Parece mentira que una palabra tan pequeña pueda contener tanto significado y ser tan poderosa, ya lo decía Rigoberta Bandini “sin ellas no habría humanidad ni belleza”.

Desde que recibimos el primer alimento que nos hace despertar a la vida, descubrimos nuestra femineidad y el deseo sexual, aceptamos sus cambios cuando nos avisa de la llegada de una nueva vida e incluso cuando nos alerta de que algo malo está pasando. La MAMA es el oráculo que tiene todas las respuestas.

En este mes de octubre en el que estamos especialmente sensibilizados con el cáncer de mama, me gustaría contaros una historia que comienza por el final.

Iba andando por el centro de Málaga, sorteando turistas y a un ritmo acelerado, como siempre, cuando recibo una llamada de mi centro de salud. ¡Es verdad, hoy me tenían que dar los resultados de mis pruebas anuales!

De pronto freno en seco y cojo el teléfono. Nunca he tenido ningún susto en este sentido, pero si una de cada tres mujeres padecerá cáncer a lo largo de su vida, las probabilidades de que me toque son muy altas.

El caso es que hasta que no escuché la frase mágica “todo está normal” no continué mi camino, acelerado de nuevo. Porque, seamos sinceras, esto es una puñetera lotería y no sé lo que hubiera pasado si me dicen “Rocío, aquí vemos algo extraño, debes repetirte las pruebas”

Ese pensamiento lo han tenido miles de mujeres. Y también hombres, que a veces olvidamos que el cáncer de mama también afecta a los hombres en un 1%.

Entonces recordé a las mujeres más bonitas que conozco: las modelos de la Pasarela Hacia la Vida. Una iniciativa que pusimos en marcha el año pasado en la Asociación Española Contra el Cáncer de Málaga y que convirtió a diez mujeres, algunas aún en tratamiento, en protagonistas de la Pasarela Larios de 2024. Desfilaron con vestidos de alta costura de Jesús Segado, guiadas por la profesionalidad de Nueva Moda Producciones.

Recuerdo las llamadas al inicio del proyecto, sus voces temblorosas, sus dudas. “No me veo capaz”, “no tengo fuerzas”, “no me siento guapa”. Pero dieron el paso. Se apoyaron unas a otras y, de repente, lo que era miedo se transformó en orgullo.

Verlas levantar la cabeza, mirar al frente y caminar seguras fue, literalmente, presenciar la vida renaciendo sobre una pasarela.

Este año lo hemos vuelto a hacer. El escenario cambió: la explanada del Cubo, junto al Centro Pompidou, acogió la segunda edición de la Pasarela Hacia la Vida. Las diez valientes del año pasado entregaron el testigo a otras doce mujeres y a un hombre. Una representación simbólica del pequeño porcentaje masculino que también convive con esta enfermedad.

Durante los ensayos hubo de todo: bajas por tratamiento, incorporaciones de última hora, diseñadores que querían sumar su arte a la causa… Pero, sobre todo, había ilusión. Una ilusión de esas que te cura por dentro. Desfilaron al ritmo de Llegó la hora, de Manuel Carrasco, como si cada paso fuera una declaración de vida.

Verlas desfilar fue el mayor regalo. Porque el cuerpo puede enfermar, pero la mirada, la actitud y la unión pueden sanar el alma.

Todo esto se ha transformado en una hermandad donde, por ejemplo, a través de nuestro grupo de whatsapp, una de nuestras modelos ponía esta mañana una foto de la fachada de su centro de salud con un mensaje: “Ahí voy, con vuestro impulso”. Todas respondimos con corazones y brazos fuertes. Minutos después escribió: “¡Todo OK!”. Y el grupo entero respiró con ella.

La fuerza de la unión es invencible. Esa red invisible de cariño que se teje entre quienes comparten miedo, dolor y esperanza es, quizás, el mejor tratamiento posible. En estos días, especialmente después del desfile, he podido leer mensajes que me han llenado el corazón como: “Desde que me confirmaron la recaída, todo se desmoronó. Pero la pasarela me devolvió la luz, la lucha y las ganas de seguir”, “La canción de Manuel Carrasco se me metió por dentro. No marqué el paso, pero me sentí poderosa, invencible. Hacía tiempo que no sentía algo así”, “Nunca habría pensado que esta enfermedad me regalaría momentos tan bonitos como los de esa noche.”

Y entonces lo entendí.

Una mama no solo da vida: también enseña a vivir. Nos hace madres, nos hace mujeres, nos hace sexis, vulnerables, poderosas. Nos da la vida… y a veces nos la quita. Pero mientras late la esperanza, seguiremos caminando por la pasarela hacia la vida.