La actriz recibió el León de Oro Honorífico en el 82º Festival de Cine de Venecia el 1 de septiembre.

La actriz recibió el León de Oro Honorífico en el 82º Festival de Cine de Venecia el 1 de septiembre. Europa Press

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El resurgir de Kim Novak: la musa de Hitchcock que juró no volver a Hollywood y encontró una nueva vida en la pintura

La actriz ha recibido recientemente el León de Oro Honorífico de la Mostra de Venecia y es la protagonista del documental 'Kim Novak’s Vertigo'.

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Janina Pérez Arias
Publicada

Kim Novak no suele obviar las señales que le da el universo. Estando en la cúspide de la fama, un día de finales de la década de los 60, decidió abandonarlo todo. El mundo le habló en forma de un deslave en Bel Air que la dejó damnificada.

Alguna vez contó que entonces recogió lo poco que se había salvado (algunas fotos, cuadros y sus animales), con pesadumbre se montó en su coche, y cuando bajaba por el Big Sur se detuvo frente a la inmensidad del océano; se desnudó y se zambulló en el agua.

Quien haya dicho alguna vez que el mar todo lo cura, tuvo razón, ya que Kim, al salir del frío Pacífico, se prometió no retornar a Hollywood.

La anécdota casi de película tiene un giro de guion. Ella volvería a ponerse enfrente de las cámaras para interpretaciones menores, sin alardes, casi obviando el estatus de gran estrella ganado a pulso con roles inolvidables en una buena cantidad de películas.

Entre ellas está Vértigo, de Alfred Hitchcock (1958), en la que interpretaba un doble rol que le valió de una vez por todas el respeto en una industria poco amable hacia las féminas.

A sus 92 años, tras unas seis décadas de aquella decisión, Novak se dejó celebrar en la 82 edición de la Mostra de Venecia, donde le concedieron el León de Oro Honorífico y se proyectó a modo de estreno mundial el documental Kim Novak’s Vertigo (de Alexandre O. Philippe).

La actriz es todo un ícono, una de las representantes —y pocas supervivientes— del llamado viejo Hollywood. Una mujer que plantó cara al sistema tiránico de los estudios de aquella época, y quizás una de las primeras celebridades que habló abiertamente de su trastorno bipolar.

No tiene precio escuchar su voz, que conserva intacta, en una clase magistral ofrecida en Venecia. En ella habló mucho de su pasado, y de su presente, como también expresaría ya hacia el final del encuentro su “preocupación” hacia Scandalous.

Se trata de un proyecto cinematográfico que abordará su romance con el cantante y actor afroamericano Sammy Davis Jr. (en 1957), dirigido por Colman Domingo y en el que Sydney Sweeney la interpretará.

No quiero ser recordada como una actriz, sino como una artista”, terminaría por argumentar Kim Novak aquella tarde.

Mantener la identidad

Haber llegado a la cúspide de la meca del cine nunca fue siquiera un pensamiento albergado. “De niña era tan tímida que cuando teníamos visita en casa, me escondía detrás de las cortinas, hasta que mi madre me sacaba de ahí, y yo muerta de vergüenza…”, recuerda. Y agrega que “podría haber estado muy a gusto al otro lado de la cámara”.

Su vocación fue la pintura desde que tiene memoria. “Ha sido el amor de mi vida”, sentencia: “No era buena en la escuela, pero me dieron una beca para asistir al Chicago Art Institute, y eso me proporcionó un propósito en la vida, algo en lo que podía distinguirme y sentirme fuerte”. En frases como esas es cuando la celebridad deja asomar a Marilyn Pauline Novak (Chicago, 1933).

En Kim Novak’s Vertigo, cuya columna vertebral es una larga entrevista concedida el año pasado en su rancho en Oregon, se anima a explayarse en sus orígenes europeos, en su vida familiar no tan placentera (con un par de detalles que rayan en lo escabroso), y en su abuela, una mujer de espíritu libre, que constituyó algo parecido a su norte.

Kim Novak y Alfred Hitchcock en el rodaje de 'Vértigo'.

Kim Novak y Alfred Hitchcock en el rodaje de 'Vértigo'. GTRES

En la infancia y juventud de la artista se descubre una constante: fuerzas externas que siempre intentaron cambiarla, borrar su identidad. Si bien había sido modelo de una marca de neveras, más por razones económicas que por estrategia profesional, un verano llegó a Los Ángeles desde Chicago con una amiga, y entonces fue cuando un cazatalentos se fijó en ella.

Novak resume la aventura: a raíz de un pequeño rol en la película The French Line (1953), consiguió un contrato con Columbia Pictures. Y aunque se le abrieron las puertas, confiesa que “no fue tan fácil empujarlas”.

Ya como una anécdota divertida, que se sospecha no lo fue en su momento, cuenta que el jefazo del estudio, Harry Cohn (a quien define como “un tirano”), no se mostró muy convencido de ella. “Escuchó mi voz y me dijo que nadie estaría dispuesto a oírme porque hablaba muy suave, no estaba, pues, en la lista de sus favoritas”, relata.

En aquel tiempo, cuando los estudios cinematográficos ‘poseían’ a sus actrices y actores, controlando sus vidas hasta el más mínimo detalle, a la joven recién llegada, sin preparación interpretativa además, primero le cambiaron el nombre. Evidentemente, ya existía una Marilyn, también rubia, y en pleno estrellato.

Me querían poner Kitt Marlo”, rememora la legendaria actriz, agregando que alegaban que se le tenía que relacionar con una pequeña felina. “¡Pero yo no soy ninguna gatita!”, reproduce su rebeldía trayendo al presente aquel momento en el que tuvo que luchar por mantener su apellido, al que consideraba parte importante de una identidad que el estudio estaba dispuesto a desvanecer.

A Novak también intentaron cambiarle su apariencia física, transformarla para que calzara en los cánones de belleza de la época; cuántas veces habrá callado al escuchar que el jefe del estudio la llamaba reiteradamente ‘la gorda Polack’.

“Lo más ridículo de todo esto es que te fichaban porque veían en ti algo especial, pero una vez allí, les superaba la inseguridad, así que te iban agregando pequeños detalles de otras estrellas ya consagradas”, describe, alabando de paso la libertad que tienen hoy en día las actrices.

Nací en la época equivocada. Me encantaría formar parte de la industria cinematográfica actual, pero me temo que no podría recordar todas mis líneas”, se lamentaba medio en broma.

"Por suerte ahora soy mayor, y la apariencia física ya no importa, pero en aquel tiempo sí que lo hacía”, reflexiona y recuerda cuando Joshua Logan, el director de Picnic (1955), otra de sus emblemáticas cintas, le dijo que la belleza es un hándicap.

“Y, en efecto, lo era para mí porque no esperaban que fuese capaz de hacer nada con significado”, admite la que se hartó de ser la ‘chica guapa’. Kim sacó las garras, hasta el punto de buscar ella misma papeles de envergadura. El de Madeleine Elster/Judy Barton en Vértigo fue uno de ellos.

“Me encantó interpretar ese doble rol porque me dio la oportunidad de expresarme desde un punto de vista completamente diferente; se trataba de una vida que conocía al dedillo, que es cuando tratan de cambiar tu identidad, por eso fue muy natural entender ese doble rol y sus significados”, comenta sobre sus personajes en el filme de Hitchcock.

La cinta le permitió explorar desde la interpretación sus propias oscuridades. Luego conocería que estas tenían el nombre clínico de bipolaridad.

Kim Novak y David Bowie en 'Just A Gigolo' en 1978.

Kim Novak y David Bowie en 'Just A Gigolo' en 1978. GTRES

Para algunos de sus coprotagonistas saca variopintos comentarios: James Stewart, “un caballero”; Frank Sinatra “me apoyó mucho cuando se enteró de que estaba peleando por un aumento de salario y me dijo ‘tú vales mucho más de lo que te pagan’”.

De otros, a quienes ampara en el anonimato, no tiene tan buenos recuerdos. "Varios creían tener la verdad de la actuación en sus manos”, afirma con una sonrisa irónica.

Le tocó trabajar bajo las órdenes de directores que tenían fama de ogros, como Otto Preminger (El hombre del brazo de oro, 1956), pero supo metérselos en un bolsillo. “Todo lo que tenía que hacer era ser puntual y saber mis líneas, cosas a las que la mayoría de la gente no da importancia, pero sí que la tienen”, devela otro de sus secretos.

Se explaya al hablar de Hitchcock, de quien dice haber tomado para sus pinturas el “amor hacia el misterio”. A Billy Wilder (que la dirigió en la comedia Bésame, tonto) lo encumbra como su director favorito diciendo que “tenía un gran sentido del humor”. Elogia a Richard Quine (con quien rodó La casa número 322, Me enamoré de una bruja y Un extraño en mi vida).

“Me enamoré de él, creía en mí, y por eso sentí que yo podía hacer muchas cosas”, de este último cuenta la relación fue más allá de lo profesional. “Nos comprometimos, pero yo nunca he sido muy fan del matrimonio”, afirma Novak, para luego argumentar que “cuando te casas, tal como en el negocio del entretenimiento, tratan de cambiarte, aunque no sea de manera intencional”.

“Si bien hay amor, para mí el matrimonio siempre tuvo que ver con rendirse ante un hombre”, sostiene, y cuenta lo siguiente de su segundo marido, el veterinario Robert Malloy, con quien estuvo casada durante 44 años.

“Perdí a mi esposo (en 2020) y le echo de menos, pero, por otra parte, ahora puedo hacer muchas cosas, en especial con la pintura”. Ella no se corta: “Cuando tengo la necesidad de pintar, simplemente me pongo en ello. Me encanta tener esta pasión, y poder seguirla, expresarme cuando lo necesito”.

Kim Novak con su León de Oro Honorífico en la Mostra de Venecia.

Kim Novak con su León de Oro Honorífico en la Mostra de Venecia. A. Avezz

Y es justo en la disciplina donde quizás Kim desaparece para volver a ser Marilyn Pauline. Entre sus lienzos y colores encuentra lo que el otro arte no pudo darle: "En el cine tienes a mucha gente alrededor diciéndote lo que debes hacer, mientras que aquí yo soy mi propia directora, la actriz y todo. Para mí se trata de la libertad absoluta".