Autoras de palabra con Rosa, Gina Montaner
Gina Montaner, escritora: "Apoyar la eutanasia no es oponerse a la vida, es defender la libertad"
Su nueva obra es un homenaje a su padre, el influyente intelectual liberal y exiliado cubano, quien decidió terminar con su vida voluntariamente.
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En Deséenme un buen viaje, la periodista y escritora Gina Montaner narra con sensibilidad y lucidez los últimos meses de vida de su padre, el influyente intelectual liberal y exiliado cubano Carlos Alberto Montaner. Figura clave del pensamiento hispanoamericano y férreo opositor del castrismo, decidió poner fin a su vida a través de la eutanasia en Madrid, en 2023.
El libro es tanto una crónica íntima del adiós como una reflexión sobre la libertad individual, la memoria familiar y el derecho a elegir cómo morir.
El libro comienza con una frase muy directa y conmovedora: “Te pido que me ayudes a morir”. ¿Cómo fue ese momento?
Mi padre me lo dijo sin rodeos, con la serenidad de quien ya ha tomado una decisión profundamente meditada. No me sorprendió, aunque sí me conmovió profundamente. Llevaba tiempo preparándome para escuchar esas palabras, a pesar de que nunca hubiéramos hablado explícitamente del tema.
Fue en una cafetería cualquiera de Miami, ciudad donde vivíamos desde hacía una década. Siempre supimos que volveríamos a Madrid algún día. Él me habló con calma, con esa claridad que le caracterizaba. Me pidió que le deseara un buen viaje, y eso lo cambió todo.
En el libro hablas del derecho a decidir sobre la propia muerte con la misma legitimidad con la que otros deciden luchar por seguir viviendo.
Exactamente. Deséenme un buen viaje es tanto un testimonio íntimo como un documento sobre el proceso que vivimos para que mi padre pudiera acceder a la eutanasia. No se trata de contraponer el derecho a morir con el de seguir viviendo, sino de entender que la dignidad está en cómo cada uno decide enfrentarse a su final. Como le decía a una amiga, no hay una única forma de hacerlo dignamente.
Incluso quienes eligen luchar hasta el final en condiciones de deterioro profundo merecen nuestro respeto.
Por supuesto. Defender la muerte asistida no es despreciar el valor de quienes optan por vivir hasta el último aliento, aunque eso implique sufrimiento. Se trata de poder elegir. No se impone nada. Es el respeto profundo por la autonomía del otro.
¿Crees que deberíamos educarnos más sobre la muerte?
Absolutamente. Yo viví ese proceso muy de cerca con mi padre y fue una gran lección de humildad. La muerte nos aterra porque no nos han enseñado a convivir con ella. En nuestra cultura se esquiva, se oculta. Pero enfrentarse a ella con lucidez, hablarlo, compartirlo, es un acto de madurez emocional. Preferimos no saber, no ver, mantenernos cómodos… hasta que ya no podemos evitarlo.
Gina Montaner, posando con su obra. Cedida
¿El saber que el final se acercaba transformó vuestra relación en esos últimos meses?
Sí, profundamente. Vivimos esos meses con una intensidad extraordinaria. Fue un regalo, un tiempo suspendido donde cada conversación, cada gesto, cobraba un peso enorme. Fue doloroso, claro, pero también luminoso.
¿Esperabas que él te pidiera ayuda?
De algún modo sí. Cuando me lo dijo, a principios de 2022, ya sabíamos que padecía Parkinson, aunque luego se diagnosticó correctamente como parálisis supranuclear progresiva (PSP), una enfermedad devastadora.
Él siempre había defendido el derecho a la eutanasia, así que no me sorprendió su decisión. Pero sí, que no lo hubiese dicho antes. Y a pesar del impacto emocional, lo entendí perfectamente.
¿Te preguntaste por qué te eligió a ti para acompañarlo en ese proceso?
No me lo pregunté porque nuestra relación siempre fue muy profunda. Yo soy la hermana mayor, le llevo siete años a mi hermano, que vive en Los Ángeles. Siempre asumí un rol más cercano en el cuidado familiar, algo que ocurre con frecuencia en muchas familias, sobre todo con las mujeres.
Renuncié a mi trabajo antes de tiempo, reorganicé mi vida… no fue fácil, pero no había otra opción. Era imprescindible. Y él lo sabía, y me lo agradeció desde lo más hondo.
Ese sacrificio fue también una muestra inmensa de amor.
Sí, aunque él nunca me pidió directamente que renunciara a nada. Lo entendía, lo valoraba, pero sabía que sin mí ese camino era inviable. La parte burocrática, médica, emocional… era demasiado compleja para afrontarla solo.
Volver a Madrid era parte del plan, pero también la única opción viable, ¿no?
Sí, en Estados Unidos no existe la eutanasia legal. Volver a Madrid era volver a casa, al lugar donde mis padres vivieron sus años de plenitud. Somos una familia de exiliados cubanos. Llegamos a EEUU en 1970. Mi padre jamás pudo ver realizado su anhelo de una Cuba democrática, algo que fue una herida constante en su vida.
Pero Madrid siempre fue para nosotros un lugar de renacimiento. Allí montó su editorial, vivió la transición española con entusiasmo, floreció intelectualmente. Siempre supimos que volveríamos.
¿Y cómo afectó su decisión a la dinámica familiar, sobre todo con tu madre y tu hermano?
Mi hermano fue muy comprensivo, incluso desde la distancia. Mi madre, en cambio, lo vivió con gran dificultad. Llevaban juntos desde los 14 años. Para ella, aceptar que él eligiera morir fue durísimo.
Finalmente, comprendió que debía dar un paso atrás, y nos permitió a mi padre y a mí hacer ese camino. Le pedí que no dejase que su amor se convirtiera en una barrera. Era cuestión de respeto.
Portada de 'Deséenme un buen viaje'.
¿Qué dificultades encontrasteis en el sistema sanitario para acceder a la eutanasia?
Muchísimas. A pesar de tener una ley que lo permite, hay médicos que son objetores y no te ofrecen alternativas. El neurólogo de mi padre no lo era, pero en el proceso deliberativo rechazó su solicitud porque no le veía “agonizante”. Pero esa no es la medida.
La ley exige que el sufrimiento sea intolerable para el paciente, aunque no siempre sea visible desde fuera. Mi padre era sereno, racional, nada melodramático. Eso jugó en su contra. Le decía al médico: “No voy a acabar en paliativos, no quiero eso”. Y no lo entendían.
¿Qué crees que debería cambiar?
Formación. Tanto de los médicos como de los ciudadanos. Tenemos una buena ley, mejorable, sí, pero eficaz. Nos ayudó mucho la asociación Derecho a Morir Dignamente. Su asesoramiento fue esencial, sobre todo durante la apelación.
También hay que fomentar herramientas como el testamento vital, que permite expresar tus deseos si no puedes hacerlo en el futuro. No basta con tener derechos; hay que ejercerlos con responsabilidad.
¿Qué aprendiste sobre la libertad personal a través de tu padre?
Todo. Él fue un hombre libre, exiliado, preso político, valiente. Siempre tomó decisiones arriesgadas en nombre de sus principios. Vivió como quiso y también murió como quiso. No desde la desesperación, sino desde la plenitud. Su serenidad fue sobrecogedora. Lo único que le angustiaba era la posibilidad de que no le permitieran acceder a lo que consideraba su derecho.
La autora Gina Montaner, posando. Cedida
¿Se fue con alguna pena?
Sí. Lo dice en sus memorias Sin ir más lejos, su último libro publicado en 2019. Ya intuía que no volvería nunca a Cuba. Y así fue. Su última columna, antes de la póstuma, fue sobre Cuba. Le hablaba directamente al presidente Díaz-Canel, instándole a democratizar el país. Hasta el final, la isla estuvo presente.
¿Y qué escribió en su columna póstuma?
La empezó meses antes, me dijo: “Cuando el lector lea esto, ya estaré muerto”. Dos días antes de que pasara, me dictó el final. Agradecía a España, a la sanidad pública, a todos los que lo habían acompañado. Y dejaba su ejemplo como una invitación al debate civilizado sobre el derecho a morir dignamente. Una despedida sobria, lúcida, profundamente suya.
¿Has tenido que perdonar o perdonarte en este proceso?
No exactamente. No hay rencor, pero sí hay dolor. Porque acompañar a alguien que se va así conlleva una carga emocional muy intensa. Yo obedecí, sí, pero lo hice con amor, con comprensión. Fui educada en la libertad y el respeto al otro. Y eso tiene un precio. Y permanece.
¿Y ahora? ¿Dónde está él? ¿Se ha ido? ¿O se ha quedado contigo?
Está conmigo. Sin duda. En cada decisión que tomo, en cada palabra que escribo. Él me enseñó a ser libre, y a despedirse con dignidad. Y eso es para siempre.