Noticias relacionadas

Victoria Reyes-García (Barcelona, 1971) asegura que nunca ha sido una persona aventurera. "Mi madre siempre dice que de pequeña tenía tanto miedo de caerme que me agarraba a su vestido", recuerda entre risas desde su casa. Sin embargo, su vida apunta a todo lo contrario. Se ha embarcado en viajes al centro de la Amazonía, ha convivido con pueblos indígenas y se ha recorrido medio mundo para conocer la gran variedad de culturas del planeta. 

Como antropóloga, busca "ver el mundo desde los ojos de los demás", entender las tradiciones y la forma de vida de pueblos que parecen muy distintos a nosotros, pero que siempre tienen algo que enseñarnos. "Hay gente a la que a veces discriminamos y es porque no les entendemos, porque cada uno tiene sus luchas", explica. 

Doctora en Antropología por la Universidad de Florida, Victoria es profesora desde 2008 de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados de la Universidad Autónoma de Barcelona (ICREA-UAB) y este año fue seleccionada como miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, siendo la segunda científica española en formar parte de esa institución después de Margarita Salas. "Fue realmente una sorpresa y un honor porque Margarita Salas ha sido la única mujer española. Además soy muy joven, la media de edad son de 72 años y el 80% son hombres".

Victoria Reyes-García estudia cómo los pueblos indígenas perciben el cambio climático.

Victoria Reyes-García estudia cómo los pueblos indígenas perciben el cambio climático.

Criada en un barrio de Barcelona con "mucha diversidad cultural", Victoria siempre se interesó por la discriminación contra colectivos como los inmigrantes o gitanos. Mientras estudiaba Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona vio que podía conocer esas otras realidades desde la antropología y, casi por casualidad, se fue a hacer un Máster en Estudios Amazónicos a Ecuador

"Siempre he sido buena estudiante la verdad, una empollona. Un profesor de la universidad, Joan Martínez Alier, se iba un año sabático con su familia a Ecuador, me habló de este máster y me animó a hacerlo. Como yo tenía esa inquietud pues me fui y allí ya descubrí toda la dimensión real de la antropología, de la problemática indígena y de cómo esta problemática se junta también con los temas ambientales".

Desde entonces ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar a pueblos indígenas y su forma de relacionarse con el medio ambiente. Una trayectoria que, si bien antes era "un poco marginal", está cada vez más en boga. "Ahora ya ha entrado mucho más en el discurso de las Naciones Unidas, pero yo he visto como el tema crecido y yo he crecido con él. La Academia de Ciencias está reconociendo que trabajar con los valores de los pueblos indígenas es importante", cuenta orgullosa.

Vida con los tsimane'

Entre las investigaciones que más destacan de su extensa trayectoria profesional es su estancia durante cinco años con los tsimane', un pueblo índigena situado en la amazonía boliviana. "Después del máster hice un curso de agroecología en la Universidad Internacional de Andalucía y luego me marché a Estados Unidos para el doctorado con una beca. Allí haces cursos durante dos años y luego ya te vas para el trabajo de campo". 

Se unió a un proyecto liderado por el prestigioso profesor Ricardo Godoy y se marchó a Bolivia para realizar una tesis doctoral sobre el conocimiento de los tsimane' de los usos de las plantas medicinales, cómo se está perdiendo y cómo eso les afecta. "Él buscaba un grupo que tuviese mucha diversidad. En ese momento algunos de los tsimane' vivían en la ciudad, estaban escolarizados y trabajaban con salario; mientras que otros vivían a lo mejor a cuatro o cinco días en canoa de la ciudad más cercana, solo hablaban tsimán y básicamente tenían una economía de subsistencia, así que lo podíamos comparar".

Los siguientes cinco años los pasó aprendiendo sus costumbres por el día y enseñando a los tsimane' adultos castellano y números por las noches. "Cuando quieres vivir con estos grupos estableces acuerdos porque si no ellos dicen: '¿Y esto a mí en qué me beneficia?'". Victoria casi se convirtió en una más del grupo (todavía les visita cuando puede) e incluso formó allí su propia familia. 

"Mi compañero es agrónomo y también es investigador. Dejó el doctorado que estaba haciendo en Estados Unidos durante un tiempo para venirse conmigo porque le pareció una aventura interesante. Los dos primeros años allí fueron de mi tesis, pero luego ya empezamos a pedir proyectos de investigación los dos juntos, más orientados al  desarrollo agrícola de los tsimane'".

Sus profesiones parecidas y la "flexibilidad institucional" por parte de ICREA ha permitido a Victoria poder irse con su familia a aquellos lugares donde alguno tenía proyectos. Así, pasaron 13 años en India, los últimos 4 en Montpellier, y ahora se preparan para mudarse a Senegal.

"Desde que salí de Bolivia mi lugar de trabajo siempre ha sido Barcelona, aunque mi vida personal combina toda esta parte científica con mis proyectos y mis estudiantes. Estoy muy comprometida con la investigación aquí en España. En ese sentido, ICREA es muy flexible y nos da esa capacidad. También requiere de un compañero que valore lo que uno hace y una familia que esté ahí apoyando a las hijas aventureras".

Familia en el Amazonas

Después de casi dos años de convivir con los tsimane' decidieron que querían aumentar la familia y no se lo pensaron dos veces. "También es la cosa de la inmersión cultural porque tú lo ves desde aquí y dices 'guau', pero nosotros ya llevábamos tiempo viviendo allí. Sabíamos dónde te tienes que ir a bañar, qué camino coger, qué hormigas son peligrosas, dónde tienes que dejar las cosas para que no se te llenen de arañas... Todo el mundo tiene hijos allí, no es que yo sea la única. Eso es lo bonito de la antropología, que aprendes que se puede vivir de otras maneras y la gente es feliz igual. Ahora, es verdad que mis hijas nacieron en el hospital. Yo no me sentía cómoda dando a luz sin un sistema médico por si pasa cualquier cosa, no me han educado así".

Sus hijas crecieron los primeros años en un poblado a un día en canoa de la ciudad más cercana, rodeadas de naturaleza, en una cabaña hecha con bambú y paja, y las tecnologías más básicas para estar conectados a occidente. "Eran felices", afirma Victoria. "Yo ahora los veo aquí y digo 'pobrecitos', porque lo tienen todo prohibido. Creo que hay mucha separación entre el mundo de los adultos y el de los niños. No es que diga que todo en la Amazonía fuese perfecto, pero creo que se sentían más libres".  

A la investigadora le gusta sobre todo que sus hijas hayan aprendido desde pequeñas que "se puede ser de muchas maneras". "Los niños son esponjas y, por ejemplo, cuando vivíamos en la India, allí se come con las manos. Entonces me preguntaban '¿puedo comer con las manos?', y les decíamos que la comida india sí, pero unos espaguetis con el tenedor. Con los tsimane' era igual, se comportaban de una manera según el contexto".

"Con los idiomas igual, a veces me dicen 'pero ¿no se lían con tanta lengua?' y hombre, a lo mejor cuando eran chiquitas tardaron más en hablar que otros niños pero claro, el papá es francés, yo les hablo en catalán y el castellano lo hablamos mi compañero y yo, y luego en la India hablaban inglés. De pequeños los niños lo absorben todo. Si absorben que el mundo es diverso y que se pueden hablar varias lenguas, el amor por la naturaleza... Todo eso es lo mejor que puedes hacer desde mi punto de vista".

Perspectiva de género

Estar con sus hijas durante este periodo incluso le permitió abordar otras líneas de investigación y conocer más a fondo a los tsimane'. "Algo así, tan vital, generaba temas de conversación que si no no habría hablado. Por ejemplo, si la niña lloraba me decían que no debía dejar la ropa fuera por la noche y porque vienen los espíritus, huelen que hay un niño y entonces entran en la cuna, cosas así".

"También me ayudó a entender algunas cosas. Yo les ponía polvos de talco a mis hijas y ellas lo que hacen es ponerles a los niños una planta que se oxida y vuelve la piel negra. Esto yo lo había estudiado porque veías a todos los niños negros porque es una planta cuyo jugo, al cabo de 15 minutos, pone la piel negra y luego tarda una semana o dos en irse. Resulta que hace un poco de repelente de mosquitos y seca también la piel, por eso se la ponen. Ahí descubres la lógica de algunas de sus costumbres".

Por esta clase de cosas el papel cada vez más importante de las investigadoras en la antropología es tan necesario, porque permiten ver realidades más vinculadas con las mujeres que antes no se conocían. "Hay un sesgo muy importante que tiene que ver con los orígenes de la disciplina que, como muchas otras, han sido muy masculinos. Los hombres a veces no tienen acceso a ese conocimiento y otras no les interesa. Pero en los últimos años ha crecido mucho esta perspectiva de género, precisamente con la llegada de más mujeres". 

"Hace poco, por ejemplo, escribimos un paper sobre el papel de las mujeres en la caza. Todos los reportes que había sobre la caza en esta sociedad hablaban de los hombres. Sin embargo, preguntamos a las mujeres si ellas habían cazado y nos decían que no, entonces decíamos: ¿Qué habéis comido? Y nos contestaban que una ardilla. Resultaba que la habían cazado ellas poniendo trampas, pero cazar lo consideraban solo cuando eran animales grandes. Ahí vemos cómo las mujeres nos infravaloramos porque eso es lo que habían comido porque los hombres no habían cazado nada, y cómo los antropólogos hombres tampoco lo habían visto". 

El cambio climático

Aunque Victoria no romantiza en absoluto la vida con estos pueblos, con tantos años de investigación sabe bien que hay cosas que podemos aprender de ellos en todo lo relativo a la naturaleza, más ahora que aumenta la conciencia sobre el cambio climático. "En occidente pensamos que la naturaleza y la cultura están separadas. Si te fijas en los programas de conservación son áreas protegidas, ¿de que las proteges? De los humanos. Es como 'fuera humanos, vamos a dejar que la naturaleza virgen se reproduzca'. En cambio, toda la investigación sobre ecología histórica y sobre pueblos indígenas muestra que muchos de los sistemas que conocemos, incluyendo la Amazonía, son ecosistemas manejados".

En muchas ocasiones estas sociedades siguen siendo "animistas", por lo que creen que no cuidar la naturaleza les puede traer consecuencias negativas. "Si por ejemplo cazas un animal pero se escapa y muere, está mal, porque si lo matas y te lo comes es su función. Entonces, si alguien se enferma piensan que es que han hecho algo mal. Hay como mucha presión social con el tema de la naturaleza".

Lo principal que deberíamos aprender de ellos está claro: no abusar de la naturaleza. "La relación que establecen es de entender que necesitamos la naturaleza, por lo que puedes usarla y a la vez cuidarla. No es todo o nada. Para los indígenas puedes matar un elefante si luego te lo vas a comer, también puedes cortar un árbol, pero primero tienes que rezarle al espíritu y sembrar tres más".

Actualmente, Victoria estudia cómo perciben los pueblos indígenas el cambio climático, algo muy importante porque gran parte de su vida depende justamente de la naturaleza. 

"Los principales efectos a nivel climático es que cambian las temperaturas y hace más calor, pero son muy difíciles de percibir si no tienes instrumentos para medirlos. En cambio, lo que estamos encontrando es que estos factores afectan muy directamente al sistema biológico y físico de sus ecosistemas. Por ejemplo, las semillas: las plantan cuando no sé qué árbol florece porque ya llegan las lluvias, pero si las lluvias no llegan la planta muere. Por eso vemos que los pueblos indígenas perciben muchos de estos cambios en el medio ambiente".

"Viven en relación con el medio ambiente y dependen de ello. Tú si hace más calor te pones el aire acondicionado un poco más fuerte y ya está, no reaccionamos, pero si tu cultivo depende de esto...". Por ello, la antropóloga destaca la importancia de cuidar la naturaleza, de la que dependemos aunque muchas veces no nos demos cuenta.

"La naturaleza es muy resiliente, pero es verdad que la estamos presionando mucho. El problema es que vivimos tan separados de la naturaleza que no entendemos muy bien esos procesos que son tan importantes para nosotros. Los gobiernos pueden incidir en tener más programas de educación ambiental y hacer ciudades más verdes, no en programas conservacionistas. Es que dependemos de que esto funcione para mantener la vida humana en la Tierra. Tampoco quiero ser muy dramática, pero es así", concluye.