Imagen aérea de la excavación arqueológica realizada en la Avenida de Andalucía.
La peste negra y el declive del arrabal musulmán de El Perchel: cómo la epidemia transformó Málaga
El proyecto de ampliación de la Casa Hermandad de la Expiración permite conocer detalles extensos del pasado de los terrenos sobre los que se asienta.
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El proyecto de ampliación de la Casa Hermandad de La Expiración, referente de la Semana Santa de Málaga, permite abrir de par en par la ventana al pasado de la ciudad.
En línea con lo que supuso la construcción del Metro a su paso por la Avenida de Andalucía, el futuro desarrollo del inmueble vanguardista incluye la obligación de realizar trabajos arqueológicos en el marco de la excavación necesaria para la ejecución de las tres plantas de aparcamiento planteadas.
La información del estudio de detalle que ya está en proceso de tramitación recoge detalles contundentes sobre la riqueza arqueológica del espacio de actuación.
En la misma se pone en valor cómo la construcción del suburbano no solo ha transformado la movilidad de la urbe, sino que ha permitido redescubrir un capítulo clave del pasado andalusí en el barrio de El Perchel.
Ahí es donde los arqueólogos han documentado los restos de un extenso arrabal islámico, una maqbara y vestigios de una muralla que siglos atrás delimitó un espacio urbano con identidad propia.
Bajo las calles de El Perchel yacía oculta una ciudad dentro de la ciudad. Las excavaciones llevadas a cabo durante los trabajos del ferrocarril urbano permitieron reconstruir con precisión una parte del pasado que había quedado relegada a crónicas antiguas y mapas incompletos: el arrabal de Attabanim.
Este arrabal se desarrolló desde el siglo X como un núcleo extramuros al oeste del río Guadalmedina, vinculado a actividades industriales y comerciales alejadas de la medina.
Su origen más antiguo se asocia a una maqbara o cementerio islámico, documentado en el entorno de la actual avenida de Andalucía, que estuvo en uso durante siglos, desde época emiral hasta el siglo XIV. Las tumbas, excavadas directamente en el suelo arenoso, carecían de ajuares, cumpliendo el rito musulmán más ortodoxo.
Excavaciones efectuadas en la zona de Albert Camus.
Durante los siglos XI y XII, el arrabal conoció un auge urbanístico impulsado por los hamudíes, los almorávides y los almohades.
En este periodo se consolidó una trama de calles que aún puede rastrearse en el actual barrio del Carmen y en elementos como la iglesia de San Pedro, que reutilizó el solar de una antigua plazuela islámica.
Las excavaciones revelan que el arrabal contaba con alfares, baños, mezquitas, madrazas y hasta una muralla propia, lo que sugiere un grado notable de autonomía urbana respecto a la medina.
El hilo perdido de la muralla
Diversas fuentes históricas, como el Libro de Repartimientos de 1490, y documentos cartográficos posteriores han permitido trazar de forma hipotética el recorrido de aquella muralla, cuya traza discurriría desde la actual iglesia de Santo Domingo, bordeando la ribera del mar entre las calles Angosta del Carmen y Arco, hasta alcanzar la iglesia del Carmen, el arroyo del Cuarto y la zona de las torres de Fonseca, para luego girar hacia el norte hasta calle Mármoles.
Aunque gran parte de estas estructuras desaparecieron con el tiempo, algunas pistas resisten el paso de los siglos: topónimos como el Callejón de las Almenas, el Callejón de las Huertas, o el parcelario recogido en el plano de Carrión de Mula, revelan huellas urbanas que podrían corresponder al antiguo cerramiento del arrabal.
De la peste a los percheles
A mediados del siglo XIV, la peste negra provocó el abandono de gran parte del arrabal. Las viviendas más alejadas del río quedaron desiertas y fueron reemplazadas por huertas.
El único sector del arrabal que permaneció ocupado hasta época cristiana fue la zona norte (Trinidad-La Puente) donde estarían ubicados los edificios públicos, articulados por alguna calle principal con su correspondiente puente y puerta de acceso a la madina.
Adentrado el siglo XV, el arrabal debía de tener un estado ruinoso, tal y como nos describen los cronistas castellanos en momentos inmediatos a la conquista en 1487. Así, por ejemplo, Hernando del Pulgar corrobora la existencia de las huertas a la vez que añade la lamentable situación de las viviendas y la muralla en general.
Estos datos, se han verificado a partir de actuaciones arqueológicas en las que se ha documentado la destrucción de gran parte del arrabal a finales del siglo XIV y durante la siguiente centuria.
Con posterioridad a la conquista cristiana, se efectuaron los repartimientos de los solares de la zona, destinados principalmente a percheles, en las zonas más próximas al mar y a anchoverías, arrimadas a las casas de huertas.
Lo más destacable de la zona fueron las instalaciones relacionadas con las pesquerías, así como la erección de diversas construcciones religiosas en 1524, que desembocaron posteriormente en la fundación e inicio de las obras junto a las Torres de Fonseca, del Convento de los Carmelitas Descalzas en 1584, que se prolongaron hasta el siglo XVII.
¿Cómo recordar lo borrado?
La transformación urbana moderna ha hecho desaparecer buena parte de este patrimonio andalusí. Sin embargo, se propone una forma de devolver su memoria al paisaje: recrear en el pavimento urbano las trazas de calles y espacios desaparecidos, como la antigua plazuela de San Pedro, integrando la historia en el día a día de vecinos y visitantes.
El arrabal de Attabanim no es solo un hallazgo arqueológico. Es una oportunidad para reconectar la ciudad con su pasado islámico y devolver al espacio público parte de su historia borrada.