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Isabel Peña (Madrid, 1963) lleva más de media vida en la Policía Municipal de Madrid y todavía patrulla las calles con la misma pasión y energía con la que salió de la academia a los 19 años. No importa las veces que ha visto la cara más oscura de la gente o las que ha tenido que soportar algunos insultos que van más dirigidos al cuerpo que a ella. "Es una profesión maravillosa, que lo sepas", me dice casi como si fuera un secreto.

Con tan solo 17 años decidió convertirse en policía porque "siempre me han podido las injusticias". "Un día llegué a casa de clase, dejé los libros y dije que me iba a presentar. Mi madre se quedó... Siempre he sido una persona muy activa y ya se lo había dicho, pero ella pensaba que era lo típico que se me pasaría".

Dos años después, en 1982, ya se había graduado y pisaba las calles con el uniforme por primera vez como parte de la Unidad de Abastos y Mercados, que se había creado para gestionar la crisis del aceite de colza que había azotado al país el año anterior. "Se hizo una unidad en base a la ordenanza para combatir la venta ambulante y todo ese tipo de actividades no reconocidas".

Isabel entró en la Policía Municipal en 1981, 10 años después de que admitiesen a las mujeres en el Cuerpo.

Isabel entró en la Policía Municipal en 1981, 10 años después de que admitiesen a las mujeres en el Cuerpo. Pablo Barrilado

Insultos a la Policía

Desde su primer día vio cuál era la realidad de la Policía. "Venía de un instituto, cantaba en un coro... Era un mundo totalmente diferente. La primera vez que salí fue a la calle Doctor Bellido de Vallecas para decomisar un puesto de venta ambulante, no se me va a olvidar en la vida. Fuimos a intervenir y empezaron a insultarme, no me entraba en la cabeza que la gente insultase un policía porque yo no lo había vivido nunca. Cuando llegué a mi casa le dije a mi madre: 'Lávate con lejía todos los días porque te ponen a parir'".

Desde aquel día su "chip cambió", pero ningún insulto ha hecho que se arrepienta de su decisión ni que cumpla su deber con menor diligencia. "Una vez me preguntó un juez qué haría yo si alguien me llamase hija de puta. Yo le dije: Tengo dos opciones, le puedo denunciar por la 4/2015 o por insultos a un agente de autoridad. Lo que pasa es que no me está insultando a mí porque esa persona no me conoce de nada, insulta lo que llevo y lo que llevo lo tengo que hacer valer. Ese insulto no pasa a mi interior como persona, no puede", explica.

Para Isabel mantener la objetividad y relativizar las situaciones es clave a la hora de gestionar su trabajo, en el que ven día a día ve una parte de la sociedad de la que habitualmente somos ajenos. "Salir de la Academia fue aprender a ver otro mundo diferente. Nosotros el problema que tenemos es que tenemos una visual muy concreta. Yo te puedo decir 'los jóvenes son maravillosos', pero con los que yo toco no porque a mí me reclama quien tiene un problema, quien pide auxilio, no el que está en su casa estudiando o durmiendo. La mayor parte de la sociedad es maravilla, pero nosotros no podemos generalizar con las situaciones con las que damos. Sería un error tremendo porque hay una parte de la población mínima que es la que perjudica al resto".

Pablo Barrilado

Manteniendo siempre esta filosofía en su cabeza, Isabel continúa patrullando las calles del centro de Madrid, nada más y nada menos que en el turno de noche, el destino que quiso desde que salió de la academia. "Pedí ese turno cuando entré, pero entonces el mando que llevaba esa unidad consideró que una mujer no era conveniente porque era muy joven". Al final le concedieron la Unidad de Abastos, su segunda opción, y más tarde se trasladó a Tráfico, donde estuvo solo unos meses. "Yo seguía queriendo estar en el turno de noche y al final me lo concedieron en el año 84. Allí estoy desde entonces". 

Patrullando con tacones

En todo este tiempo Isabel ha visto muchas cosas, y algunas aún las recuerda con pena. "Tuve una vez un suicidio de una mujer que a mí me costó mucho. Estaba encerrada en su casa y era una intervención complicada, no habían llegado los bomberos... Y es que la vi, hablé con ella... Me llevé a casa ese dolor y esa incapacidad de no haberlo podido evitar".

Pero todos estos años en la Policía Municipal y esas noches de un lado a otro de la ciudad no le pesan, como sí lo hace el chaleco del uniforme. "Es incómodo, pero lo importante es que puede salvarte la vida". Con todo el equipamiento los policías de patrulla llevan 10 kilos extra con los que tienen que perseguir a delincuentes. No obstante, sigue siendo mejor que cuando las mujeres debían llevar tacones para trabajar, una realidad que Isabel llegó a vivir.

"Yo lo de falda-pantalón no lo he llevado en mi vida, llevaba un pantalón como de tergal con la chaquetilla de cremallera corbata y camisa azul. Lo que sí llevábamos era un zapato de salón con un tacón ancho de unos cinco o seis centímetros. Era muy mono y elegante, pero incómodo para trabajar. También teníamos un bolso negro que igual, muy bonito para llevarlo tú en la calle pero inútil. Los tacones por suerte los quitaron rápido porque nos quejamos y ahora vamos uniformadas exactamente igual que los hombres".

Pablo Barrilado

Porque hacen el mismo trabajo y, lógicamente, deben ser tratadas igual, aunque en las calles más de una vez han ido a por ella pensando que sería más débil por ser mujer. "Antes normalmente cuando había una mujer policía iban a por ella. A mí incluso me han arrancado las mangas de la camisa y me han tirado las cajas por encima de los compañeros".

Todavía hay alguna persona que "usa el recurso fácil" y la increpa usando frases ya casposas: "Te decían lo típico que te fueses a fregar. Hace poco incluso tuvimos una intervención con uno que nos dijo: 'Más vale que estuvieseis en casa con vuestro marido cuidándole en vez de jorobándonos a nosotros'. Esa es la pataleta fácil", cuenta restándole importancia. 

Compañerismo

Sin embargo, exceptuando esos inicios en los que no pudo ir a la patrulla de noche, Isabel defiende que dentro de la Policía "nunca he visto diferencia con mis compañeros". Algo importante en un trabajo en el que el compañerismo es clave ya que se tienen que enfrentar a situaciones complicadas. "Cuando tú pides un apoyo tienes que tener ese apoyo y cuando alguien te lo pide, tú lo tienes que dar. En ese sentido estamos todos a la misma, no hay ningún problema ni ningún tipo de distinción, no hay discriminación", insiste. "A la hora de trabajar todos respondemos".

Isabel de joven con su uniforme.

Isabel de joven con su uniforme. Cedida

Ese compañerismo luego se traslada al día a día y se respira en el ambiente mientras caminamos con Isabel por la Dirección General de la Policía Municipal en Casa de Campo, donde cada dos por tres la paran para saludarla. Con casi 40 años de experiencia, es toda una institución. "Es que como trabajo de noche hay muchos compañeros a los que casi no veo", dice con una sonrisa.

Ella rompe la lanza por sus compañeros y, como dice, "vamos todos a una como los de Fuenteovejuna". Defiende la profesionalidad del cuerpo y la necesidad de mantener el respeto a la autoridad aunque, como vivió en sus carnes desde el primer día, muchas veces la población no lo tiene. "Para mí el problema fundamental es la falta de respeto y de educación. La gente siempre dice 'es que tengo derecho tengo derechos', pero es que la Constitución también habla de obligaciones y hay que tenerlo en cuenta".

Isabel explica apenada que "el respeto a la Policía se está perdiendo" y lo considera "un error". "Una parte de la población no tiene la percepción de proximidad del policía, nos ven como una acción represiva". Por eso, tiene clara cuál sería la solución: "Siempre digo que todo el mundo debería pasar un día haciendo nuestra labor y cambiarían mucho las cosas". 

Más mujeres policía

Pablo Barrilado

La buena relación con sus colegas no es solo actual. Ella asegura que tampoco sintió discriminación cuando se apuntó a la Policía en 1981, justo 10 años después de que se permitiese la entrada de mujeres -y fecha de la que recientemente se han cumplido 50 años-. En ese momento el Cuerpo casi no tenía mujeres, y menos aún en el turno de noche, aunque poco a poco las cosas comenzaron a cambiar. "En mi promoción fuimos más mujeres, no sé por qué ya que en esa época no existía la discriminación positiva ni nada, pero en la unidad a la que fui destinada había dos mujeres y llegamos ocho de golpe. Claro, todos se quedaron ojipláticos".

"En el turno de noche había una compañera que se llamaba Marta Fátima Vergara y cuando había que hacer un cacheo la llamaban a ella y se tenía que trasladar con un patrulla de comisaría en comisaría. Luego pasé yo a la noche junto con Teresa, otra compañera de mi promoción, y al menos ya éramos dos mujeres en la calle".

Poco a poco aumentó la población femenina entre la Policía, algo que a Isabel le agrada porque hombres y mujeres "nos complementamos", aunque ella trabaja desde hace 18 años con una compañera. "Es mi compañera, es mi amiga y la quiero con toda el alma. Si algo me da pena de cuando me vaya a jubilar es ella".

Cuando las juntaron incluso a ellas se les hizo extraño no ir con un hombre, pero congeniaron tan bien que ya no quisieron cambiar. "Yo nunca había ido con una compañera y había algún mando que tenía reticencias y preocupación, pero nosotras dijimos: 'Vamos a ver, si el patrulla de dos mujeres va a implicar problemas en cada intervención vamos a ser las primeras en decirlo'. Pero nunca los ha habido, la gente nos trata exactamente igual". 

Pablo Barrilado

Al despedirse nos dice que la saludemos si vamos por la noche al centro de Madrid. Estará patrullando por Montera, Sol o Lavapiés como lleva haciendo desde hace tanto tiempo y hasta que se decida a jubilarse. "Me lo estoy pensando, pero lo haré antes de los 65. Tienen que entrar nuevas generaciones, nosotros contar nuestra experiencia y marcharnos a otras cosas".