Cuando en mayo Corea del Norte lanzó varios misiles balísticos desde su costa oriental, la reacción de Corea del Sur fue inmediata: condena conjunta con Washington y Tokio por lo que consideraron una “grave amenaza” a la paz regional.
Sin embargo, semanas antes, un misil norcoreano tipo KN-23 -diseñado para golpear objetivos en territorio surcoreano- impactó en un edificio residencial en Kiev y mató a 12 civiles. Desde Seúl, no hubo respuesta.
Ese silencio se repite. Ni una palabra cuando Rusia desplegó sistemas antiaéreos para proteger a Pyongyang.
Tampoco cuando se reveló que instructores rusos entrenan a pilotos norcoreanos de drones en suelo norcoreano.
Y menos aún tras las declaraciones de Kim Jong-un de apoyo “incondicional” a la guerra de Putin.
El fenómeno preocupa a los analistas: “Deberíamos estar alarmados”, señala Chun In-bum, excomandante de fuerzas especiales surcoreanas. Y añade: “Pero es propio del ser humano evitar la catástrofe o ser indiferente al horror de la realidad”.
En el frente
Según la inteligencia militar ucraniana, Corea del Norte suministra el 40% de las municiones utilizadas por Rusia.
La producción de armas en el país se ha disparado y Moscú paga directamente por los envíos. En otoño de 2024, Pyongyang envió 12.000 soldados a la región rusa de Kursk.
Desde entonces, el despliegue se ha ampliado con otros 6.000 militares, 1.000 ingenieros, expertos en puentes, logística, electricidad, policía militar e intérpretes. Muchos de ellos participan en la reconstrucción de zonas destruidas por los combates.
Para el régimen norcoreano, la guerra ha sido una oportunidad sin precedentes. Sus tropas ganan experiencia en conflictos modernos, algo que, según el general Vadym Skibitskyi, subdirector de inteligencia militar ucraniana, ninguna otra nación del entorno -ni Japón, ni Corea del Sur- puede afirmar.
Además de munición, Rusia ha transferido tecnología que ha mejorado la precisión de los misiles KN-23, ahora empleados en ataques contra ciudades como Járkov.
Skibitskyi cuenta que los soldados norcoreanos capturados en enero mostraban un nivel de adoctrinamiento impactante: intentaronsuicidarse mordiendo sus propias venas para evitar ser interrogados.
Uno de ellos, interrogado sobre su deseo de regresar, respondió: “Sí. Seré tratado como un héroe. He luchado en una guerra moderna”.
Las tropas norcoreanas están aprendiendo a operar drones de reconocimiento y ataque, técnicas de guerra electrónica y tácticas de armas combinadas. Un salto cualitativo frente a su doctrina obsoleta.
El dilema surcoreano
Pese a esta transformación del enemigo, Seúl evita responder. En junio, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, lanzó una advertencia explícita: “Esto debe abordarse ahora, no cuando miles de drones Shahed mejorados y misiles balísticos amenacen Seúl y Tokio”. Pero en Corea del Sur prevalece la cautela.
Según el analista Yang Uk, del Instituto Asan de Estudios Políticos, reconocer la amenaza obligaría a una respuesta más contundente, incluyendo la posibilidad de enviar armas a Ucrania, algo muy impopular en la sociedad surcoreana.
Además, el recuerdo del intento fallido de declarar la ley marcial en diciembre por parte del expresidente Yoon Suk-yeol ha dejado huella: el nuevo Gobierno de Lee Jae-myung prefiere evitar conflictos.
Su política de “diplomacia pragmática” se centra en la recuperación económica y en no enemistarse con actores que aún tienen influencia sobre Pyongyang.
El silencio de Seúl también refleja una vieja ambigüedad estratégica. Corea del Sur ha evitado tradicionalmente involucrarse en conflictos exteriores.
Por otro lado, Moscú fue, antes de la guerra, uno de sus principales socios comerciales. Y a nivel doméstico, el Partido Democrático de Lee -de tendencia progresista- es más proclive a mantener puentes con el Norte, lo que refuerza la inacción.
Nuevas amenazas
Parte de la parálisis, advierten expertos, es burocrática. Los procesos de adquisición militar y planificación llevan años, mientras que las amenazas evolucionan en cuestión de meses.
“Nos enfrentamos a un ‘super Godzilla’ de nivel 10”, dice Chun In-bum, “pero la burocracia sólo ve un tigre”.
Skibitskyi coincide: la doctrina militar surcoreana sigue anclada en una era anterior a los drones.
Consultado por The Guardian, el Ministerio de Defensa surcoreano evitó aludir al peligro que representan los soldados norcoreanos con experiencia en combate real.
Se limitó a denunciar que la participación de Pyongyang en la guerra viola la Carta de la ONU.
Queda por ver si esta postura responde a una estrategia deliberada o a una inercia institucional. Pero para Chun, las señales son claras: “Esto es como un tren a toda velocidad que viene hacia ti. Más vale apartarse o empezar a prepararse... mientras aún hay tiempo”.