Con el alma encogida, asistimos estos días desde la distancia al devenir de los acontecimientos que, al otro lado de Europa, rompen decenas y decenas de almas. No hace falta estar al este, ni al sur; al norte, o al oeste: lo de Ucrania duele como propio, como si de un rincón de esos que asociamos irremediablemente a nuestra infancia se tratase.

Aprovecho aquí para hacer una reflexión al respecto de algo que, desde hace días, pasa por mi cabeza y tal vez por la de usted, lector de esta columna de jueves. ¿Nos afecta más esto, que lo que acontece en cualquiera que sea el conflicto armado en… por ejemplo, algún país de África o del sur de América? Me temo que la respuesta es que sí. Será que aquí mentamos el término Europa (ese paraguas que creemos nos ampara de toda lluvia, aunque haya quedado demostrado en más de una ocasión que tiene varillas rotas) y eso nos condiciona o, sencillamente, nos hace calibrar de forma diferente los 3.500 kilómetros que separan Málaga del punto más cercano de Ucrania.

3.500 kilómetros vienen a ser los que alejan (o acercan) a una provincia como la nuestra de un territorio del África occidental, en el que las revueltas han sido una constante durante años; donde la guerra es palabra de cabecera en la vida de sus ciudadanos. Una década desde el inicio de un conflicto que hoy se extiende por el Sahel central y que ha provocado una de las crisis más importantes en el continente vecino (sobre todo para nuestra posición), cobrándose 25.000 muertos en este periodo. Sí: los 3.500 kilómetros que nos separan de la República de Mali parecen muchos más, por el hecho de referirnos a un país africano, pero miden lo mismo que los que nos enlazan con Ucrania. ¿Reflexionamos?

Probablemente, la crisis de estas últimas semanas entre rusos y ucranianos y la posterior guerra iniciada hace ahora siete días, nos hace analizar las cosas de forma distinta. Es como si nos hubieran hablado una y otra vez del lobo, pero no quisiéramos creer que estaba rondando nuestra casa, incluso cuando enseñaba la patita por debajo del portón. “Ver para creer”, como Santo Tomás. La guerra ya está en la puerta.

Por cierto: una curiosidad sobre la guerra emprendida por Rusia y nuestra equidistancia respecto a Ucrania o Mali. ¿Sabe usted en qué territorio del Sahel ha ido ganando peso la presencia rusa en estos años? ¿Sabe dónde se cuenta que han desembarcado hace pocas fechas los mercenarios de la compañía privada Wagner (vinculada a Vladímir Putin) de la que ‘The Times’ dice que ha recibido el encargo de asesinar al presidente ucraniano Zelenski? Correcto: la República de Mali.

Málaga está al sur del sur, pero es epicentro de mucho. Una provincia como esta, que no pasa desapercibida en el mapa mundial porque supo cultivar una materia turística que nos ha hecho ser grandes, y que no es un simple lugar de vacaciones. Lo saben los que nos visitan y acaban volviendo. Lo saben los que nos conocen y terminan por instalarse. Que se lo digan, por ejemplo, a los más de 7.300 rusos censados en la provincia. Esos que, por cierto, miran estos días su tarjeta de crédito como un trozo de plástico con su nombre pero poco más, a raíz de la sanción impuesta por la Unión Europea al sistema financiero de esos hijos de Putin que, por cierto, en buena parte de los casos tienen poca culpa de lo que el zar frustrado está provocando en este lado del globo. Familias que viven a caballo entre Rusia y la Costa del Sol, que ahora ven por televisión el desmadre de su patria, ese atropello llamado guerra y, en consecuencia, sufren desde la lejanía un problema menor (comparado con las bombas) como el de la falta de liquidez tras las decisiones de estos días.

Me invade la pena. A Ucrania le invade un monstruo ruso, con cara de dictador del pasado e ideas trasnochadas. Un líder que no es tal porque sólo se representa a sí mismo y a su ombligo. Un líder es otra cosa y, a mi humilde entender, se debe parecer mucho más al presidente ucraniano, uno más de esa resistencia de colores amarillo y azul, modelo en sus discursos de estos días y verdadero ejemplo de eso que queremos de quienes nos representan.

Todo mi empuje al pueblo ucraniano. Su suerte será la de todos nosotros. El lobo está en la puerta.