Tengo miedo al despertar. Soy ese tipo de persona que, con el paso de los años, he encontrado una suerte de gozo en el madrugar. Los pasos prestados por el pasillo, la posibilidad de imaginar una casa nueva a pesar de que ya nada nunca será nuevo. Lo conocido, acariciado y roto están ahí para recordarnos el peso de lo vivido. Ese pacto con el silencio que sólo fractura la radio, o, el abrir y cerrar de botes y cajones. Sin embargo, este paisaje que describo no alcanza a compensar el miedo que siento desde hace semanas. Un músculo de desconfianza nunca antes experimentado.
Hay rutinas que no sabemos desprendernos de ellas, posiblemente, porque en ellas encontramos hitos desde los que poder continuar el camino. Entrar en la cocina, encender la radio, poner la cafetera. Así ha sido durante miles de días. Hasta hace poco donde el segundo paso se presenta vestido de amenaza. Ya no es sólo la evidencia de que la cosa se puede poner más fea, más hostil, más indecente. Es la certeza de que los márgenes de nuestro presente se están ampliando a través de esas tres coordenadas.
No sabemos qué sucede ante lo que sucede. Tampoco por qué hemos inclinado la balanza hacia el lado más sucio de la historia. En esa ampliación del suelo que pisamos a través de la fealdad, la hostilidad e indecencia son muchas las pieles que hemos dejado tiradas sobre la biografía de lo humano. Una de esas primeras pieles de las que nos hemos desprendido ha sido la piel de la cultura. Bien porque la hemos despreciado, bien porque hemos abusado de su poder simbólico para favorecer, en este tiempo, populismos que quieren quitarle a la humanidad todo atisbo de esperanza y verdad.
En 2025, se cumplirán cincuenta años de la muerte del dictador Franco, acontecimiento histórico que le ha servido al periodista Sergio Vila-Sanjuán para escribir 'Cultura española en democracia' (Destino, 2024), un ensayo breve sobre cómo la cultura española, primero la que emanaba de los centros de poder y, luego, la que ha marcado el pulso de la agenda pública desde la periferia, este ha sido el caso de Málaga, por ejemplo, ha servido para afianzar los valores democráticos y fortalecer los sueños y ambiciones de generaciones de españoles.
Estructurado en siete partes, partes vinculadas a décadas que llegan hasta la segunda gran crisis del siglo 21, crisis que se ha cebado muy especialmente con el sector profesional de las ICC - hay quienes se estaban recuperando cuando irrumpe la COVID-19 de la crisis acontecida en 2008- pues la economía del tejido cultural solicita de tiempo y espacio, sus procesos de recuperación son lentos y, si somos honestos, tampoco hemos tenido mucha fortuna con el desarrollo y ejecución de políticas públicas en materia cultural. En el caso de que las hubiera.
Lo que hace interesante a este libro es la mirada que arroja sobre el sentido de la cultura en la historia reciente de nuestro país y el papel tan fundamental que puede llegar a desempeñar a la hora de aglutinar identidades y generar espacios de convivencia. A esto último dedica el colofón del ensayo en el que se habla de industria creada, de nuevas profesiones y del reto tan importante que tienen los creadores y gestores de nuestro país. Si fuimos capaces de hacer nuestros los valores democráticos con el aliento de una dictadura en la nuca, ¿no vamos a ser capaces de sacudirnos complejos y exigir el lugar protagónico que la cultura ha de ocupar en nuestra sociedad?
Ya no es sólo que una sociedad culta sea una sociedad más libre y firme, más plural, sino que es una sociedad que no se presta al embargo ideológico, a la estafa ni al simulacro. Una sociedad que respira por la cultura es una sociedad consciente de sus fortalezas, que huye del ensimismamiento. "El espejo que la cultura nos brinda de nuestra sociedad y de nosotros mismos como ciudadanos, ¿nos agrada y nos convence?". Es el momento de responder a esta pregunta con una mejor cultura, especialmente, con una mejor cultura pública. Una que garantice el acceso democrático a la misma, que sea vehículo de conocimiento, que incorpore otros sentires a la conversación global. Que nos acerque a Europa en fiscalidad y presupuestos. Que sirva de suelo desde el que reconstruir sueños y esperanzas.