Yo estoy a favor del aborto, pero no soy abortista. No es un error, lo he escrito a propósito. Ocurre que en el asunto del aborto una cosa es estar y la otra ser. Porque estar a favor del aborto es moralmente correcto. O al menos moralmente lícito. Pero ser abortista es una aberración moral. Entiéndanme, estoy hablando de quien es abortista como quien es del Betis, no de la mujer que aborta. 

Manifestantes a favor del aborto.

Manifestantes a favor del aborto. Reuters

Sobre por qué es un error concebir el aborto como un derecho ha escrito mejor que yo Ferran Caballero en su columna de ayer en EL ESPAÑOL, así que les emplazo a leerla antes de seguir por aquí. Pero déjenme añadir, partiendo de lo explicado por Ferran, que mi opinión es que las mujeres deben tener derecho a abortar, pero que el aborto no debería ser un derecho. 

La diferencia entre ser un derecho y tener derecho a es, de nuevo, relevante. 

Toca Ferran en su columna un punto interesante que ejemplifica con esas declaraciones de una consejera feminista de la Generalitat que cree que "no se está garantizando" lo suficiente el derecho al aborto. Y eso en una Cataluña donde el aborto es libre y donde el 25% de los embarazos acaba en aborto.

¿Cuántos deberían ser para que la consejera creyera que el aborto está "suficientemente" garantizado? ¿El 30%? ¿El 50%? ¿Todos?

Menciona también Ferran un show del humorista americano Louis CK donde este habla del aborto en términos que Ferran interpreta burlones, pero que yo leo al revés: como una sátira de aquellos que conciben el aborto como un derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo. "La vida humana no es TAN importante" dice Louis CK en un momento de su show. Y ahí está resumido todo el meollo del nihilismo abortista. 

Hay un detalle especialmente significativo en ese show (llamado 2017, lo encontrarán en Netflix) que me interesa analizar.  

Empieza Louis CK diciendo que él está a favor del aborto y que cualquiera que crea que necesita abortar debería hacerlo "y rápido". Luego, Louis CK compara abortar con "cagar": "Creo que el aborto es 100% lo mismo que cagar".

"O no" añade de inmediato. "O el aborto es como cagar… o es matar a un niño. Es una de esas dos cosas. No es ninguna otra cosa. No hay otra opción. Así que si te ha desagradado oír que abortar es como cagar, es que crees que el aborto es matar a un niño".

Y luego añade: "Pero yo creo que las mujeres tienen derecho a matar niños". 

Y en ese instante se produce ese detalle significativo del que hablo. El público estalla en aplausos y se oyen los gritos de varias mujeres que jalean la frase de Louis CK. 

Y esos gritos jaleosos, esos gritos que me niego a calificar de humanos, son precisamente el motivo por el que yo estoy a favor del aborto, pero no soy abortista. Porque existe gente sobre la faz de la tierra, y no precisamente en número menor, que no entiende el aborto como una solución de último recurso, excepcional y atroz, sino como una bandera, como un "jódete" a vete tú a saber qué neura (el heteropatriarcado, el capitalismo, el sistema, los fachas, los hombres) en el culo de una vida ajena.

Es decir, como la reivindicación de un derecho a no se sabe bien qué. Y, como tal derecho, merecedor de exhibición y uso discrecional.

Lo recuerda de nuevo Louis CK cuando se burla de esa gente que dice que el aborto debería ser "legal y excepcional":

— ¿Por qué "excepcional"? —dice Louis CK—. Si es legal, es como cagar. Si dices que debería ser "excepcional", es porque es matar a un niño. 

Comprendo perfectamente que esa distinción entre ser abortista y estar a favor del aborto es puro toreo de salón y que al abortado le importa un pimiento mi disquisición porque las dos opciones acaban con él en la trituradora de carne. Pero ese es el fardo moral con el que cargamos aquellos que creemos que el aborto es un mal mayor destinado a impedir un mal todavía peor. 

No soy capaz, en cualquier caso, de expresar mi postura de otra manera que con esa distinción. Estoy a favor del aborto, pero también sé que el aborto está mal. Aunque también sé que la alternativa al no-aborto es peor. Mucho peor, en determinados casos. 

Y ahí, en ese equilibrio miserable de cobarde que no quiere hipotecar su vida por un descuido o por un engorile, se mueve mi moral. Sólo un peldaño ético por encima de esas descerebradas que gritan "YEAH" cuando se les dice que las mujeres tienen derecho a matar a sus hijos. 

Manifestantes a favor y en contra del aborto se enfrentan a las puertas del Tribunal Supremo de los Estados Unidos.

Manifestantes a favor y en contra del aborto se enfrentan a las puertas del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Reuters

Por supuesto, mi dilema desaparece por completo en caso de riesgo para la madre, violación o malformación del feto. Mi dilema desaparece también por completo durante las primeras semanas del embarazo. Porque si la primera actividad cerebral se produce a las siete semanas de embarazo, y si el sistema nervioso se empieza a desarrollar entre la semana 16 y 18, eso deja un razonable margen para el aborto libre. 

Mis dudas se disipan también, en sentido contrario, a partir de la semana 22, momento en que el feto empieza a percibir los estímulos del mundo exterior y que los médicos consideran el umbral de la viabilidad. Sin ninguna duda, un aborto a partir de ese momento implica acabar con una vida humana y sólo debería ser permitido en casos excepcionales (los mencionados en el párrafo anterior). 

No entro siquiera en el argumento de aquellos que defienden el aborto con el argumento de que el feto no es una vida "independiente" porque "depende" de la madre para su supervivencia. Según ese argumento, todos los ciudadanos dependientes serían propiedad de sus cuidadores, que podrían decidir acabar con ellos cuando les plazca. 

Mi repulsa moral por aquellos que dicen ser abortistas tiene mucho que ver con sus lamentables argumentos, en su mayoría rayanos en la eugenesia. Ni un feto es "parte" del cuerpo de la mujer, ni un feto es "un montón de células dependientes" en el sentido en que lo es un parásito intestinal, ni un aborto es una cuestión de "salud pública".

El aborto, y ese es el único argumento que respeto, es una decisión estrictamente egoísta de aquellos que por las razones que sea (inmadurez, condiciones sociales, error de juicio o pura y simple voluntad personal) no desean hipotecar su vida con un hijo en ese preciso momento o con esa precisa pareja. 

Y no hay más. A eso se reduce todo. 

No tendremos este debate, en cualquier caso, dentro de unas décadas. La generalización de la píldora del día después o de cualquier otro avance farmacológico similar acabará de raíz con el problema y nos evitará tener que argumentarle a los trogloditas de nuestra sociedad por qué está feo lanzar hurras a la frase de "las mujeres tienen derecho a matar niños", aunque sea durante un espectáculo humorístico.  

Mejor dicho. No es que esté feo. Es que es inquietante, por no decir tétrico. 

Hay un segundo momento interesante en el espectáculo de Louis CK. Es ese en el que habla del suicidio y en el que describe la miserable vida de algunas personas que, a pesar de esa miseria, deciden seguir viviendo y no suicidarse. "Podrías acabar con ese sufrimiento de raíz" dice Louis CK. "Oh, me han puesto una multa de tráfico. Que les jodan, voy a suicidarme" satiriza.

Pero Louis CK toca un punto interesante. Porque ¿con qué derecho nos arrogamos la potestad de decidir que la vida de determinado niño no es merecedora de ser vivida (por unas pésimas circunstancias socioeconómicas, por ejemplo) cuando nosotros, en caso de estar sufriendo esas mismas circunstancias, no optaríamos jamás por el suicidio? 

Y por todo lo explicado es por lo que estoy a favor del aborto, pero no soy abortista, y por lo que siento un profundo desprecio moral por aquellos que creen que el derecho al aborto debe ser jaleado con el puño en alto, una batucada de fondo y un cartelito con algún eslogan miserable.