo impropia de alguien cuya cordialidad elogian personalidades muy alejadas de sus convicciones ideológicas.

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Los pasos que condujeron al final de ETA no han sido demasiado discutidos en público en los últimos doce años. El pensamiento de aquellos que pudieran poner algún pero a cómo se hicieron las cosas se ha guiado por una especie de "bien está lo que bien acaba" colectivo. El asunto es, además, uno de esos temas de la realidad sociopolítica forrado de ideas apriorísticas cuya negación desata la ira de los dioses de la opinión publicada, que se aparecen sobre el discrepante tímido como el coro griego que comandaba F. Murray Abraham en Poderosa Afrodita (Woody Allen, 1995).

Coro: ¡Lo importante era que ETA dejara de matar! ¡Y eso se consiguió con Zapatero!

Es verdad que eso era lo importante. Sin embargo, algunos quedamos decepcionados por cómo se enfocó ese último tramo. Para nosotros, era fundamental que ETA se extinguiera sin adquirir, en ningún momento del proceso, el estatus de interlocutor político. Su debilidad hace veinte años apuntaba que podía haberse culminado así. Un final más parecido al del GRAPO que al del IRA.

Coro: ¡Cuánta hipocresía! ¡Aznar negoció! ¡Y les llamó Movimiento Vasco de Liberación Nacional!

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Cierto. Pero conviene hacer un repaso más exhaustivo de la cronología. Aznar dio una última oportunidad a la salida dialogada al calor de la tregua de 1998. No era un trago fácil después de haber sido objetivo de la banda en 1995 y del inolvidado verano de 1997. Cuando rompen ese alto el fuego asesinando a Pedro Antonio Blanco en enero de 2000, se toma la determinación de acabar con ellos excluyendo cualquier vía política. Es ese camino el que se interrumpe con el giro negociador de Zapatero. Defender la otra posibilidad no significa no alegrarse por el fin de los asesinatos.

Coro: ¡Es un éxito de la democracia tener a Bildu en las instituciones!

Bueno. Vamos a dejarlo en que es una secuela esperada del fin del terrorismo. Existe un gran tabú sobre el alto suelo del apoyo social que siempre tuvo ETA. Un partido legatario de su actividad era inevitable. Claro que es preferible que hagan política a lo de antes. Pero ellos por su lado y nosotros por el nuestro.

No se puede volver atrás en el tiempo por muchas entrevistas a expresidentes que escuchemos. Así que centrémonos en lo de hoy. Zapatero, que es un encajador magnífico, puede reconocer que si se encontró a la banda en semejante estado de debilidad fue gracias a la acción de sus predecesores.

En justa reciprocidad, los que pensamos que las cosas se pudieron hacer mejor nos quedaremos con que, por lo menos, todo acabó. Puestos a pedir, añadiremos el deseo de que los legatarios sepan que enfrente tendrán siempre a la suma de los partidos que más sangre derramaron durante esos años en los que las ideas obligaban a mirar todas las mañanas debajo del coche. Es una cuestión de memoria democrática.

No os oigo, coro.