Estamos a 30 de julio y en mi caso, como muchos, sigo al pie del cañón, trabajando como las buenas. Y si me paro a pensar, mi máxima ambición ahora mismo sería descansar. Tener unos días seguidos sin que suene la alarma por la mañana, una cena entre semana con amigos en cualquier chiringuito de Pedregalejo o El Palo para pedir unos espetos, un tomate “aliñao” y una caña bien fresquita.
Un buen día de playa entre semana, sin mucha gente y tiempo para leer bajo la sombrilla. O una tarde de merienda familiar a base de helado y horchata. Con cualquiera de esos planes ahora mismo sería plenamente feliz.
Y es que con la edad las prioridades cambian… y lo que ambicionas también. Hace un par de semanas me mandaron el habitual anuncio del verano de una conocida marca de cerveza y este año lo han clavado con “Lo mismo de siempre”.
El spot muestra a una pandilla de amigos que tienen claro que la felicidad está en esas pequeñas cosas: conversaciones interminables, mismas sobremesas, mismas siestas, la playa que conoces, ese pequeño caos veraniego: toallas tiesas por la sal, pelos ondulados, comer fuera de hora, calor, ventilador, ferias del pueblo, excursiones. A estas alturas de la película creo que esas son las ambiciones de muchos.
No puedo evitar que, hablando de este término, se me venga a la mente la finca del conocido torero, Jesús Janeiro. El nombre Ambiciones se lo puso por el toro con el que debutó en los ruedos pero en cierto modo la lujosa mansión también materializaba todo con lo que soñó el diestro en sus inicios.
Precisamente ahora se cumplen 35 años de la compra por parte de Jesulín: 300 hectáreas de parcela y 2000 m2 de vivienda, 10 habitaciones, sala de juegos, gimnasio, capilla… lo normal. Mientras, por aquí, los malagueños que ambicionan comprar una vivienda lo tienen complicadísimo. Pero es un tema tan delicado que necesitaríamos columnas y columnas para tratarlo.
¿Es malo ser ambicioso?
Hace unos días coincidí en un proyecto profesional con la soprano malagueña Berna Perles —si no la conocen, síganle la pista, es una gran artista además de una mujer estupenda— hablando de todo un poco me dijo una frase que me hizo pensar: “la ambición tiene techo, pero el propósito no”.
Según la RAE, la ambición es el deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama. Claro que cuando tu máxima ambición es estar de vacaciones y tomarte un arroz a banda del María después de una mañana de piscina, el término se hace más amable.
Pero es verdad que el ser ambicioso la mayoría de las veces tiene una connotación negativa. Esa ambición desmedida - que diría C. Tangana-, es un deseo tan irrefrenable que te puede hacer arrasar con lo que tengas por delante con tal de conseguir algo, en cambio con el propósito, te marcas la intención y la mantienes en el tiempo.
Como en todo en la vida, lo ideal es encontrar el equilibrio. Ambicionar con ilusión te sirve de motor, te mantiene vivo ese afán por conseguir lo que te propones. Cuando tenía 15 ó 16 años, llegó a España la serie Treinta y tantos. Los protagonistas trabajaban en una agencia de publicidad y yo estaba totalmente enganchada.
Entre sus capítulos y las veces que alquilé con mis hermanas la película Armas de mujer, mi ambición era ser una ejecutiva de cuentas agresiva, ir con vestidos bonitos pero con zapatillas de deporte, con rollito cool —con tenis de toda la vida que decimos en Málaga—, trabajar en una multinacional, viajar para asistir a alguna reunión o participar en grandes proyectos… Mi idea era: “de la UMA para el mundo”.
No sé si fue propósito o ambición. Lo que sí hubo fue muchísimo esfuerzo y, tras mi paso por Madrid, y después de 19 años como empresaria de comunicación en Málaga —y los que espero que queden por delante—, siento que lo he conseguido.
Por eso, hay que soñar en grande. Y trabajarlo.
De momento, yo voy a seguir contando los días para que empiece mi turno de vacaciones, ambicionando la calma y la cerveza fresquita, o poder ir a mis clases de yoga sin estrés, y también animando a los lectores a que se paren a pensar en sus metas, grandes o pequeñas, y busquen el camino para conseguirlas.
Sin arrasar, por favor. ¿Podría ser eso una ambición comedida?
Piensen en ese propósito y vayan a por él. A lo mejor es tan simple como apagar el móvil y mirar el mar.