
El 21 de marzo se conmemora el Día Internacional contra la Discriminación Racial
La generación del desánimo: devolvamos la ilusión a los jóvenes para romper la tendencia de voto
Con los calendarios recién estrenados, la ONU dispone de uno repleto de fechas pensadas para llamar nuestra atención y provocar suficientes likes en las plataformas digitales. El próximo 21 de marzo se conmemora el Día Internacional contra la Discriminación Racial, fecha que la Asamblea de Naciones Unidas acordó en 1966 para rememorar los devastadores crímenes del apartheid en Sudáfrica con la intención de prevenir el racismo y la xenofobia.
Hace apenas cinco años identificaríamos estos comportamientos con personas mayores y con un exceso de tradición a sus espaldas, pero nada es lo que parece. Hoy en día, una parte muy significativa de la juventud muestra claras simpatías políticas hacia propuestas ideológicas que alteran modelos de convivencia que creíamos indiscutibles.
Una contradicción ante la cual más nos vale hacernos preguntas incómodas; necesitamos explicar qué representan para la gente joven aquellos partidos de derecha más radicales. ¿Cómo se ganan la confianza de personas que han nacido en sociedades democráticas?, ¿por qué el autoritarismo les resulta tan atractivo?
Solo en el entorno europeo y, especialmente, con edades comprendidas entre los 18 y los 24 años, empatizan a favor de grupos políticos de ultraderecha, los cuales expresan un denominador común: el rechazo a la migración.
El mapa de las elecciones en 2022 es rotundo. En las calles de Francia, un 30% simpatizaron con Rassemblement National; en Italia, Fratelli d'Italia ha recabado un 25% de apoyos; mientras que en España, los representantes de VOX recaudaron, en las últimas elecciones de 2023, entre un 15 y un 20% del voto joven hasta la edad de 30 años. La misma tendencia la encontramos en países de la Europa Central (Alemania y Austria) y en Escandinavia, sin olvidar el abultado porcentaje de adhesión en Hungría, que contó con el 40% del voto joven.
¿Qué les ofrecen las formaciones políticas más radicales? Para empezar, eligen mensajes muy sencillos. Se simpatice o no con ellos, todo el mundo es capaz de entender lo que están diciendo. Mientras en los despachos de los altos cargos proliferan textos de tácticas de comunicación política para orientarles sobre cómo llegar a la opinión pública, los líderes de la ultraderecha no necesitan salvoconductos, son expertos en apelar a contenidos emocionales muy potentes.
Por ejemplo, la vindicación del sentimiento de pertenencia logra excelentes resultados. Es una sensación que se aprende desde la infancia. Hasta llevamos nuestros apellidos para que se sepa de quiénes somos. El problema se agrava cuando estas identificaciones levantan fronteras y se apunta la diferencia entre nosotros y los otros.
El pulso se acelera con respecto a los que vienen de fuera. La etiqueta es directa: "Nos invaden". Y las consecuencias se repiten en los medios, o bien restan opciones de ayuda, o crean inseguridad. Ante estas sensaciones es inútil recurrir a los datos, por más fiables que estos sean, la percepción mayoritaria es la de un trato injusto.
"Antes se le da trabajo a un extranjero que uno de aquí", un perjuicio que ya parece un hecho probado. Tampoco sirve recordar el Real Decreto 557/2011 que regula todos los documentos que una persona extranjera debe presentar si quiere trabajar: empadronamiento o permiso de residencia, entre otros requisitos. Pero es imposible exponer argumentos en las telegráficas redes sociales, que son el principal acceso a la información de la gente menor de 30 años.
El terminal móvil es el canal preferente para todo tipo de interacción social y personal; en España su uso es masivo, entre un 80% y un 90% (Redes sociales y hábitos de consumo informativo de los jóvenes españoles 2021-2023). Las redes recrean una ficción a la medida, se eligen grupos y temas.
Frente a la gris normalidad del entorno, los personajes temerarios se convierten en héroes. Un nombre propio, Alvise Pérez que, sin integrarse en ninguna lista electoral, logró ser miembro del Parlamento Europeo, apostó por una campaña electoral totalmente virtual, su extravagante perfil captó la atención de la comunidad digital. Sabía muy bien a quién dirigirse y, sobre todo, cómo hacerlo.
Todas las generaciones, ahora etiquetadas con las letras del alfabeto para datar la fecha de nacimiento, tienen en común la ilusión de autosuficiencia, las ganas de impugnar las costumbres, pero solo aquellos que dispongan de una buena renta familiar podrán acumular oportunidades de emancipación.
En nuestro país, las familias invierten un promedio del 30% de sus ingresos en la educación de sus hijos e hijas para promover un itinerario de empleo. Sin embargo, y a pesar del respaldo económico, la tasa de paro juvenil en el último trimestre de 2024 es de un 26,84%, según datos de la EPA (Encuesta de Población Activa).
Las expectativas no cumplidas son el pasto de la indignación. Y esta no se canaliza a base de medidas puntuales: alquiler joven, ayudas a los estudios. Sometidos a continuos contratos temporales, donde las empresas les prefieren en régimen de autónomos, han de financiarse la seguridad social y, aun cotizando, nadie garantiza su derecho a la jubilación. Una interminable carrera de obstáculos.
En el último informe sobre la soledad no deseada, tres de cada cuatro jóvenes dicen sentirse aislados, un 79%. Pero también estoy convencida de que su lucha contra el desánimo es el detonante de su extraordinaria -y espontánea- solidaridad para quienes estén luchando por sobrevivir; basta pensar en la DANA de Valencia.
Con tal dosis de incertidumbre en su vida cotidiana, es lógico que les sorprenda la exhibición del poder, el discurso de la ira, líderes capaces de señalar a nuevos enemigos: extranjeros, feministas, menores no acompañados o ecologistas; cada uno, a su manera, sirve para explicar su malestar.
Romper una tendencia de voto requiere involucrar a la gente joven en la toma de decisiones de los poderes políticos; eso sí, buscando innovadoras formas de participación, con nuevos lenguajes y contenidos; los necesitamos en primera línea para diseñar un espacio público que evite la regresión de derechos humanos. Porque de su interlocución depende nuestra convivencia.