La cumbre de líderes de la conferencia climática de la ONU comenzó con la reunión internacional número 30 en la ciudad de Belém, en la Amazonía brasileña, con la presencia de unos 60 jefes de Estado y de Gobierno.
Sí, leyeron bien: 30 reuniones… y todo sigue igual.
Humildemente, como ciudadano del mundo, creo que lo que necesitamos más que reuniones son medidas reales, tangibles y urgentes, porque el mundo tal como lo conocemos —y la vida tal como ha sido hasta hoy— está en peligro.
Sé que, ante la gran polarización actual, en la que todo es “a favor o en contra”, “blanco o negro”, “derecha o izquierda”, “bueno o malo”, “fake o verdadero”, “esposa o amante”, “dinero bien habido o coimas”, “inteligencia humana o inteligencia artificial”, solo la primera frase, según quién la lea, puede generar apoyos o rechazos por igual.
Permítanme defraudar a todos: esto no va ni de política, ni de teorías conspiranoicas, ni de nada que no sea leer a los que saben —a quienes voy a citar textualmente—, para que puedan seguir leyendo sin prejuzgar, sin pensar que soy de este o de aquel, y sin creer que estoy a favor o en contra de fulano o mengano.
"Según el informe para este año de la ONU, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que examina cuánto deben prometer y cumplir los países para reducir los gases de efecto invernadero en la próxima ronda de Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (CDN), se necesitan reducciones del 42 % para 2030 y del 57 % para 2035, para alcanzar el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 ºC.
Si no se aumenta la ambición en estas nuevas CDN y no se empieza a cumplir inmediatamente, el mundo se encaminaría hacia un aumento de la temperatura de entre 2,6 y 3,1 ºC a lo largo de este siglo. Esto tendría consecuencias devastadoras para las personas, el planeta y las economías”.
(Fuente: ONU Medio Ambiente, Informe sobre la brecha de emisiones 2024)
Permítanme, a los que siempre le buscan el pelo a la leche y se autoproclaman portadores de la verdad absoluta, decirles que nuevamente los voy a defraudar.
Soy un poco de cada uno, porque todos tienen algo de razón, y no creo en el “todos”. Ni en que “estos son los buenos” ni en que “aquellos son los malos”.
Porque todos, y me incluyo, somos buenos y malos alguna vez, según con quién y para qué.
Y nadie puede tirar la primera piedra… ni yo, ni tú, ni aquel.
Pero, en un momento en que estamos “infoxicados” de noticias reales en medios veraces y de noticias falsas de influencers “fake” en redes sociales, tendríamos que tener al menos una regla común para medir las cosas.
Así como existen leyes orgánicas, leyes ordinarias, leyes autonómicas, leyes de bases, decretos ley y leyes universales, nos guste o no, estemos de acuerdo o no, la ONU la conforman 193 Estados miembros, además de 2 Estados observadores permanentes: la Santa Sede y el Estado de Palestina.
Por eso, en vez de criticarnos o apoyarnos, de estar a favor o en contra, lo importante es que cada uno de nosotros sea responsable por la parte que le toca, intentando ser respetuosos con nosotros mismos, con los otros y con el planeta.
Se piense como se piense, se vote a quien se vote, seamos del color de piel que seamos, vivamos donde vivamos y nos guste lo que nos guste.
Acabo de escribir este artículo sin ayuda de la IA, y se los comparto porque estoy preocupado por el presente y por el futuro —tanto de los que hoy estamos como de los que vienen detrás nuestro—. Y me gustaría reflexionar sobre la salud de la única casa común que tenemos a día de hoy: la Tierra, que está en cuidados intensivos.
Porque si seguimos negando lo innegable y peleando batallas que no solo no conducen a nada, sino que además nos desgastan y nos restan energía vital para enfrentar el verdadero problema —que es universal y transversal a todos—, estamos perdidos.
Los aumentos de temperatura han producido más de 16.500 muertes este año.
Las lluvias descontroladas, en forma de DANA, han causado otros miles de muertes en todo el mundo.
Y, a las pérdidas humanas irreparables, tenemos que sumar los miles y millones de euros, dólares o yenes que pagamos los contribuyentes en impuestos y que luego se utilizan para “reconstruir” esos desastres, algunos naturales, claro está, y otros provocados por los gases de efecto invernadero, como está comprobado.
Y si encima hay que pagar la factura de todo el aparato político reunido en Brasil, más la ingente cantidad de CO₂ producida para seguir escribiendo en papel mojado mientras todo sigue igual —o peor—, más que pelearnos, tenemos que unirnos.
A los países, las autonomías, las provincias, las ciudades y los pueblos los gobiernan personas de carne y hueso, que yo sepa, y son funcionarios públicos cuyo sueldo pagamos entre todos. Viven en la Tierra, salvo algunos millonarios que de vez en cuando se dan un paseíto por la “estratosfera”, y otros que pareciera que viven allí.
Pero la mayoría de los casi 9.000 millones de habitantes vivimos en esta Tierra que, o empezamos a cuidar como a nuestra propia salud, o se va al garete —o mejor dicho, a la shit (que dicho en inglés suena más “cool” y educado).
Porque nuestra supervivencia está en verdadero riesgo.
Y para peligros, ya tenemos bastante con la amenaza de la autodestrucción de la humanidad por una hipotética —¡Dios no lo quiera nunca!— tercera guerra mundial y nuclear.
El artículo era de turismo, claro está, pero si tenemos que cancelar los viajes por la “emergencia climática” actual, no hay turismo… ni hay ná de ná.