
Elena Quispe y otras compañeras en una de sus expediciones.
Cholitas escaladoras, las indígenas que coronan cimas con 'pollera' y piolet: "Dijeron que moriríamos en el intento"
Este grupo de la comunidad aymara de Bolivia ha desafiado los estereotipos de género coronando las cimas más altas. Su próximo reto: el Everest.
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Hay mujeres que derriban barreras... y otras que las escalan. Vestidas con sus trajes tradicionales que nada tienen que ver con la ropa que suele usarse para emprender el ascenso de altos picos, han hecho historia en Bolivia. Ellas son las Cholitas Escaladoras, como se hacen llamar, un grupo de indígenas aymaras que desafían los roles de género y conquistan cimas armadas con crampones, piolet y empoderamiento femenino.
Su relación con la escalada viene de lejos, aunque lo cierto es que en un principio ellas solo eran porteadoras, guías y cocineras en el campamento base de las expediciones. Llegadas a este punto, no se les permitía participar en la escalada final hasta la cima. Hasta que en 2015, a iniciativa de Lidia Huayllas Estrada, se plantaron y formaron este grupo femenino con el que dieron una lección a todos aquellos que limitaban sus sueños por cuestiones de género.
Actualmente, lo forman 16 escaladoras entre 15 y 45 años, tienen su propio documental y se han convertido en un símbolo feminista. Magas ha hablado con Elena Quispe, una de ellas, para conocer mejor su historia. "Al principio, empezamos a escalar solo para saber quién era la más fuerte para poder llegar a la cima. Nadie se quedó atrás, todas lo conseguimos. Subimos la montaña Huayna Potosí, de 6.088 metros de altura. Nunca pensamos que íbamos a llegar tan lejos", confiesa.

Elena Quispe y sus compañeras cholitas en la cima de una montaña. Cedida
Tuvieron que enfrentar muchos comentarios negativos, incluso por parte de familiares y maridos. ¿Mujeres escalando? Ni hablar, su sitio estaba en las labores del hogar y cuidando de sus hijos. "Nos decían que no llegaríamos, que moriríamos en el intento y también que una mujer no puede escalar porque es una falta de respeto hacia los varones. Pero nosotras hicimos oídos sordos a todo eso", revela.
Todas ellas son muy conscientes de que han roto tabúes y han visibilizado y aportado valor y orgullo a la comunidad aymara, especialmente a las mujeres de la misma. La población indígena de Bolivia ha sufrido mucha discriminación y merma de sus derechos. De hecho, chola, es un término despectivo que se usaba para denominarlas y que ahora ellas llevan con la cabeza alta.
Precisamente por eso, vestir las ropas tradicionales es tan importante. Las escaladoras llevan falda de vivos colores, aparatosas enaguas para darle volumen y pañuelo étnico atado al cuello que cae en la espalda a modo de mochila para meter sus cosas. Parece complicado ascender por una pared así, por eso es un verdadero espectáculo verlas.
"Nosotras somos mujeres de pollera (así llaman a la falda), nunca vamos a dejarlo porque crecimos con esta vestimenta y es patrimonio cultural de La Paz", asegura Elena. Desde 2015 han coronado muchos picos y sueñan con llegar al más alto del mundo. "Hasta ahora, la montaña de más altura que logramos es el Aconcagua de Argentina, de casi 7.000 metros. Este 2025 queríamos escalar el Everest, pero por problemas económicos aquí en Bolivia estamos esperando a que se solucione para poder emprender este proyecto", asegura.
Elena Quispe, como muchas de sus compañeras, también trabajan como porteadoras para los turistas de su zona cargando enseres entre 20 y 30 kilos desde el campo base al campo alto. Lo llevan a la espalda y "aunque es duro, se puede". A ella, escalar le ha cambiado la vida y también la percepción que tiene la sociedad de las mujeres aymaras: "Muchos nos dicen que somos un orgullo, un ejemplo a seguir. En mi caso, cuento con el apoyo de mi esposo, que también es guía de alta montaña y me enseña todos los riesgos que puedo correr y me da consejos".
Ella viene de una familia humilde, perdió a su padre demasiado pronto, con solo ocho años, y "enseguida tuve que ponerme a trabajar, pero desde esa edad ya soñaba con estar en las montañas". Gracias a su hermana mayor empezó a ser porteadora y cocinera en los campamentos, pero cuando quiso empezar a escalar se encontró de frente con los prejuicios. "Había mucho machismo en la montaña, pero no tuvimos miedo. La primera vez que subí me sentí muy feliz y nunca voy a dejar de hacer esto".
Pese a las dificultades siguen empeñadas en subir al Everest, solo es cuestión de tiempo. Su lema: "El futuro es nuestro y juntas lo conquistamos".