Es un ejercicio interesante. Consiste en comparar los abajofirmantes de la plataforma por el "no" en el referéndum de la OTAN (1986) con los del Defender la alegría, conocido popularmente como "vídeo de la ceja" (2008). Son casi los mismos. ¿Qué sucedió en esos 22 años? El PSOE pasó de tener una relación muy tensa con el entorno político e intelectual de Izquierda Unida durante la etapa de Felipe González a zamparse ese espacio electoral en los años de José Luis Rodríguez Zapatero. Irak jugó un papel fundamental. Zapatero pudo situarse en un punto intermedio entre José María Aznar y Gaspar Llamazares.

Los expresidentes Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar y Felipe González.

Los expresidentes Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar y Felipe González. Reuters

En su lugar, apostó por resultar indistinguible del segundo. Electoralmente, la jugada le salió redonda. Aquí se explica su sintonía con Pablo Iglesias. ¿Por qué la calle estuvo tranquila durante los años 2009 y 2010, caracterizados por la velocidad de la destrucción del empleo? El 15-M no llega hasta 2011. 

Para entonces, Zapatero ya ha anunciado que no se presentará a las siguientes elecciones generales. Lo que se vislumbra en el horizonte es una victoria del PP, presumiblemente arrolladora, en los comicios autonómicos y municipales. Sólo esa certeza del fin del zapaterismo impulsa lo que terminaría cristalizando en Podemos.

La irrupción de este partido en 2014 crea el espejismo del retorno a las viejas relaciones entre el PSOE y lo que queda a su izquierda. Pedro Sánchez gana sus primeras primarias envuelto en la socialdemocracia de González. Hay menciones a la cal viva en sede parlamentaria. Ferraz busca confrontar un discurso de partido de Estado frente a los amiguetes de Somosaguas, producto coyuntural de la indignación.

El partido mantiene sus posiciones frente a los bandazos de su secretario general, al que termina defenestrando. Cuando vuelve menos de un año después, envía mensajes contradictorios sobre su capacidad de entendimiento con Iglesias. Sin él, jamás hubiese habido masa crítica para que prosperase la moción de censura de 2018. Sánchez jugó a gobernar como si tuviera absoluta. Dos elecciones generales después, cayó en la cuenta de que prefería el insomnio en la Moncloa a dormir en su casa.

El acuerdo de la Dormidina podía funcionar en un mundo de tuiteros reflexionando sobre pronombres mientras apuran un Caramel Macchiato en Starbucks. No entraremos aquí en el primer choque con la realidad que supuso la pandemia. Ahora, es Vladímir Putin el que nos recuerda hasta qué punto eran banales los temas que venían entreteniendo el debate público. La dichosa realidad coge de las solapas a nuestro tuitero y le vuelca medio café.

Nos hemos acostumbrado a que estas sacudidas sólo se traduzcan en unos instantes de zozobra. Tras ellos, se reordenan las ideas hasta que se consigue que quepan en el molde que tenemos preestablecido. Que les pase a los prescriptores es triste. Que suceda con una buena porción de los integrantes del Gobierno es preocupante. Pero, como acabamos de ver, sólo están siguiendo el camino que ya transitaron sus antecesores en ese espacio político.

Sánchez puede salir de gira europea a completar el álbum Panini del perfecto estadista. Fuera, es posible hasta dar el pego. Ahí tenemos el frenesí táctil de Emmanuel Macron. Pero aquí la performance resulta más difícil. Esa invasión a 4.000 kilómetros de Madrid sitúa al presidente ante la cara más cruda del que ha sido su principal dogma político: que el PSOE está más cerca de ERC o EH Bildu que del PP.

El punto de partida ya era dudoso de por sí. Con una guerra de dominación impulsada por una potencia nuclear en suelo europeo, nos acercamos al turista que quiere pasar inadvertido entre los locales mientras camina con un mapa desplegado entre las manos.

El presidente va a tener que escribir esta adenda de Manual de resistencia sin ayuda de Irene Lozano. Todo recomienda aparcar la polarización con la que ha hecho fortuna política y pasar este trance apoyado en quienes pueden discutir infinitos asuntos del día a día en la gobernanza de una democracia liberal, pero no la democracia liberal en sí misma. No es ya un giro de guion. Es un cambio de personaje.

Terminamos estas líneas empezando a oler otro incendio, ahora a cuenta de Marruecos y el Sáhara. Así no hay quien se beba el Caramel Macchiato.