Pocos desconocerán esta frase de Miguel de Unamuno. Muchos amigos que defienden la Innovación como palanca fundamental del “neo-regeneracionismo” que vivimos la han usado fuera de contexto y en contra de su autor. Paradójicamente, el sabio vasco, sentía la misma profunda preocupación por España y su regeneración que nosotros.

Unamuno fue siempre un libre pensador que no se casó con nadie, se enfrentó a las invenciones romántico-nostálgicas de los mitos inventados por su paisano Sabino Arana y adláteres. En su pequeña pero magistral obra Sobre la raza vasca y el vascuence un Unamuno joven, desmonta uno por uno muchos de los fundamentos inventados que sustentan al nacionalismo vasco.

No hay duda histórica alguna de que ni en navegación, ni en lo militar, ni en la siderurgia e industria pesada, naval y metalúrgica, en la producción y comercialización masiva en toda Europa de derivados de la ballena, en especial de su aceite para lámparas, ni en sus participación en los Tercios con grandes capitanes y héroes como Machín de Mungia, ni en la civilización de Hispano América ni en la Contrarreforma eclesiástica de Ignacio de Loyola, ni en la educación con la compañía de Jesús y modernamente con múltiples instituciones desde Loyola en Chicago o Sevilla a ESADE en Barcelona y Deusto, los vascos han tenido un tremendo protagonismo en la historia que compartimos. Oñate, Oquendo, Dávila, Mungia, Lezo, Javier… la lista es interminable y muy conocida.

No hizo amigos el Rector de Salamanca, que leía a la perfección latín y griego clásicos en el mundo nacionalista. Tampoco hizo amigos cuando harto de ver asesinatos y desórdenes, crímenes, iglesias ardiendo y revoluciones violentas, conocedor de los 10 millones de muertos que produjo la francesa con su secuela napoleónica, celebró que un Golpe restituyera el orden. Desde entonces no hay muchos simpatizantes de Unamuno en las filas de la izquierda.

Tampoco hizo amigos cuando vio que una ola de desorden revolucionario se resolvía con el “Viva la muerte” de Millán Astray. Algunos de sus mejores amigos depurados por sus pensamientos socialistas le llevaron a su famoso “Venceréis, pero no convenceréis”. No le quedó nadie, había sufrido destierro en Canarias antes en 1924 por plantarse con Primo de Rivera. Nuestro director malagueño Manuel Menchón nos dejó una bella película en 1977, La Isla del Viento. Su mejor biógrafo internacional Jean-Claude Rabaté, hispanista, profesor emérito de la Universidad Sorbona declaraba en noviembre de 2016 a ABC: "Unamuno no fue un revolucionario, pero mantuvo siempre un contra discurso frente al poder". Sus ataques a Alfonso XIII y a Primo de Rivera a través de artículos publicados en el extranjero provocaron el castigo de la dictadura y la reprobación de buena parte de los monárquicos.

Fue apartado del Rectorado después, murió triste, sólo y libre de no haber apoyado incondicionalmente a nadie. Amenábar más recientemente le resarce parcialmente en su película Mientras dure la Guerra. Un libre pensador que, además, por declararse no solo estudioso de nuestra literatura y cultura sino por definirse creyente y católico, tampoco convenía a los que describían el catolicismo como “la caverna”. Cuando Unamuno reconoce una crisis de fe, ya tampoco tiene simpatizantes por este lado.

Un catolicismo que nuestros amigos europeos bien se habían encargado de tachar como intolerante (aún se puede visitar en la tolerante Ámsterdam los lugares secretos y escondidos en los que los católicos perseguidos por los amigos calvinistas tenían que reunirse para el culto). La nueva religión laica ya empezaba a encumbrar a la Ciencia como el nuevo Dios y los Científicos como sus nuevos sumos Sacerdotes.

Unamuno tenía demasiados enemigos estéticos que no le habían leído. Su literatura debió ser Nobel, pero ¿quién iba a apoyar a Unamuno? Todos tenían causas contra él, los laicistas, la derecha, la izquierda, los nacionalistas, los europeístas, los católicos, los monárquicos y los republicanos ….

Lean a Unamuno por favor, no le juzguen sin entender su pensamiento complejo y que evoluciona a lo largo del tiempo, como buen intelectual, lleno de dudas, con menos certezas de las que se le presuponen. Lean su poesía, pero sobre todo entiendan que Unamuno era un gran conocedor de nuestra auténtica cultura e historia, no se tragaba aquello del atraso secular, crónico e histórico sentado en la Universidad de Salamanca, desde donde Francisco de Vitoria formula la base de los Derechos Humanos, a donde Erasmo de Rotterdam, padre del humanismo y del europeísmo, imparte clases.

Me cuesta pensar que Unamuno desconociera la obra civilizatoria en América con más de 30 universidades creadas en el todo el continente, con obras civiles como el Camino de tierra adentro, con la enorme producción de libros. No puedo saber si conocía que Newton en su primera edición de sus Principia Mathematica mencionó las matemáticas enseñadas en la escuela de Guardiamarinas de Cádiz, ni si Darwin recogió muchos de los trabajos de Félix de Azara y hasta le menciona en sus primeras obras. Tampoco puedo saber si conocía que Fidel Pages había descubierto la anestesia epidural librando primero a muchos soldados de grandes dolores y luego a millones de parturientas en todo el mundo. Sin embargo, estoy seguro de que conocía los trabajos de Santiago Ramon y Cajal, con él tenía gran amistad y admiración mutua e incluso participaron en un homenaje a Darwin en Valencia en 1909 con motivo del centenario de su nacimiento. El escritor Fernando Aramburu nos ha compartido con frecuencia citas de las “Charlas de Café” del eminente neurocientífico con reflexiones memorables: "Si tienes plena conciencia de tu valer, desprecia el remoquete de tonto trabajador con que infaliblemente tratarán rivales y envidiosos de enfriar tu entusiasmo".

Es difícil entender a Unamuno sin entender el peso que confería al estudio, la reflexión y a la confrontación de ideas la oratoria y la dialéctica. Las controversias de nuestro paisano cordobés Séneca El Viejo fueron durante siglos un manual de oratoria usado en todo el Imperio y por su relevancia seguro que Don Miguel las conocía y las dominaba. Ha sido ahora mismo, esta semana, un siglo después cuando un neurocientífico actual, Mariano Sigman, detalla en su libro El Poder de las Palabras. (Debate), cómo conversar con otros amplifica el pensamiento.

Unamuno evoluciona y cambia continuamente, en su pensamiento político también, el trabajo de Rafael Pérez de la Dehesa Política y Sociedad en el Primer Unamuno, 1894–1904 lo prueba.

Se enmarca el "que inventen ellos" en ese debate sobre la necesaria recuperación económica, moral, intelectual , social de un país que, al contrario de lo que se piensa, no pierde sus colonias, se pierde a sí mismo, se fragmenta y se rompe con la inestimable ayuda de nuestros amigos ingleses, que nos devuelven la jugada de Bernardo de Gálvez y nuestros otros amigos napoleónicos y sus instrumentos de la fragmentación Bolívar y San Martín, primero, y luego William R. Hearst y el lobby Norteamericano que nos usurpa lo que quedaba tras quedarse la mitad de nueva España (Méjico). Caen Cuba y Filipinas, con la magnífica habilidad de dos borbones para olvidar, Fernando Séptimo y su hija, que nos dejan, para colmo, guerra civil en todas partes, América y la península, con tres Guerras Carlistas que dejan el país reducido y empobrecido.

Muy recientemente Manuel Ballester ha comparado a Unamuno y su visión de la Ciencia con Husserl. "A finales del siglo XIX tiene lugar el fenómeno del cientifismo, la fe en que la ciencia va avanzando inexorablemente y que acabará por regir todos los aspectos del mundo físico y del humano. Es el tiempo de la constitución de la sociología, la psicología experimental, la pedagogía, etc. Sobre esta cuestión quizá una de las obras más lúcidas sea La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental (1936) de Edmund Husserl. Pero si Husserl formula con precisión el problema, hay autores que lo han percibido y abordado con anterioridad. Entre ellos Miguel de Unamuno (1864-1936). En Amor y pedagogía (1902) aborda Unamuno precisamente esta cuestión".

Unamuno ha sido maestro y es amigo y admirador de Ortega y Gasset, sin embargo, aprecia en Gasset la impronta de su formación alemana. El curioso puede encontrar con facilidad una obra de Emilio Salcedo muy clarificadora y detallada Unamuno y Ortega y Gasset, Diálogo entre dos Españoles (Gredos).

Ya estaba muy propagado el pensamiento del alemán luterano Max Weber que aseguraba que la cultura católica incapacitaba para el capitalismo, el emprendimiento, la asunción de riesgos, la innovación y la Ciencia. No vivió Weber para ver a Baviera, Austria, o Nord Rhein Westfallen competir y superar a muchos estados protestantes, ni para ver el ascenso de China, Korea del Sur o Israel, refutando sus tesis.

Es en ese contexto de debate sobre la ciencia y la profunda necesidad de regeneración en el que Unamuno y Ortega se revelan ante el Cientifismo, uno con un casticismo poético "muchos de los más grandes y más fecundos descubrimientos se los debemos a misterios del corazón" (Unamuno 1906), y otro con una defensa numantina de que es la Filosofía Alemana (y no el cientifismo) lo que salvaría a España. Ortega se llega a preguntar "¿por qué no ha de ser la física, y en general las «ciencias», otra cosa: por ejemplo, técnica y nada más, ¿técnica y nada menos?" (Ortega y Gasset 1937).

Nunca hubo ningún debate profundo sobre Innovación en ellos, el debate era sobre filosofía, Ciencia, valores y regeneración. Unamuno, machacado, lo hace desde la agonía como describe Michael A. Weinstein en Unamuno and the Agonies of Modernization (Cambridge 2009). El "que inventen ellos" se engloba en la refutación del cientifismo, no en el desprecio a la Innovación. No podemos descontextualizar a Unamuno ni englobarlo en el debate del concepto moderno de Innovación: hacer productos o servicios de manera distinta para crear más valor.