Jóvenes participando en un retiro Effetá en Málaga.

Jóvenes participando en un retiro Effetá en Málaga. Effetá

Vivir La cantera periodística de la UMA

El boom de retiros espirituales 'secretos' para jóvenes como Effetá: carteles de Jesús y música de Chayanne

Acercarse a la religión es más cómodo y divertido si se hace en grupo y están de moda encuentros para jóvenes de 18 a 25 años.

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Victoria Coronas
Publicada
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Lunes, 8:45. Abre Instagram para ver las stories de sus amigos. Una rutina más interiorizada que la clásica de desayunar e ir a la universidad. Vídeo de @juanitocs34 el sábado de fiesta en el centro; @luciquiya01 está escuchando Gran Vía de Quevedo y Aitana; @cr.istina comió ayer con sus abuelos en Nerja. El perro de @julianconde03 está cada día más grande; vaya fotón el del viaje de @nuuuri14lop a Laponia; qué bonito altar el que ha subido @meryyy. Espera, ¿un altar?

Sí, un altar. Una iglesia, un versículo de la Biblia, un trono de Semana Santa. Una cita de Jesucristo, una oración. Jóvenes dando saltos, altavoces por los aires, pancartas con letreros donde se lee «Effetá, abrir el corazón». Los feeds de las redes de muchos jóvenes están empezando a cambiar. Ya no es —solo— fiesta y diversión. Ahora las creencias, religiosidades y fe también son publicables.

Igual que el fútbol o los viajes forman parte de la vida de muchos y deciden subirlo, la religión lo hace de la mía. ¿Quéhay de malo en que lo comparta?

Lucía rezó antes de hablar, aprendió el padrenuestro antes que el abecedario. Conoció a los apóstoles antes que a sus compañeros de clase. Le brillan los ojos, redondos y marrones. La religión para ella es más que un estilo de vida, es un todo. Es más que una guía, es el camino.

Brota la religión en las redes. Si las hojas del árbol crecen es porque ha echado raíces, y el agua ha calado. Si la cultura cristiana de tantos jóvenes está inundando internet es porque la fe les ha permeado. Una fe explosiva que impacta, sin nadie saber por qué, más que nunca.

Una misa en un retiro de Effetá en Málaga.

Una misa en un retiro de Effetá en Málaga. Effetá

La sociedad candente obliga día tras día a tomar partido. Todo se decanta entre blanco o negro, bien o mal, sí o no. Y cada vez hay más jóvenes que dicen «sí» a la fe. Deciden creer, pero no se quedan ahí. Van un paso más allá. Vivir la fe como una experiencia compartida enriquece a cada creyente, haciéndoles la vida indudablemente más fácil.

¿Cuán feliz se puede hacer a ese amigo acompañándole al fútbol o escuchando la canción que no deja de recomendar? Caminantes —quienes lo hacen— y servidores —quienes acompañan y ayudan— lo comparan con la fe: la religión, al igual que las aficiones, mejora al compartirla.

Compartir la religión… ¿Cómo? Los florecientes retiros espirituales se están convirtiendo en el hijo pródigo de las alternativas: Bartimeo, Effetá, Emaús… Cada uno tiene un rango de edad diferente, pero un objetivo común: vivir la fe en comunidad con la meta de hacer el proceso de creer más llevadero.

Chaleco, pantalones chinos y camisa en primavera; Barbour y jersey de pico en invierno. La cara visible de los caminantes y servidores de estos retiros sí que obliga a muchos a pensar que el público de Effetá —y otros grupos católicos— se dibuja dentro de una realidad social más que abocetada: subrayada y contorneada.

La burbuja se crea cuando todos soplan por el pompero. No crece. Ni se expande ni se dilata. Tampoco se espera que lo haga. Es la coartada perfecta para todos los que no quieren hacer el retiro ni dar explicaciones. Algunos pocos levantan el dedo, la persiguen y tratan de explotarla. Si la única manera de pincharla es cruzando el país, habrá que hacerlo.

María tiene 20 años. Jaime también. María es de Málaga. Jaime también. María estudia en Pamplona. Una vez más, Jaime también. Ambos son creyentes, con sus más y sus menos. Viven su cotidianidad en torno al dios al que le confiesan cada avinagrado pensamiento que les escuece la mente. Al que piden perdón cuando se sienten culpables aun sin saber por qué y en el que buscan un sentido por el que cada mañana toman café y le escriben un «Buenos días» a sus padres. Como ellos, tantos de su ambiente.

Intentamos romper con el patrón común. Esto va dirigido a todos.

Así habló el padre Guillermo. Él es probablemente la figura más respetada —y conocida— en El Limonar. Párroco más que párroco, volcado en los jóvenes y en los pequeños de los colegios vecinos a la parroquia de San Miguel de Miramar. Un cura cercano, moderno y actualizado, como una red social. No le gusta, le «supera», frunce el ceño y ríe irónicamente cuando habla de los ambientes muy cerrados y lo incoherentes que pueden llegar a ser si se dan en grupos católicos. Subraya católicos.

Recapitulando. María y Jaime. Dos malagueños adoptados por Pamplona. Viven la fe desde pequeños. Iban a misa antes de saber lo que era. Ambos tenían amigos que habían caminado —hecho— en Effetá. Ambos querían hacerlo. Jaime lo hizo en la misma Pamplona, donde conocía a muy poca gente con la que pudiera coincidir. Pero María decidió salir aún más y hacerlo en La Rioja.

Jóvenes participando en un retiro espiritual de Effetá en Málaga.

Jóvenes participando en un retiro espiritual de Effetá en Málaga. Effetá

Mi reto era abrirme con completos desconocidos —cuenta ella.

En Málaga es otra historia —distingue él.

Misma pregunta, distintas personas. Misma experiencia, distintas ciudades. Misma conclusión en distintos espacios. Ambos llegan por caminos diversos a un mismo punto. Cada uno se lleva su aprendizaje. Hacerlo rodeado de gente de la que solo conoce el nombre, con quién sale y dónde estudió condiciona y obliga al caminante a luchar contra prejuicios y rumores, a menudo sin fundamento.

Fundamento que sí que tienen en ocasiones las críticas que recibe Effetá. O quizás no lo tengan, pero distan de ser una locura. Secretismo, sectarismo, fanatismoIsmos varios que copan las críticas hacia este tipo de retiro. Porque no todo son buenas reseñas. Ni todas las críticas vienen de ateos exacerbados movidos por el odio hacia la religión.

José compartió la religión en clase durante diecisiete años en distintos colegios de Málaga, todos ellos católicos. En mitad de su adolescencia —tiene ahora 21 años—, cambió la sobrepelliz de monaguillo por el pasotismo absoluto y la negación más rotunda de la fe. Encontró el equilibrio en campos de trabajo, donde durante varios veranos ejerció de voluntario.

El voluntariado. Una manera intensa de vivir la fe para muchos. José es un joven inquieto —no solo mental y espiritualmente—. Decidió ayudar a niños que podían estar tan perdidos como él lo estuvo convirtiéndose en monitor de catequesis. Desde ese punto de vista, se desprende del miedo a criticar —sin ánimo de ofender— como un día se desprendió del incensario:

El perfil del caminante es el de gente que no piensa por sí misma y que tiene pánico a no creer —refunfuña, mientras cambia con coraje la canción de Extremoduro.

¿Es siempre así? ¿Todas las personas que participan en el retiro lo hacen, en su totalidad y exclusivamente, por miedo?

Yo pensaba que los drogaban —confiesa Eduardo, otro adolescente que caminó en Effetá el año pasado, dibujando en su cara una sonrisa traviesa y culpable en la misma medida.

Y ahí que te metiste —remata Lucía. Todos los amigos ríen en el salón. El humor es el arma que les queda para combatir las diferencias entre quienes han hecho el retiro y quienes no.

Risas y buen rollo. Así son los jóvenes y puede que esa sea la clave de un grupo como Effetá, «de jóvenes, para jóvenes», —entre 18 y 25 años—. Hay tantas razones para participar como para creer —o no—. Miedo, curiosidad, intriga, desconocimiento, vacíos por llenar, o búsqueda del sentimiento de pertenencia. Todos caminan por el mismo retiro, aunque lleguen por motivos y senderos diferentes.

Senderos diferentes que solo ellos saben a dónde conducen. Del funcionamiento interno del retiro no se habla una vez concluye. El secreto es el envoltorio del regalo. Mantiene la sorpresa. Así lo cuentan quienes lo hacen. Una gran regalo tan envuelto que no deja ni intuir qué puede haber en el interior. Un misterio que dispara los niveles de intriga que genera. Los caminantes guardan como secreto de Estado cada una de las actividades que realizan a lo largo del fin de semana.

Pero sin contrato de confidencialidad. El secreto es amor hacia quienes aún no han tenido esa suerte. Al menos así lo justifica Lucía repanchigada en el sofá, mientras busca de manera casi desesperada la manera de contarlo para convencer a sus amigos de que lo hagan.

Podría ser marketing, pero no lo usan así —, apostilla María, aclarando dudas a todos sus amigos.

El bajón post-Effetá es equiparable a la vuelta al cole después de vivir el mejor verano de la historia. Pero volver a la cotidianidad, en palabras del padre Guillermo, es no dejarlo todo en la emoción. Esta es solo el punto de partida. La meta después de un fin de semana renovador es alcanzar el equilibrio entre lo aprendido, lo sentido y lo que queda por sentir.

Effetá es, innegablemente, una nueva forma de vivir la fe. Un encuentro que acaba al ritmo de Chayanne y con carteles con la imagen de Jesús. Oxitocina por las nubes, euforia incontrolada —e incontrolable. Effetá es, sin duda, un prisma mundial donde cada relato perfila un vértice diferente. Un solo retiro para cientos de historias. Ahora, también, para cientos de stories.

Victoria Coronas es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.