Catalina II de Rusia, en una imagen.

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Beber vino de Málaga es cosa de clásicos: su huella en los libros de Dostoievski, Salgari y Stendhal

Los grandes genios de la literatura universal mencionaron los caldos autóctonos en sus novelas. Incluso se cuenta que los padres de la constitución norteamericana los tomaban a menudo.

27 diciembre, 2021 05:00
Málaga

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Eurípides, Dante, Cervantes, Lorca, Hemingway, Ortega y Gasset. El vino ha inspirado infinitas reflexiones acerca de sus maravillosas cualidades y efectos en quien lo toma. La bebida de los dioses también es cosa de clásicos. En concreto, el vino de Málaga ha dejado su huella en los libros de Dostoievski, Salgari y Stendhal. Los genios de la literatura universal mencionaron los caldos autóctonos en sus novelas.

¿Cuándo y por qué ocurre? Miguel de Gálvez y Gallardo, el tercero de los hermanos Gálvez de Macharaviaya, fue quien abrió al mercado ruso los vinos de Málaga. Numerosas fuentes aseguran que siendo embajador en 1741 ante Catalina II obsequió a la Zarina con 48 cajas de vino dulce de su tierra y ella, entusiasmada, eximió de aranceles un año a las mencionadas bebidas que llegaran a su imperio.

Esto explicaría por qué aparece el delicioso néctar en las mesas rusas, como atestiguan varios testimonios literarios. Uno de ellos se puede encontrar buceando en una de las novelas más desconocidas de Fiódor Dostoievski, Stepanchikovo y sus moradores. La comedia breve, publicada en 1859, está ambientada en una aldea rural y su protagonista, el antihéroe Fomá, pone patas arriba la vida de la aldea.

Fomá llega a pedir "un poquito de Málaga". "Es poco probable que tengamos", le dice el tío mirando inquieto a Praskovia Ilínichna. La hija del coronel Yegor Ilich Rostaniev, otro de los personajes, le contesta que quedan cuatro botellas enteras. "¡Se le antoja málaga! Tuvo que pedir un vino que casi nadie bebe. ¿Quién bebe málaga hoy a no ser un canalla como él?", comenta enfurruñado el vecino de Yegor, Bajchéiev.

El italiano Emilio Salgari en Los últimos filibusteros, quinto y último libro del ciclo de Piratas del Caribe, también menciona la ambrosía malagueña. Uno de los oficiales del relato de aventuras vacía un vaso de Málaga que "le haría flojear la cabeza" al principio de la novela. 

Al limpiarse con la manga dice a sus alabarderos con fiereza en la página 30: "Al cumplir con nuestro deber; a llevarle al marqués el hombre que reclama, sea vivo o muerto. Bebed también y, con ánimo, veamos qué asa en la cueva de esta taberna. ¡Por Dios, que somos gente de armas!". 

Un poco más adelante los personajes "tomaron una luz, bajaron a la cueva y dieron en el recipiente grande capaz de contener cuatro hombres y escoltado por pipas menores de Jerez, Alicante y Málaga". 

Henri Beyle, más conocido por su pseudónimo Stendhal, también alude al rico vino de la provincia en la novela Rojo y negro donde cuenta las peripecias del soberbio Julián Sorel. El relato, inspirado en hechos reales y publicado en 1830, relata cómo este rebelde plebeyo se verá sometido al cruel yugo de este mundo dominado por las jerarquías, el dinero y el clero. En uno de sus capítulos, aparece el obispo de Besançon, al que le traen pastas y vino de Málaga.

Thomas Sydenham, el Hipócrates inglés, comercializó una de las más famosas mezclas de opio y alcohol (llamado láudano) en el siglo XV y usaba como ingrediente especial el vino de Málaga. También se cuenta que los padres de la constitución norteamericana, los Sons of Liberty, lo tomaban a diario. Y tiene sentido: el malagueño Bernardo de Gálvez, gobernador de Luisiana, tenía relación con ellos y su cuñado Luis de Unzaga y Amézaga, otro de los administradores españoles en América, también (además de intercambiar correspondencia).

Aquella fantasía terminó en 1878, un año negro para el vino de Málaga debido a la plaga de la filoxera. Prácticamente desaparecieron esos extensos viñedos que cubrían tantas zonas de la provincia. "En otras regiones de Europa, con el empleo del pie americano se recuperaron progresivamente los cultivos, pero no fue el caso de Málaga. Los grandes vinos de postre del mundo sufrieron una caída en la demanda en los albores del siglo XX, por lo que la producción de ellos se volvió residual", cuenta M. Medina en el blog Gastronomíaatope.