Esta semana se desata la locura del Black Friday, Cyber Monday y otras iniciativas de compras que parecen surgir sin cesar, alimentando la vorágine del consumismo, exhortándonos a comprar cosas que no necesitamos un carajo bajo el miedo a perdernos estupendos descuentos.

Pero el viernes negro no viene solo, sino que es la avanzadilla de las compras navideñas y los posteriores eventos comerciales: rebajas, San Valentín, días de los padres varios y un largo etcétera.

Esta dinámica parece reflejar lo que podríamos llamar un "consumo bulímico": una ansiedad por comprar hasta llegar a nuestro límite, sin importar realmente qué adquirimos, sino llenar un vacío de forma momentánea. Exactamente de la misma forma que una persona bulímica come sin mirar mucho si lo necesita o lo que come exactamente, más allá de calmar su angustia con el acto de comer.

La pregunta que surge, por tanto, es: ¿por qué caemos en esta vorágine de consumo? Las estrategias de las tiendas y la psicología del marketing juegan un papel crucial en la creación de una sensación de oportunidad imperdible, bombardeándonos con anuncios bien elaborados, campañas constantes en internet, correos electrónicos personalizados y recomendaciones que nos incitan a comprar. Sin embargo, no podemos eximirnos de responsabilidad culpando únicamente a estas estrategias. Somos nosotros quienes decidimos seguirles el juego y participar en este ciclo de consumo creciente, a pesar de que nuestro poder adquisitivo disminuya. Es crucial reflexionar sobre qué nos lleva a consumir de esta manera, entendernos a nosotros mismos y asumir la responsabilidad de nuestras elecciones.

Este afán desmedido por adquirir cosas quizás refleje un vacío existencial. La búsqueda obsesiva de un ideal estético y la constante necesidad de validación en redes sociales han desplazado valores profundos como el amor propio y las relaciones auténticas. Parece que nuestra sociedad ha optado por lo "bonito y barato", relegando lo auténtico y significativo a un segundo plano.

En la sociedad actual, llena de deshumanización y postmodernismo, tenemos mucho de lo accesorio, del lujo, y de lo superfluo pero poco de lo profundo, cálido e importante. Además, muchas personas utilizan las compras como una forma de escapar de emociones desagradables como la tristeza, la ira o la ansiedad. Sin embargo, encerrarse en el consumismo no resuelve estas emociones; enfrentarlas de frente es el camino hacia un cambio real. Concienciarnos de nuestras necesidades emocionales y no relegarlas a un rincón mientras inundamos nuestra vida con compras es esencial.

Enfrentar el dolor emocional puede resultar difícil, pero ofrece una satisfacción y nutrición interna mucho más duradera que la efímera emoción de una compra. Es una verdad profunda a la que podemos aferrarnos en momentos difíciles, brindándonos una paz interior sólida y significativa en medio de las tormentas de la vida. 

Es un trabajo duro, pues confrontar el dolor implica sentirlo, pero este sí nos sacia y nos nutre realmente, sí nos da una paz interior que quizás no sea el pequeño subidón de las compras ni la euforia de abrir el paquete, pero que es sólida y significativa: una verdad profunda, a la que siempre podremos aferrarnos cuando en nuestra vida las cosas se pongan difíciles y estemos en mitad de una tormenta de mierda.