Manolo y Remedios, en Canillas de Aceituno.
Cuando el cariño resiste al olvido: "El alzhéimer ha cambiado a mi mujer, pero mi amor por ella no ha variado"
La labor del familiar de un paciente de alzhéimer no es tarea sencilla. A sus 80 años, Manolo cuida de Remedios, su esposa, que casi no le recuerda. Su historia de resiliencia emociona.
Más información: Paco coge cuatro autobuses al día para visitar en la residencia al amor de su vida, que casi no le recuerda
"Toda una vida / Me estaría contigo / No me importa en qué forma / Ni dónde ni cómo / Pero junto a ti", decía la letra del bolero compuesto por el músico cubano Osvaldo Farrés en 1943, toda una oda al amor, al soportar las olas en pareja, de la mano, aunque estas a veces nos ahoguen.
A sus casi 80 años, un malagueño llamado Manolo Marín, bien podría llevar tatuada en la piel cada estrofa de Toda una vida. Lleva con su mujer, Remedios, 64 años; 53 de ellos casados. Apenas eran unos chiquillos cuando se conocieron en la feria de Canillas de Aceituno y ambos se interesaron el uno por el otro.
Desde entonces, su historia de amor les ha dado tres hijos y tres nietos a los que quieren como sus soles y una vida llena de alegría juntos. "Son lo mejor que tengo, aunque a mis dos nietos varones viven algo lejos y los veo algo menos, pero con la otra estuve comiendo ayer mismo", dice Manolo.
Sin embargo, la voz de Manolo se entrecorta al mencionar el 2020. Y no por la pandemia de la Covid-19, que nos encerró a todos en casa. Aquel año, cuando parecía que ya había pasado lo peor, Manolo empezó a detectar que Remedios comenzaba a no ser la misma. "Yo lo notaba, no coordinaba nada, estaba más torpe... Algunos médicos decían que era de los nervios, pero yo sabía que no", relata entre lágrimas el hombre.
Manolo y Remedios, en el bar.
Al final, el diagnóstico fue alzhéimer. Desde entonces, Manolo se convirtió en cuidador, compañero, enfermero y sostén. Desde hace casi seis años, organiza su vida en torno a Remedios, que ahora tiene 76. “Yo la visto, le preparo la comida, le doy las pastillas, la saco a pasear por la mañana y por la tarde. Caminar le gusta mucho y le pone contenta”, cuenta con una sonrisa.
Pero las conversaciones han desaparecido y la mujer con la que compartió 53 años de matrimonio y 11 de noviazgo se ha vuelto cada vez más ausente. No encuentra en su casa a la mujer de la que se enamoró.
“Aunque a mí es a quien más recuerda, ya son muchas veces las que pienso que no me conoce. Me mira muy seria y le pregunto: ‘¿Quién soy yo?’. Y ella me responde: ‘Pues tú’. Yo le insisto, '¿pero quién es 'tú'? Tu marido, tu novio, tu amigo...' Y no obtengo respuesta", lamenta.
Manolo reconoce que la enfermedad también les ha arrebatado parte de su vida. La pareja era una viajera incansable tras su jubilación como almacenero en Flex: recorrieron España, Italia, Grecia o los fiordos noruegos, siendo este último el viaje favorito de ambos.
Hoy apenas se mueven entre Málaga capital, donde viven desde hace medio siglo, y Canillas de Aceituno, su pueblo natal. “Canillas es nuestra desconexión. Cada jueves nos vamos allí. Damos paseos por el campo, vemos a los vecinos. Eso le viene bien, se distrae. Es como un respiro en medio de todo esto, aunque ya no quiere ni tomar café en el bar. No sé si le da corte que la vean así o qué”, explica.
Una imagen de Manolo y Remedios este verano en las fiestas del pueblo.
La dureza de la situación se refleja en su voz, aunque nunca deja de mostrar ternura tras unos ojos emocionados. Sabe que lo que está viviendo no lo aguantaría todo el mundo. Dar hasta la saciedad sin ser normalmente correspondido.
“Por mi parte nada ha cambiado desde el primer día. Yo voy a la cama, le doy un beso, y alguna vez me lo devuelve, la mayoría no. Pero aunque mi mujer casi no me reconozca, mi amor por ella no ha cambiado, eso lo tengo claro”, dice el hombre, que adora cocinar para Remedios y ver cómo su mujer disfruta mucho degustando sus platos.
Cuando se le pregunta qué consejo daría a otros que estén empezando este camino, Manolo responde sin dudar: “Paciencia. Mucha paciencia. Es lo único que queda. Y seguir dándoles muchísimo cariño, porque aunque no sepamos lo que notan o lo que no, el amor lo sienten”, dice.
Manolo y Remedios, en su pueblo de paseo.
Porque el alzhéimer podrá borrar nombres, recuerdos y hasta rostros, pero no puede con lo más profundo: el amor que permanece. Y Manolo, con su paciencia infinita, es prueba de ello. En cada paseo, en cada plato que cocina, en cada beso que da aunque no siempre reciba respuesta, sostiene lo que la enfermedad intenta arrebatar. Su vida ya no es la que era, su mujer tampoco. Pero a sus casi 80 años, sigue repitiéndose la misma promesa de aquel bolero: “Toda una vida… pero junto a ti”.