Organizar el caos doméstico es casi un deporte de élite y pocas disciplinas requieren tanta constancia como la colada familiar. Que se lo digan a María Martínez, madre de siete hijos, que habla de su rutina con una mezcla de naturalidad y humor que desarma.
Su habilidad resulta enigmática cuando al resto, a veces, se nos hace cuesta arriba incluso hacernos cargo de nosotros mismos. Cuando cuenta cuántas lavadoras pone a la semana —entre ocho y 14—, lo hace como quien recita una cifra más o menos razonable, aunque a cualquiera le provoque abrir los ojos como platos y le lleve a echarse las manos a la cabeza.
"No nos asustemos", insiste convencida de que la clave está en la estructura y el orden. No hay superpoderes implicados en la tarea. Su método empieza con un sencillo gesto, accesible además para todo el mundo: contar con dos cestos para la colada. Uno para las prendas blancas y otro para las oscuras.
La estrategia, asegura, funciona porque empieza a aplicarse desde que sus hijos son muy "pequeñitos". A ellos les enseña qué va en cada cubo, casi como un ejercicio cotidiano de autonomía. Y es que al ser tantos en casa, ¡no queda otra!
Según explica, esa es la base para que el engranaje fluya: cada uno deja su ropa en el lugar correcto y el volumen del recipiente marca el ritmo. Cuando está lleno —"justo la capacidad de mi lavadora", apunta—, ella simplemente coge la carga y la pone a lavar. Sin dramas y sin montañas acumuladas en la esquina de ningún pasillo.
Pero el verdadero reto aparece cuando entran en escena los textiles grandes. Nueve toallas, nueve sábanas… Aquí los cálculos comienzan a fallar. Meterlo todo en un mismo fin de semana sería condenarse a vivir entre ciclos de centrifugado, así que ha aprendido a repartir esas coladas en un calendario de 15 días.
Ese pequeño gesto, explica, es lo que evita que la lavandería doméstica se convierta en una tarea infinita que no deje lugar a nada más, ni de labores del hogar ni de ocio o tiempo de calidad.
Zona de lavandería en casa.
Foto de PlanetCare en Unsplash
La cifra final —esas ocho, 10, 12 o 14 lavadoras semanales— es una mezcla de todo: ropa de diario, de cama, uniformes deportivos e incluso zapatillas. Y una vez más, narra la vivencia de forma calmada, cuando solo de verla al resto puede que se le erice la piel de los nervios.
Lo cuenta con la serenidad de quien ha recorrido muchas veces el mismo camino y ya sabe esquivar los charcos. Puede que su consejo no sea especialmente sofisticado, pero sí práctico, y una vez en marcha, la pauta se vuelve manejable.
"Este es mi truco para salir del paso", dice con una sonrisa, mientras invita a las lectoras y usuarias de redes a compartir el suyo. "Si es mejor, por favor, coméntame", señala.
Y es que la vida, más aún cuando se trata de una familia numerosa, no consiste en buscar la perfección ni de aparentarla, sino de hacer funcionar la rutina.