¿Qué les pasa a los de Podemos con los ciudadanos? A los del barrio de Salamanca los insultan, a los que tienen causas archivadas los señalan con una camiseta en el Congreso de los Diputados y a los que les hacen una pregunta les contestan a gritos y a un centímetro de la cara. Sin teoría de los cuidados ni nada. Con toquecitos chulescos en el hombro y hablando clarito, como se ha hecho toda la vida.

"Mi padre falleció de cáncer con 60 años y me dejó una herencia porque soy hija única. Por eso y porque tengo una pareja con la que me puedo comprar, con mi dinero, la casa que me dé la gana", espetó la ministra Irene Montero a una señora que le preguntó por su chalet. 

Y Montero tiene más razón que un santo. Dan, de hecho, ganas de aplaudir y de gritar, como si de una pelea de colegio se tratara: "¡Venga, ahora rómpele las gafas!".  

En un segundo, Montero hizo este miércoles una defensa de la libertad individual que debería de haberse grabado para difundir en los canales oficiales de su partido si no fuera porque Podemos lleva años demonizando todo lo que la ministra acababa de reivindicar.

Desde que llegó a la política, el partido morado ha dibujado una línea en el centro de sociedad española. A un lado, la casta. Al otro, la gente de bien. Y casta era todo aquel que Podemos decidía que lo era. O que lo parecía.

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La política no debería ser tan mediocre como para convertir la compra de un chalet en un argumento de confrontación. Pero fue el propio partido de Montero el que introdujo en el debate público la moda de poner bajo sospecha el modo en que viven los ciudadanos.

Porque el problema del chalet de Montero y Pablo Iglesias no radica en el discurso político, sino en la imaginería social resumida en las palabras de la señora que se enfrentó a la ministra. "Si eres como nosotros, vive como nosotros". Se puede ser comunista y tener un chalecito con jardín y piscina. Pero en el precio del chalet hay quien cobra un cargo por descrédito.

Ese cargo lo introdujo el partido de Montero. Y ahora ella paga el precio.

Son las personas a la que siempre dijo representar, como una más, la que ahora van a pedirle cuentas. Porque su partido les dijo que la gente que recibe herencias y hace con su dinero lo que le da la real gana no es de fiar.

Que es ser, como poco, de derechas. 

Y hay quien dice que la pregunta de la ciudadana es producto de la maquinaria mediática de la derecha que domina este país y que acosa a Irene Montero. Lo peor es que se lo creen tanto como Quique Peinado cuando dice que ser de izquierdas le ha perjudicado. O como Mónica García cuando se incluye en el grupo de madrileños que vive por debajo de sus posibilidades. 

Aquí la única verdad es que Irene Montero tiene toda la razón. Y que, efectivamente, es lo que siempre dijo que era: una más.

Porque la mayor parte de la población española quiere vivir mejor. En una casa siempre un poco más grande y sin tener que cerrar la terraza. Y llevar a los niños a un colegio de esos en los que los juguetes son naturales y no hiperestimulan al bebé, y donde aprenden a comer sólidos con técnicas de led weaning.

La realidad es que todos quieren ser de derechas en su vida privada. Que se lo pregunten a Emiliano García-Page, un buen hombre que sólo aspira, para poder dormir tranquilo, a un yerno al que poder preguntar en las reuniones familiares cómo se porta su hija. 

¿Es eso tanto pedir? Será, como decía Foucault, cosa del pequeño fascista que todos llevamos dentro.