Decía con frecuencia el maestro Alcántara que uno se relaciona con tres tipos de personas: amigos, conocidos y saludados. Sin embargo, cuando entramos en el mundo de la empresa y, más aún cuando se asume el liderazgo, esta clasificación no debe aplicarse.
De hecho, llevarla al ámbito profesional puede llevarnos a errores de bulto, especialmente si te condiciona en la toma de decisiones, distribución de encargos y responsabilidades teniendo en cuenta si son amigos, conocidos o saludados.
Conviene tener claro que en la empresa nos relacionamos con colaboradores con el que hay un vínculo contractual como eje de la relación profesional.
Las simpatías personales, por muy legítimas que sean, no deben interferir en el criterio profesional. Un líder no puede permitirse que sus filias o fobias nublen su capacidad de gestión. Lo contrario es una receta segura para la ineficacia y la injusticia.
Volviendo al plano personal, el otro día leía un post del profesor de Derecho Civil de la Universidad de Málaga D. Antonio José Quesada Sánchez, a quien tengo el placer de seguir en LinkedIn. Decía que sufría cada día la potestas de personas sin auctoritas, y que, por suerte, disfrutaba de la auctoritas de quienes se la han ganado.
Me sentí plenamente identificado con su reflexión y coincido con el profesor en que uno debe procurar rodearse de personas con auctoritas, que no es otra cosa que la autoridad ganada por experiencia, sabiduría, coherencia y ejemplo.
No hablo solo del saber académico, también el saber del pueblo, de la calle, de la experiencia vivida. Personas que inspiran sin imponerse. Esa es la auctoritas que busco y valoro en mi red de amigos y colaboradores.
En la Roma de Cicerón se entendía bien esta distinción. La potestas era el poder que otorga un cargo, mientras que la auctoritas era la influencia moral derivada del prestigio y la experiencia.
Como empresario y persona de vértice de mi empresa, dedico cada vez más tiempo en buscar y seleccionar profesionales que aporten, pues un equipo sólido no se construye solo con talento técnico, sino con personas que entiendan y comulguen con la misión, que sumen con su actitud, que no teman decirte lo que no quieres oír, si eso mejora el proyecto.
En definitiva, poner foco en hacer que los colaboradores con responsabilidades que aparecen en el organigrama no solo tengan la potestas o galones a la vista, además hay que perseguir que sean reconocidos por su auctoritas y, lo que es mejor, que el equipo de colaboradores los respeten por ello. Para que esto se dé, tiene que percibirse que aportan soluciones donde otros solo ven solo el problema, manteniendo la calma y dando ejemplo con hechos constatables.
Cuidado, no conviene caer en ciertos sesgos que distorsionen nuestra percepción. Uno de los más frecuentes es el efecto halo, que no es más que la tendencia a sobrevalorar a una persona por una sola cualidad positiva —como su simpatía, atractivo o seguridad— atribuyéndole, sin fundamento, otras virtudes que no hemos contrastado.
Su reverso es el llamado efecto diablo o halo inverso, que ocurre cuando una característica negativa, real o percibida, contamina injustamente nuestra visión global de alguien. Ambos fenómenos, si no se identifican a tiempo, pueden llevarnos a tomar decisiones equivocadas, y cometer el error de confiar ciegamente en quien solo brilla en apariencia, a sensu contrario, subestimar silenciosamente a quien tiene mucho que aportar.
Así pues, rodearte de gente con auctoritas es una inversión segura para tu empresa. Evitas conflictos, mejora el clima laboral y, de paso, favorece la innovación y fortalece la cultura organizacional. Las empresas con capital humano sobrada de auctoritas, ejercerán un liderazgo ético, resiliencia y mayor rentabilidad.
En mi rol de profesor de Economía de la etapa de bachillerato procuro transmitir esto cada día a mis alumnos. Con ello intento poner mi granito de arena a la hora de formar personas con conocimientos, pero sin perder la oportunidad también de formar personas con criterio, con ética, con vocación de servicio.
Personas que no solo aspiren en la vida a tener un cargo, sino que pongan interés en ganarse la auctoritas, pues de ese modo el cargo de responsabilidad llegará con seguridad. Ese es mi desiderátum cada vez que comienza un nuevo curso escolar, y esto me motiva para esperar con más ilusión si cabe a mis nuevos alumnos y alumnas.
En conclusión, aspiremos a tener a nuestro lado a personas que te aporten, pero antes debemos aprender a seleccionar y saber apartarnos de quienes restan, intoxican con la queja o se escudan en su cargo sin aportar valor.