Es muy probable que en alguna conversación sobre inversiones financieras algún amigo comente: “no te compliques, cómprate un fondo indexado al S&P 500 y así te olvidas”.
¿Es un consejo realmente sabio? Desde luego sí lo es en la segunda parte, “no te compliques”. Esa frase recoge al vuelo lo que se llama inversión pasiva: seguir al mercado completo, dejar que el índice recoja subidas y bajadas, sin tratar de elegir ganadores específicos y sin intentar “comprar barato y vender caro”.
Frente a ello está la inversión activa, la apuesta de aquellos que creen que pueden identificar activos —acciones, sectores, países— que lo harán mejor que el promedio del mercado y, por lo tanto, obtener mejores rentabilidades. Esa es la diferencia esencial: replicar versus intentar batir.
La teoría y la evidencia académica llevan años apuntando en una dirección clara: batir al mercado de forma consistente es muy difícil. Para la gran mayoría de los inversores, la inversión activa acaba siendo menos rentable, sobre todo si tenemos en cuenta las comisiones de gestión y de transacción (tema que merece un artículo aparte, por lo complejo de entenderlas y, a veces, incluso de encontrarlas en la documentación oficial).
William Sharpe (premio Nobel de Economía en 1990) lo resumió con elegancia: todos los gestores activos en conjunto son el propio mercado; pero luego están las comisiones, los errores, los costes de transacción, los desvíos de estilo. Un fondo activo puede tener una buena racha, pero mantener esa ventaja durante décadas es otra historia.
No perdamos de vista que las comisiones de gestión muchas veces obviadas en nuestros análisis, pueden marcar la diferencia. Por ejemplo, el ETF de Vanguard que replica el S&P 500 tiene unas comisiones de alrededor del 0,07 % anual, algo casi anecdótico frente a los más del 2 % que piden algunos fondos de gestión activa.
Por cierto, estos ETFs indexados no suelen estar disponibles en la banca tradicional española, por motivos también evidentes. Si tu cartera tiene expectativas razonables de rentabilidad del 5 % al 6 % anual, esa diferencia resta muchísimo con el tiempo: hablamos de perder entre un 30 % y un 40 % de la rentabilidad acumulada.
Cuando vemos una comisión del 2 %, si conseguimos encontrarla en la letra pequeña del producto financiero, puede parecernos poca cosa, pero en realidad es mucho: se come una gran parte del beneficio.
Podríamos llegar a la conclusión de que nosotros no podemos hacerlo mejor que el mercado, pero que habrá algún gestor que sí lo consiga y que, en ese caso, estaríamos dispuestos a pagarle una comisión. Aquí es donde hay que ser conscientes de lo difícil que resulta distinguir entre suerte y habilidad, y por tanto de lo complicado que es encontrar un gestor que realmente se gane la comisión que cobra.
En su artículo “Luck versus Skill in the Cross-Section of Mutual Fund Returns” (2010), Eugene Fama y Kenneth French muestran que, para demostrar estadísticamente que un gestor bate al mercado por habilidad y no por azar, se necesitan periodos muy largos, muchísimos datos y bastante paciencia. Y aun así, la estadística no favorece la persistencia de esa habilidad.
Una prueba práctica de esta teoría la dio Warren Buffett en 2008, cuando retó a la industria de hedge funds que ninguno conseguiría superar al S&P 500 durante una década, después de comisiones. Solo un fondo aceptó. Diez años después, el índice había dejado al gestor muy atrás. Esa apuesta se ha convertido en relato emblemático para quienes defienden la gestión pasiva.
Ahora bien, está también el reciente SPIVA Report de S&P Global. En su informe más reciente para fondos de renta variable de gran capitalización de Estados Unidos, se observa que aproximadamente el 60 % de los fondos activos ligados a grandes compañías no superaron al S&P 500 en 2023, incluso antes de descontar comisiones, lo que extiende un patrón de años consecutivos de bajo rendimiento frente al índice.
Más todavía: cuando miramos horizontes largos, de 15 a 20 años, la proporción de fondos activos que quedan por debajo del índice asciende al 88-93 %, según la categoría.
Por todo ello, la inversión pasiva parece la opción más lógica para la mayoría de los inversores. No se trata de rendirse ante la complejidad del mercado, sino de reconocer que, estadísticamente, es extraordinariamente difícil vencerlo, y más aún de forma persistente.
Aun así, no conviene dejar de lado el papel de un asesor financiero. Un buen asesor puede ayudarnos a equilibrar nuestra cartera y alinearla con nuestros objetivos, además de recomendarnos el producto o activo que cumplirá mejor nuestros objetivos. Pero conviene dejarle claro que no queremos gestión activa: ni en los productos que compremos ni en intentos de adelantarse a los tiempos del mercado.
¿Y qué les queda a los gestores activos, una profesión tan lucrativa y en algunos sitios tan reconocida? Podríamos pensar que cuanta más masa se mueva hacia la gestión pasiva, más fácil podría ser que se generen ineficiencias que los gestores activos puedan explotar. Quizás sea esa la oportunidad de demostrar que, efectivamente, algunos sí son capaces de hacerlo mejor que el mercado incluso después de las comisiones. Muchos lo siguen intentando. Muy pocos lo consiguen.