Padre e hija en la bodega K5.

Padre e hija en la bodega K5.

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Amaia, hija de Karlos Arguiñano: "Trabajé un año sin mi padre para sentir que me ganaba un sitio sin su apellido"

La pequeña del clan Arguiñano ha reconocido en varias ocasiones que prefiere no hacer uso de su apellido para que su trabajo hable por sí mismo.

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El apellido Arguiñano forma parte de la vida cotidiana de España. No es de extrañar: hay un hombre vestido de blanco que lo lleva con orgullo y buen humor desde 1990, cuando empezó a cocinar en la televisión para todo el país. Con su delantal, sus chistes y sus recetas, Karlos convirtió su apellido en una marca reconocible.

Popularizó la cocina casera, fue galardonado con una estrella Michelin y lideró audiencias durante años. Karlos Arguiñano es la viva imagen de toda una generación y forma parte de los recuerdos de las siguientes. En España, pocos rostros resultan tan familiares. Sin embargo, convivir con un apellido tan reconocido no siempre es sencillo.

La fama también se hereda, y para Amaia, la hija pequeña del cocinero, ese reconocimiento colectivo ha tenido una doble cara. Llevar el apellido Arguiñano abre puertas, pero también puede marcar expectativas. Por eso, antes de incorporarse a la bodega familiar, decidió probar suerte en una fábrica, lejos de los focos y etiquetas.

La historia de Amaia Arguiñano

Amaia Arguiñano (Zarautz, 38 años) creció entre los fogones de uno de los cocineros más populares de la televisión. Es la única de su familia con carrera universitaria, contando con una ingeniería técnica mecánica y una ingeniería superior industrial especializada en materiales, cuenta en una entrevista concedida a El País.

Fue precisamente mientras estudiaba cuando comenzó su trayectoria laboral. La pequeña del clan Arguiñano trabajó durante varios veranos en la recepción de un hotel y en la barra de un restaurante, una experiencia que, lejos de despertar su vocación hostelera, le sirvió para confirmar que no quería seguir ese camino.

Al terminar la universidad, Amaia tenía claro que quería abrirse camino por su cuenta. Antes de dar el siguiente paso profesional, sintió la necesidad de saber cómo era trabajar sin que su apellido influyera en nada. Así que aceptó un puesto en una fábrica, donde pasó un año aprendiendo el valor del esfuerzo anónimo.

Tal y como explica al medio citado, esta independencia profesional no era por motivo de rechazo hacia su identidad, sino de mostrar su valía como persona individual. "No me pesa el apellido. Yo no tengo que demostrar que cocino bien o cuento los chistes como él, cada uno es diferente y siempre nos han enseñado en casa que tenemos que ser como somos y no tenemos que imitar a nadie".

Esa etapa en la fábrica marcó el inicio de su carrera. Tras un tiempo de aprendizaje, viajó a San Francisco, donde pasó nueve meses estudiando inglés y donde también experimentó lo que era "estar lejos de la familia".

A su regreso, se ofreció a trabajar en el equipo de motos de su padre, que estaba a punto de comenzar el mundial. La aceptaron como telemétrica, la persona encargada de controlar los sensores de la moto y analizar los datos en pista. "Era currar en el box. Y así empecé", confiesa.

Amaia y Karlos Arguiñano con el nuevo Kaiaren 2016.

Amaia y Karlos Arguiñano con el nuevo Kaiaren 2016.

Sin embargo,"llegó un momento en el que quise tener familia y no me veía viajando todo el rato, sino estando aquí, en casa. Y volví", confiesa. Un regreso que dio comienzo a su etapa final: la gestión de la bodega 'K5' de txakoli, donde elaboran distintos productos, todos ellos basados en la uva 'Hondarrabi zuri'.

Amaia cuenta que, durante años, evitó mencionar su apellido. Reservaba mesas en restaurantes con el nombre de su madre o incluso con el de una amiga, solo para comprobar cómo la trataban sin esa asociación inmediata con el famoso chef. "Aún, a veces, me cuesta decirlo, incluso cuando organizo visitas en la bodega", admite.

Sin embargo, lo primero que uno ve cuando quiere una visita en la bodega es una escultura de su padre. "Ahora no se me olvida mi apellido", dice entre risas.

Su relación con el trabajo y con la fama de su familia está marcada por el ejemplo de sus padres. "Mi padre empezó en la tele cuando yo tenía dos años, pero nos han educado normal, para que no llamáramos la atención ni nos sintiéramos más que otros. Mis padres han sido supertrabajadores toda la vida”, explica.

Esa educación, basada en la humildad y el esfuerzo, parece haber dejado huella en una mujer que ahora gestiona una bodega con la misma filosofía de constancia que aprendió en casa.