"Sus primeras armas deben ser la persuasión y la fuerza moral, recurriendo sólo a las que lleve consigo cuando se vea ofendido por otras, o sus palabras no hayan bastado". Así reza el artículo 18 del primer capítulo de la Cartilla del Guardia Civil, aprobada por Real Orden de 20 de diciembre de 1845, aunque su autoría no deba atribuirse a la reina firmante, la entonces adolescente Isabel II, sino a Francisco Javier Girón y Ezpeleta, segundo duque de Ahumada y organizador del cuerpo.

Aparece en este párrafo un concepto, "fuerza moral" que siempre tuvo presente aquel hombre que ofició de ingeniero de una de las instituciones más sólidas de las que ha acertado a proveerse el Estado que sirve a las necesidades, los derechos y las libertades de los españoles. Así lo dicen las encuestas de opinión del presente, pero así también lo atestigua una historia en la que, con inevitables luces y sombras, ha sido la Guardia Civil y han sido sus hombres y mujeres reiterada garantía de solvencia en la defensa del Estado de derecho, el interés general y, sobre todo, la dignidad y la integridad de los ciudadanos.

La idea, plasmada finalmente en la Cartilla, ocupaba sin duda un lugar central en el pensamiento de aquel hombre, que aspiraba a crear un cuerpo de seguridad profesional, neutral y que sirviera de veras a la protección de todos, y no a la agenda de los caciques o los gobernantes de turno, como había sido el caso de la fuerza a la que vino a reemplazar en esa función, la poco competente y todavía menos fiable Milicia Nacional.

Así nos lo corrobora una de las varias circulares emitidas por el duque como inspector general del cuerpo. Fechada el 5 de octubre de 1844, hace hincapié en la formación militar de los guardias civiles, de la que, afirma, "depende no solamente su comportamiento en lo sucesivo, sino muy principalmente, tanto el mayor lustre del Cuerpo, como los grandes servicios que debe prestar al Estado en todos conceptos" y, en última instancia, "hacerlo respetar por medio de la fuerza moral que adquieran los individuos". Aunque sean las palabras de un hombre del siglo XIX, la consistencia de su creación le otorga algún crédito: no por casualidad la Guardia Civil nació como un cuerpo militar.  Como ya advirtiera Manuel Azaña, despojarla de esa condición equivaldría a desnaturalizarla. Cabe temer que entre aquellos que hoy vuelven a apostar por la desmilitarización, junto a los que lo hacen por motivos legítimos, se cuente alguno que más bien busca desdibujar lo que la Guardia Civil ha sido y es.

La vida militar tiene rasgos de exigencia especial, que no todos pueden o quieren asumir: para eso el acceso a ella es hoy enteramente voluntario. Ahora bien, esto no debe llevar nunca a confundir la condición de guardia civil con la de soldado. En esa misma circular, el duque de Ahumada advierte, por ejemplo, que los guardias "nunca deben ser reconvenidos, y mucho menos castigados en público", por cuanto ese trato, más o menos usual para la soldadesca de la época, iba en detrimento de su fuerza moral y de la autoridad para ejercerla. En este siglo XXI, lo que cabe preguntarse es si a los guardias civiles se les debe seguir aplicando el Código Penal Militar, como está ocurriendo en estos momentos con tres agentes andaluces, cuando las funciones que desempeñan tienen naturaleza policial. Que sean militares no impide revisar esta práctica, anacrónica y que el paso del tiempo ha vuelto contraproducente, para los mismos fines por los que el hombre que dio forma a la Benemérita quiso que sus miembros aceptaran los valores, el carácter y los rigores de la milicia.