Alaitz Leceaga, invitada del pódcast.

Alaitz Leceaga, invitada del pódcast.

Protagonistas

La escritora Alaitz Leceaga revela la realidad de la central nuclear de Lemóniz: "Es un monstruo vasco dormido"

La última princesa es un thriller atmosférico que transcurre en 1992, el año en el Lemóniz quedó marcado por la violencia de ETA y la controversia alrededor de la planta.

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Rosa Sánchez de la Vega
Publicada

Alaitz Leceaga, reconocida autora de novela negra y ganadora del Premio Fernando Lara 2021, ambienta La última princesa en el País Vasco de los años noventa, una época marcada por la violencia de ETA y la controversia alrededor de la central nuclear de Lemóniz.

Aunque la planta estuvo terminada, nunca llegó a funcionar debido a la presión vecinal, ecologista y los ataques que la convirtieron en un símbolo de conflicto.

Nora Cortázar, criminalista neurodivergente con un pasado oscuro, regresa a Lemóniz para investigar un asesinato que desvela secretos familiares y leyendas ancestrales.

En un pueblo donde reinaba el silencio y la memoria dolorosa, la vieja central nuclear y una plataforma marítima abandonada se convierten en el escenario de una historia donde lo personal y lo político se mezclan.

Este thriller atmosférico revela que el mal no siempre es sobrenatural, sino heredado y oculto en secretos y silencios, mientras un primer amor ardiente se entrelaza con antiguos rituales y simbolismos.

La novela transcurre en 1992, en un lugar marcado por el miedo y el silencio: Lemóniz. ¿Por qué decidiste ambientarla en ese año y en ese entorno tan concreto?

1992 fue un año muy simbólico y contradictorio en España. Por un lado, estaban las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, que representaban esa promesa de modernidad, de apertura al mundo. Pero, por otro lado, había una realidad más oscura, sobre todo en Euskadi, marcada por el miedo, la violencia y el silencio.

Me interesaba ese contraste, ese país que miraba al futuro, pero que todavía tenía heridas abiertas. Además, es un año que recuerdo personalmente: uno de mis primeros recuerdos es ver de niña la inauguración de los Juegos Olímpicos. Llevaba tiempo queriendo escribir una historia ambientada en ese momento.

ETA convirtió a Lemóniz en uno de sus principales objetivos. ¿Cómo se gestionó desde las instituciones ese cruce entre reivindicación social y violencia política?

Fue un momento muy distinto al actual, realmente complicado. La oposición a la planta nuclear empezó incluso antes de ETA, durante los últimos años de la dictadura. Primero fueron los vecinos, los ayuntamientos de la zona, los que se movilizaron porque no la querían cerca de sus casas.

Después, ya más adelante, la banda terrorista comenzó su campaña contra la instalación y contra los trabajadores. Hoy en día, si te acercas allí, sigue siendo muy impactante: el paisaje es impresionante, con bosques, mar… y de pronto, esa construcción descomunal, abandonada.

Todo eso que pasó sigue estando presente. Ese contraste entre la naturaleza y esas edificaciones tan imponentes —la central y también una plataforma petrolífera en alta mar que se ve desde allí— refleja bien el momento histórico y social que se vivía.

Alaitz Leceaga junto a la central nuclear de Lemóniz.

Alaitz Leceaga junto a la central nuclear de Lemóniz.

Lemóniz marcó un punto de inflexión en el debate sobre la energía nuclear y la contaminación en España. ¿Cómo influyeron tanto la campaña violenta de ETA como la intensa presión vecinal y ecologista en que la central, pese a estar terminada, nunca llegara a funcionar?

Sí, totalmente. La presión vecinal fue enorme, y también la de las organizaciones ecologistas, que jugaron un papel muy importante. Venían activistas de toda Europa, organizaban protestas, sentadas… siempre desde la no violencia.

La fuerza fue tan grande que se acabó reconsiderando la puesta en marcha de la central. Y eso que estaba completamente terminada, con los reactores preparados y todo listo, solo faltaba introducir el combustible nuclear, que nunca llegó.

¿Y por qué crees que no llegó nunca ese combustible?

Esa es una de las preguntas que más me rondó mientras investigaba para la novela. Yo no había nacido cuando empezó todo esto, así que para documentarme me acerqué a Lemóniz a hablar con vecinos y trabajadores de la zona.

Muchos de ellos trabajaron en la construcción, aunque no quisieran la central. Me contaron que quizás no se llegó a pensar bien en lo que supondría, que no se valoraron todas las implicaciones. Incluso alguno me dijo: "Yo creo que desde el principio se hizo con la idea de que nunca llegara a funcionar". Es increíble, pero es algo que ellos realmente sentían.

Que la central de Lemóniz siga en pie, sin haberse destruido o reutilizado, ¿crees que la convierte en una especie de cicatriz simbólica en el paisaje y en la memoria colectiva?

Totalmente. Es una herida enorme, tanto visual como emocional, que sigue ahí como testigo de todo lo sucedido. Ha habido algunos intentos de proyectos para reutilizarla, pero su carga simbólica es tan fuerte que cualquier iniciativa nos devolvería mentalmente a ese pasado. De momento, no hay planes futuros para la planta nuclear.

Portada de 'La última princesa', el último libro publicado de Alaitz Leceaga.

Portada de 'La última princesa', el último libro publicado de Alaitz Leceaga.

¿Ha sido esta tu novela más difícil de escribir?

Uf, sí, sin duda. Aunque tiene elementos comunes con mis otras novelas, al tratar un tema cercano y real, me costó más hacerle justicia al entorno y a lo vivido. Eso me hizo la escritura mucho más compleja.

La historia comienza con una muerte y presenta a Nora, hija de un asesino y experta en criminología. ¿Por qué crearla así?

Nora Cortázar me fascina. Marcada por su familia y su Asperger de alto funcionamiento, logra ser profesora en Interpol en un campo poco reconocido en 1992. Me interesó cómo enfrenta sus circunstancias y se acepta mientras resuelve un asesinato.

Nora es una cazadora de monstruos y asesinos. ¿Crees que esa caza es una advertencia, una metáfora o ambas cosas?

Los escritores trabajamos mucho con metáforas y subtextos. Aquí hay monstruos literales y metafóricos. Es un recordatorio de que estos no son solo seres malvados con dientes escondidos en los rincones, sino que la maldad puede tomar muchas formas y esconderse incluso en los lugares más inesperados.

El padre de Nora impone, pero también proyecta una sombra sobre ella, ¿no?

Es un asesino famoso, y crecer a su sombra marca profundamente a Nora y a sus hermanos. Esa penumbra les acompaña a donde vayan, proyectando un peso constante. Así, ella vive esa dualidad: criada por un monstruo y cazadora de monstruos.

¿Qué se hereda de una madre ausente?

En esta novela, a diferencia de mis otras obras, las madres están poco presentes. En el caso de Nora, la ausencia de su madre y los secretos que ella y su familia guardan la marcan tanto como su padre asesino famoso. A veces, lo que no se dice puede tener tanto peso como lo que se dice, de hecho, casi siempre.

Hablas de las matrioskas, los lobos, los símbolos celtas... ¿Cuánto de esos elementos es construcción simbólica y cuánto proviene de una investigación real?

Para todas mis novelas investigo muchísimo, y esa parte del trabajo me encanta. En esta historia, los símbolos no solo del panteón precristiano de dioses vascos, sino también los celtas y paganos, están muy presentes y forman parte tanto de la novela como del paisaje.

Descubrí muchísimas cosas durante la indagación y tuve la oportunidad de visitar yacimientos históricos de la época, como el que aparece en la novela. Me encantó poder ir casi hasta la tumba de esa misteriosa princesa celta que marca un poco el inicio de la historia.

¿Por qué mezclas mitología con criminología y biología en la novela?

Me fascina mezclar elementos porque, aunque la novela negra puede estar saturada, siempre busco ofrecer algo diferente. Como lectora y autora, intento incorporar mis pasiones para sorprender a los lectores con giros inesperados en cada página. Eso para mí es fundamental.

¿La princesa es para ti un mito que hay que proteger o desmontar?

Creo que en esta historia la princesa no es la única figura femenina que aparece representada. También están las matrioskas misteriosas que aparecen en la cubierta y que van surgiendo a lo largo de la historia.

Es un arquetipo que, de alguna manera, está presente no solo en esta novela, sino también en mis otras historias. Siempre hay princesas y lobos. Por eso, al tratar simbolismo, misterio y leyenda, me parecía importante incluirla; además, sentía que esta novela también me lo pedía.

¿Seguimos educando a las niñas como princesas en el peor de los sentidos?

La verdad es que no soy madre, y creo que educar hoy en día, en 2025, es una tarea muy compleja. Enseñar implica pensar no solo en el presente, sino también en el futuro, en la sociedad en la que esa niña va a crecer, y en lo que es realmente mejor para ella. Es una responsabilidad enorme.

¿En cada bosque hay un lobo o quizás una loba?

Claro, volvemos a ese simbolismo. Pueden representar tanto lo peor como lo mejor de una persona. En Euskadi, hay un dicho que dice "en cada bosque hay un lobo", que es una advertencia: ten cuidado dónde te adentras, porque aunque tú no lo veas, el animal te está observando a ti.

Autoras de palabra con Rosa, Alaitz Leceaga

¿Qué te interesa del terror que se oculta en lo cotidiano?

Es cierto que cuando hablamos de un contexto histórico complicado como es este, tenemos muchos otros elementos aparte del contexto crítico o social. Tenemos también ese bosque misterioso. Y es cierto que en lo cotidiano puede esconderse algo terrorífico y algo espeluznante.

¿Ser princesa es una recompensa o una carga?

No soy princesa, pero en la historia la figura de la princesa cambia de significado: comienza con una carga que le damos y luego se transforma. Me gusta que sean los lectores quienes interpreten su significado, eso enriquece mucho la historia.

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