El último domingo del mes de julio me levanto temprano. Debería ser el mejor momento del año. Acabamos de terminar la época más intensa de trabajo: el cierre del segundo trimestre, las Cuentas Anuales, el Impuesto de Sociedades.

Todo ha salido de forma precisa y puntual. Tenemos un equipo potente y sólido, y las cosas van bien, muy bien. Cada vez accedemos a mejores clientes y también a mejor talento. El futuro de nuestra firma es brillante.

Todo sería perfecto si tan solo fuera asesora fiscal.

Pero también soy empresaria.

Y eso, en España, significa que julio no es solo un mes de esfuerzo profesional, sino también de obligaciones tributarias. IVA, retenciones, Impuesto de Sociedades. Un marco fiscal que ahoga especialmente a quienes deciden emprender, reinvertir o crecer. Una realidad que asumimos con profesionalidad, pero también con cierta resignación.

En junio, Forbes publicó un informe revelador sobre el origen de las grandes fortunas en el mundo. En España, más del 60% de los grandes patrimonios actuales proceden de la herencia. Es uno de los porcentajes más altos de Europa. En cambio, en Estados Unidos, solo un 27% de las grandes fortunas son heredadas; el resto son fruto del emprendimiento, la tecnología o la innovación.

Alemania, Dinamarca o los Países Bajos presentan un equilibrio más justo entre lo heredado y lo construido. No porque se penalicen las herencias, sino porque hay un sistema que impulsa activamente a quienes crean empresas, empleos y futuro.

En esos países, la fiscalidad al emprendimiento es más ligera en las primeras etapas, existe seguridad jurídica y la administración actúa como aliada. En España, sin embargo, la presión fiscal es intensa desde el primer día y el riesgo lo asume casi siempre el emprendedor en solitario.

Esto no significa que tengamos que renunciar a un sistema fiscal redistributivo y justo, algo en lo que creo firmemente. Significa que hay que plantear cómo sostenemos el sistema sin desincentivar el esfuerzo y la iniciativa privada. Porque no se puede construir país si quien emprende siente que crecer es un riesgo sin recompensa.

Porque el futuro se construye con aquellos que se atreven a cambiar las cosas. Con lo que aún no existe, pero alguien está dispuesto a imaginar. Y eso solo ocurre cuando el entorno acompaña, tanto desde las instituciones como de la sociedad en general. El empresario no es el enemigo, es el que sostiene la economía de un país.

Afortunadamente, después del último domingo de julio viene agosto y con él las merecidas vacaciones. En unos días estaremos haciendo las maletas y el tiempo y la distancia nos permitirá resetear.

Si algo caracteriza a los emprendedores es que olvidamos pronto y no tenemos tiempo para mirar al pasado. 

Sé que esta sensación agridulce pasará y que empezaremos septiembre con la misma ilusión y la misma (y necesaria) inocencia de siempre.