Hace unos días, José Luis Córdoba, director de ESESA, me invitó a participar en los ESESA Talks sobre liderazgo femenino. Tuve el privilegio de compartir mesa con dos mujeres brillantes: Verónica Ramírez de Valle y María José Pérez Dorao, co-panelistas con trayectorias potentes, en una conversación moderada con sensibilidad y claridad por Susana Calleja Reina.

Fue un espacio inspirador, pero también un recordatorio de por qué seguimos hablando de esto. Porque la equidad no está conquistada. Y lo que no avanza, retrocede.

Según el último informe de Grant Thornton Women in Business, el porcentaje de mujeres en cargos directivos a nivel global ha disminuido por primera vez en cinco años. En 2024 representaban el 32,4%. En 2025, la cifra ha bajado al 31,6%. Puede parecer un retroceso leve. Pero en un sistema donde el progreso ha sido siempre arduo y lento, una décima menos no es un matiz: es un síntoma.

España, aunque por encima de la media europea con un 37% de mujeres en puestos de dirección —según Eurostat—, no está al margen de esta tendencia. El crecimiento se ha estancado.

En el IBEX 35, solo el 19% de las presidencias están ocupadas por mujeres. Y muchas compañías aún mantienen comités de dirección sin representación femenina. No es una cuestión de mérito. Es una cuestión de estructuras.

El contexto internacional tampoco ayuda. Los retrocesos en derechos de las mujeres en países como Irán o Afganistán, el cuestionamiento del derecho al aborto en Estados Unidos, el auge de discursos reaccionarios en Europa… todo tiene consecuencias.

Cuando se erosiona la libertad individual, también se debilita el papel de la mujer en los espacios de decisión. Es una cadena global. Y sus eslabones son cada vez más visibles.

Por eso estos foros, como los ESESA Talks, son fundamentales. No son una celebración. Son una declaración. De que existimos, de que lideramos, de que pensamos en colectivo. De que aún necesitamos espacios donde reconocernos, donde darnos fuerza y donde visibilizar los desafíos que persisten. Porque sí, seguimos rompiendo techos. Pero también seguimos recogiendo los cristales.

La igualdad real no se mide solo en presencia. Se mide en poder. En salarios. En acceso. En conciliación. En que una mujer no tenga que justificar su ambición ni disculparse por su liderazgo. Hoy, eso sigue sin estar garantizado.

Y aunque algunos crean que ya hemos recorrido suficiente camino, la realidad es otra. El tiempo, por sí solo, no corrige injusticias. Lo hacen las decisiones valientes, las políticas activas y la incomodidad constante de quienes no nos conformamos.

Quizás aún falten muchas generaciones para que podamos dejar de hablar de estos desafíos. Pero hasta que ese día llegue —y llegará— seguiremos haciéndolo. Porque lo que se nombra, existe. Y porque nosotras, como Verónica, como María José, como tantas otras, estamos aquí para quedarnos. Y para liderar.