Rocío Díez Munar (53 años) nunca pensó en dedicarse a otra cosa. Su padre era cirujano vascular y su madre enfermera instrumentista. Como ella misma reconoce, casi creció entre operaciones y el quirófano es parte de esa CASA, con mayúsculas que creamos en nuestro interior durante la infancia.

Ahora ella entra y sale de un quirófano, vestida de azul, a todas horas. No sólo eso, sino que establece guías y protocolos y defiende un proyecto de trabajo que coloca al paciente siempre lo primero. Es la jefa de Anestesia y Reanimación del Hospital Universitario QuirónSalud Madrid desde 2006, donde llegó antes incluso de que se construyeran las zonas para operaciones. Desde el origen del centro.

"Durante la carrera intentaba siempre entrar en quirófano siempre que podía. Estudié en el Ramón y Cajal y me metí de voluntaria en el servicio de cirugía general para operar trasplantes de páncreas en perros, que hacían en investigación. Siempre me gustó porque es lo que había visto en mi casa. Pero la verdad es que lo de la anestesia vino por mi madre", explica esta experimentada médica, graduada también en Historia del Arte.

Jorge Barreno

Su madre, enfermera de quirófano, acostumbrada a trabajar con cirujanos todo el tiempo, le dio un consejo que acabó marcando su vida: "Ella siempre me decía: '¡Chatita!', que es como me llamaba, 'haz anestesia, porque trabajas con hombres, que es mucho mejor que trabajar con mujeres, pero eres médico como ellos y no te llevas el paciente a la cama'. Ella hablaba de su época donde casi todos los cirujanos eran hombres", recuerda Rocío Díez.

Y es que, como la enfermera Munar reconocía, sus padres "llevaban durmiendo con un paciente en medio toda la vida" y no quería lo mismo para su hija. Justo en eso su madre no acertó demasiado porque Rocío ha hecho toda una carrera con el paciente en el centro de su cabeza para cualquier decisión, para cualquier proyecto, para cada minuto que ha pasado en el hospital.

"Nuestro trabajo es cuidar del paciente. Un anestesista no duerme y despierta a un paciente. Nuestra labor es cuidar todo el perioperatorio. Es mantenerlo con vida, reponer los líquidos que pierda, la sangre que pierda, estar ahí...", explica.

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Rocío reconoce que hace años la anestesia no tenía muy buena fama pero que ahora la cosa está cambiando y los pacientes queremos que nos seden para cualquier prueba que es incómoda. "Ahora todos quieren que se les haga cualquier cosa sedados. ¿Cómo voy a ir a que me hagan una gastroscopia o colonoscopia sin que me duerman? Se ha perdido el miedo al ver que es una ciencia bastante segura. Nos da más miedo el dolor que el no despertarnos".

Las principales razones que siempre han colocado a la anestesia entre esos males irremediables que teníamos que pasar son, principalmente, los problemas que provocaba al principio esta medicación y, sobre todo, la falta de relación que ha habido durante años entre el médico anestesista y el paciente.

"Que nos conozcan ayuda mucho, que se sepa que somos médicos y cómo trabajamos. Antes no se sabía si éramos médicos o enfermeras o la monja del quirófano. Se ha dado a conocer un poco nuestra labor y el saber tranquiliza", reconoce.

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De hecho, los avances en este campo han cambiado incluso los tópicos que se tenía de la propia medicación. "Hasta hace muy poco no existía la consulta de anestesia. Hablabas con tu médico, con el cardiólogo, con el cirujano, te contaban lo que te iban a hacer, y luego alguien al que no conocías te dormía, te despertaba y tampoco lo volvías a ver. Eso, unido a que los principios de la anestesia, que sólo tiene un siglo, eran terribles por los efectos secundarios, se tenía mucho miedo a las complicaciones".

Aunque es una tarea básica, su poca popularidad se ve incluso en la universidad. "Cuando haces medicina es una especialidad en la que no rotas, que ves poco, que es desconocida. Yo como entraba en quirófano sí sabía de qué iba y cuando tuve que coger la plaza MIR opté por anestesia, acordándome de mi madre. Y la verdad es que repetiría porque estoy encantada con mi profesión".

Con veintipocos años es difícil tomar una decisión que marca el resto de tu vida y no arrepentirse, pero Rocío sabía que la cirugía vascular, "que es lo que mi padre hubiera querido que hiciera", no le apetecía mucho: "No era tan mañosa como él, ni se me daban tan bien todas esas cosas que un cirujano tiene que tener de habilidades manuales".

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Sin embargo, lo que sí tiene es temple. Calma. Un orden mental estructurado que se nota cuando habla de protocolos y guías o cuando recuerda qué es lo que le hace sentir bien cuando se quita la bata azul y los guantes. Pero sobre todo, que es una cualidad básica del que tiene que pelear constantemente con una situación de crisis.

"Es muy importante en nuestra profesión que no te note nadie que estás nervioso. El anestesista no puede ser el que se pone nervioso en un quirófano porque estamos para cuidar al paciente. El resto está para hacer otras cosas. No hay nada peor que un anestesista que no sepa mantener la compostura ante una alarma porque es justo lo que nos da valor".

Tras casi 30 años entre bombas respiratorias y anestesias, Rocío Díez sabe que ese temple se entrena, aunque también ayuda traerlo de casa. Pero sobre todo, lo que sabe es que te da muchas armas para actuar en otras situaciones de estrés que te da la vida. "Luego te vale porque la vida es difícil separarla y al final no dejas nunca de ser médico. Es parte de tu profesión. El carácter se va formando con los años, vas aprendiendo cosas y yo creo que lo llevas a todas partes". 

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Montar un hospital

Rocío llegó al Hospital Universitario de QuirónSalud incluso antes que los pacientes. Y no es la primera vez. "He tenido esta experiencia dos veces en mi vida: cuando se abrió la Fundación Hospital Alcorcón fui seleccionada y estrenamos un hospital sin pacientes, haciendo protocolos, viendo cómo tenía que desarrollarse. Y a mí eso me sirvió como una experiencia estupenda cuando me plantearon lo de QuirónSalud".

Y surge en la entrevista la palabra mágica que, en opinión de Rocío, salva vidas simplemente con su existencia: protocolos. "La medicina ha empezado a trabajar con las guías clínicas. Antes era 'a mí esto me va bien y yo lo hago porque siempre lo he hecho así'. Ese tipo de medicina ha quedado en desuso. Ahora se trata de una medicina basada en la evidencia con guías clínicas multidisciplinarias".

Sobre todo, los protocolos dan seguridad: "El error humano siempre existe pero las cosas que se llevan en protocolos y guías evitan un montón de incidentes. Puedes tener un mal día, no saber algo, estar cansada... pero si hay un procedimiento que se sigue habitualmente y que todo el mundo lo conoce, la acción personal disminuye".

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El proyecto que presentaron para el nuevo hospital, junto con su compañero Ricardo Ojea, fue el elegido por los responsables que pusieron todos los servicios en sus manos para que pudieran incluso dar su visión en la construcción de los quirófanos: "Fuimos a ver las obras y ya opinamos sobre quirófanos, lo que tenía que ser la consulta de anestesia, los circuitos en los que queríamos que se hicieran las cosas. Y es una parte muy bonita cuando abres de un hospital desde cero. Toda la gente tiene muchísima ilusión puesta y unas ganas de trabajar que marcan".

Dentro de los quirófanos, la labor de todos los profesionales es importante, pero Rocío Díez no quiere dejar de quitarle mérito a los cirujanos, "quizá porque soy hija de cirujano", asegura. Hasta que todas las operaciones no se hagan de forma robótica, las manos de quien opera son claves para determinar el final de cada intervención. 

"Todos trabajamos para el paciente, para su salud y para que todo funcione bien. Obviamente nadie viene a un quirófano a que le anestesien. Vienen a operarse. Todos influimos, pero los cirujanos tienen un papel muy importante, es fundamental su trabajo".

"Nosotros podemos empeorar el pronóstico del paciente o ayudar a mejorarlo pero yo no quiero quitarle el protagonismo a los cirujanos porque tienen mucha importancia".

Por eso bromea cuando se le pregunta por las series de televisión y las películas de médicos y hospitales y todo el glamour que han dado a la profesión. "Todas exageran, menos este año que estamos viviendo una tremenda pesadilla que no sé si hubiésemos sido capaces de imaginar. ¿Si nos hacen justicia? Son mucho más guapos de lo que somos en realidad, tienen más noviazgos, más líos profesionales, ganan más dinero...".

Las exageraciones no sólo aparecen en los protagonistas también en algunas prácticas que no son todo lo habitual que uno se imagina: "En 28 años de profesión, no he tenido que bombear un corazón con la mano nunca. He salvado vidas. Hemos reanimado a gente. Se nos ha muerto gente, sí, pero no con intervenciones así".

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Eso sí, la jefa de Anestesia del Universitario de Pozuelo podría hacerlo sin problemas si fuera necesario porque, entre su amplia formación, tiene el título del curso americano de la TLS en el que bombeas el corazón de un cerdo. "Eso se ensaya. Todo hay que simularlo y practicarlo por si te puede pasar. La técnica y la teoría las has dado, la he practicado en cerdos. Pero gracias a Dios no he tenido que hacerlo ni conozco a nadie de mis compañeros que lo haya hecho".

Por suerte, como explica, ahora hay un desfibrilador casi en cada gimnasio y centros donde pudieran ser necesarios... pues en un hospital mucho más. "Si estás en un quirófano de cirugía cardiaca sí que lo haces pero en condiciones normales antes hay un desfibrilador automático que abrirle a alguien el esternón, que no es fácil, y bombear. Es una cosa casi de película".

Lo que no es sólo un guion es la rapidez con la que se mueven los anestesistas cuando suena una alarma de esas que disparan la tensión en cualquier ambiente hospitalario. "Las alarmas son muy importantes, son fundamentales, y nunca se tienen que apagar. Se tiene que tener volumen en la monitorización porque son las que te dicen que algo va mal".

Después de tantos años lidiando con ellas, Rocío Díez Munar reconoce que "te vas acostumbrando a que suenen": "Al principio, cuando acabas de terminar la carrera, todo te angustia mucho más. Luego te vas acostumbrando, pero esa costumbre puede ser negativa porque una alarma es para que estés atenta. Tienes que estar ahí. Nuestro trabajo es cuidar del paciente".

De nuevo el paciente y es que la jefa de Anestesiología insiste en que ellos "no duermen y despiertan a un paciente", su trabajo va más allá. "Nuestra labor es cuidar todo el perioperatorio. No es sólo dormirlo sino mantenerle con vida, reponer los líquidos que pierde, la sangre que pierde, estar ahí... y la monitorización es la que nos dice cómo está. Si suena una alarma tienes que saber lo importante que es antes de apagarla".

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Tiempo Covid

Por eso le duele especialmente lo que ha pasado con la pandemia y los enfermos de Covid. "Nunca se le había dado un trato tan horroroso a un paciente. Es horroroso ver las habitaciones aisladas, las puertas cerradas, el que te saluden desde la puerta, el que la gente te tenga miedo, que te vistas de astronautas para ir a verlos... Esos pobres pacientes son los que realmente tienen que estar horrorizados. Es como una pesadilla".

El tratamiento del resto de enfermos, como ella misma reconoce, ya está en los mismos niveles de antes de la pandemia, excepto por las mascarillas y la distancia de seguridad. "Estamos trabajando igual: pasando consultas, metidos en quirófanos, se ha vuelto a operar que es nuestra profesión de todo y a todas horas. El paciente viene más seguro, más tranquilo y nosotros también".

Incluso que todos llevemos mascarillas ahora puede haber igualado la sensación de seguridad en los dos lados de la camilla: "El otro día, una niña a la que iba a dormir, me dijo que yo había anestesiado a su hermana un año antes y que ella tenía mucho miedo porque antes sólo llevábamos mascarilla y gorro los médicos, pero como ahora ella también la llevaba, pues que ya no le dábamos miedo".

Eso sí, la nueva normalidad de los hospitales con mascarillas, pantallas en administración, pacientes sólo con estricta cita y consultas por teléfono siempre que sea posible han acabado con la idea de muchos de los nuevos hospitales de "ofrecer el centro como si fuese su casa".

"La verdad es que nos hemos acostumbrado todos a esto. Nos hemos acostumbrado tanto que estamos volviendo a la relación que teníamos antes con los pacientes".

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Muchas mujeres

Ser jefa de Anestesiología y con 28 años de experiencia le han permitido ser una testigo privilegiada en la evolución de la medicina y de los hospitales. "Ahora ya trabajamos siguiendo lo que se ha demostrado que funciona, lo que los demás están publicando y están consensuando. Y el "esto me va bien", ha pasado a la historia".

También empieza a pasar a la historia que confundan a las médicas con enfermeras, siguiendo los estereotipos de género. "Es cierto que cuando empecé muchas veces me preguntaban por el médico pero no sé si era porque te veían como una cría. Con 24 años ya había aprobado el MIR y estaba en un hospital, pero muchos pacientes te veían jovencita y el 90% de las enfermeras era mujer".

Rocío Díez Munar explica que en la especialidad de anestesia siempre ha habido muchas mujeres y que conforme fue cumpliendo años (y la sociedad evolucionando) dejaron de confundirla con una enfermera. "A los pacientes mayores, sobre todo, les cuesta saber si eres una enfermera más o el médico, pero yo creo que ya cada vez somos más médicas mujeres y que la edad también impone. En mi especialidad hay muchísima mujer, somos más del 50%. No es como en urología o traumatología, que han sido prioritariamente masculinas".

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Rocío es de esas mujeres que ha acompasado su exitosa vida profesional con su vida personal, encajándola a ritmo de corazón. Casada, madre de cuatro hijos y trabajadora incansable duda si hablar de conciliación porque la cuestión "no deja de ser machista". "A un hombre no se le pregunta si concilia", aclara con la misma calma con la que lidia con la alarma de dos respiradores que saltan a la vez.

"Al final dices, qué es lo que queremos demostrar que lo somos o que no lo somos. Yo he trabajado toda mi vida muchísimo. Antes de ser jefe de servicio y de tener este proyecto, que empecé con 38 o 39 años, trabajaba en un hospital, hacía guardias y también trabajaba en la privada. Es decir, trabajaba mañanas, tardes y noches. Tengo cuatro hijos, los tuve muy seguidos y muy joven además, y han salido adelante. Yo creo que me quieren, yo les adoro, y claro que nos hemos visto, hemos viajado juntos todo lo que hemos podido, compartimos aficiones y cariño... ¿Que a lo mejor me tenía que haber quedado más en casa? Creo que no porque les hubiera tenido manía porque a mí lo que me gusta es trabajar", asegura entre bromas de verdad verdadera.

Estos días, cuando se quite la bata azul, se pondrá el delantal de cocinera. "Me relaja muchísimo". Quizá para compensar su disciplina con protocolos y guías, a ella lo que le gusta en su casa "es cocinar sin receta, a ojo"

Ni siquiera después de un año tan duro va a tomarse vacaciones en Navidad. "Creo que no, porque no podemos ir a ningún sitio". Y sonríe. Se conformará para respirar puro con los paseos por el monte que da con su perra.