El omnipresente buscador Google dispone de una herramienta de gran utilidad (Google alerts) para quienes desean conocer si en la web se publican novedades sobre un asunto determinado.
Este sistema de alertas puede servir para quienes gestionan la reputación de una empresa, para quienes desean conocer el impacto de una campaña publicitaria o el recorrido de una noticia, o para cualquiera interesado en hacer un seguimiento cómodo y automático de cualquier asunto de su incumbencia.
El caso es que hace unos años me di de alta en este servicio y con frecuencia recibo avisos de noticias de otras partes del mundo en las que sale mi nombre, Enrique Benítez. Quitando las noticias semanales del club de baloncesto onubense que se llama igual que yo, y del que me he hecho seguidor acérrimo pese a sus altibajos, tengo que decir que algunas alertas son divertidas, otras me sorprenden, y en ocasiones he descubierto a personajes de la política hispanoamericana muy propensos a las apariciones mediáticas y las declaraciones un tanto extemporáneas.
Mi admirado Jorge Semprún escribió un gran libro sobre su experiencia en Buchenwald (Viviré con su nombre, morirá con el mío), en el que narraba el intercambio de identidad y papeles con otro preso fallecido, una suplantación necesaria para garantizar su propia supervivencia. Mi situación no tiene nada que ver, claro, pero ese descubrimiento fortuito de otras vidas al mismo tiempo ajenas y homónimas no deja de resultar tan curioso como paradójico.
Entre los primeros ejemplos, los divertidos, citaré la noticia publicada por el mexicano Diario Cambio a finales de 2023, en la que denunciaba una borrachera masiva de los estudiantes del Instituto Normal Enrique Benítez aprovechando una excursión.
La noticia, que causó una pequeña conmoción en la comunidad local, iba acompañada de numerosas fotos tomadas con los teléfonos móviles -esa red global de espionaje casero y voluntario-, en las que se podían ver a chavales inconscientes con botellas vacías aún entre las manos.
Hay unos versos de José María Fonollosa que dicen: “yo quiero que te sientas tan inútil / como un vaso sin whisky entre las manos”, pero juraría que aquellos adolescentes no habían leído al poeta catalán, aunque bien que habían llevado a la práctica el espíritu de sus versos. Compartí la noticia con mis sobrinos más fiesteros y sobra decir que se montó un gran cachondeo familiar a costa de la coincidencia del nombre del instituto mexicano con el de su tío benefactor. Nos reímos bastante.
Un episodio más literario tuvo que ver con la permanente publicación en las alertas de Google de noticias referidas a Luis Enrique Benítez Ojeda, político mexicano de cierto rango, al que le llevo siguiendo la pista a distancia desde hace varios años.
No es la política de ese país un dechado de virtudes, en general, pero el bueno de Luis Enrique no ha hecho más que darme disgustos, desde su peculiar perspectiva de la noble acción política.
Vinculado históricamente al PRI, al Partido Revolucionario Institucional que gobernó México durante casi toda su historia, este político de Durango, congresista estatal y federal, acaba de abandonar el PRI para pasarse a MORENA, el partido fundado por López Obrador y que actualmente gobierna el país.
Todo un escándalo que ha enfurecido a sus antiguos votantes y a quienes se preguntan qué hace un tránsfuga en el Movimiento de Regeneración Nacional, que es lo que significa el acrónimo MORENA.
Lo más inquietante es que este diputado, de repente, comenzó a interesarse por los temas por los que yo salía en algunos medios. Durante tres años escribí una columna semanal en el grupo Prensa Ibérica sobre el mundo digital, sus riesgos y amenazas, y de la noche a la mañana mi homónimo mexicano comenzó a hacer declaraciones públicas sobre estos temas, a anunciar iniciativas legislativas.
Aquello daba para un relato de autoficción en el que dos personas de distintos continentes se acaban convirtiendo en los personajes que no son pero que protagonizan sus respectivas alertas de Google. Por suerte para mí, parece que la ambición política de mi sosias nominal mexicano ha cubierto una etapa cambiando de partido, y confío en dejar de ver por un tiempo noticias sobre sus movimientos y andanzas. Y si esta columna le llega a su alerta de Google, espero que la lea y que sea consecuente.
Desde hace poco tiempo ha irrumpido otro Enrique Benítez en mi móvil, por el mismo sistema. Se trataría ahora del ministro del interior de Paraguay, que ha sido llamado por la bancada democrática del congreso tras la violenta represión de las protestas de los jóvenes de la Generación Z, muy activos en muchos países del mundo, desde Nepal a Marruecos, pasando por Paraguay y otras zonas.
Esta noticia tiene más enjundia, pues la falsa alarma mezclaba los nombres del ministro Enrique Riera y del comandante de la policía nacional Carlos Benítez, homónimo de mi hermano, que ya es casualidad.
Ya puestos, prefiero coincidir con un ministro a hacerlo con un comandante, que uno tiene sus preferencias civiles. Los nostálgicos de la Revolución cubana podrían quizás preferir la otra opción, que tiene su mística.
Pero no deja de ser curiosa esta oleada de descubrimientos gracias a un sistema de alertas que me avisa en 19 de cada 20 casos de noticias o acontecimientos que nada tienen que ver conmigo, porque ya no tengo la actividad que tuve, y porque los filtros del todopoderoso buscador no parecen muy afinados.
Si están aburridos, pueden darse de alta y descubrir a otras personas en otras partes del mundo con las que comparten nombre y apellido(s). Ver qué hacen, seguir sus vidas. Salta la alerta en el móvil y nos apresuramos a mirarlo para ver si habla de nosotros, pero la decepción inicial se convierte en un ejercicio sincero de curiosidad, porque de alguna manera queremos saber más sobre esa otra persona que lleva nuestro nombre en otras latitudes y longitudes, a miles de kilómetros de distancia.
Sí, puede ser más entretenido ver Netflix, pero esto da un poco de morbo y además es gratis. Seguiremos informando.