Imagen de archivo de una mesa preparada con motivos navideños. Efe
Cuando toca sentarse a la mesa con la familia, las tensiones por hacer un buen papel son de lo más comunes. Una vez al año, nos ponemos unos frente a otros, y es inevitable hacer balance, reubicarnos en la tribu, medir dónde estamos.
En estas mesas donde las recientes ausencias y las nuevas presencias marcan el ritmo, en un segundo plano toman protagonismo los roles que tenemos atribuidos desde siempre, como en un mosaico que se reaviva en cada encuentro. Tu posición en la familia está donde está, casi inamovible. Pero las estrellas que más brillan no lo hacen porque tengan el mejor lugar. Brillan porque interpretan su rol mejor que nadie.
Mira a tu alrededor: tu cuñado, tu suegra, tu hermana, cada uno con sus historias, sus manías, sus dones y, sobre todo, con su estilo. Porque cuñados cocinillas los hay en tantas mesas que ya son un cliché. Pero el tuyo es especial por cómo sabe reírse de sí mismo, con guasa insuperable y una risa que parece de personaje de dibujos animados.
Las estrellas que más brillan no lo hacen porque tengan el mejor lugar. Brillan porque interpretan su rol mejor que nadie
En todas las mesas las conversaciones sobre fútbol, tecnología, moda, cocina o viajes son tan apasionadas que parece que estemos dictando cátedra diciendo bien poco. Lo importante no es el contenido, es el tono.
El tono es la botella que contiene el afecto, la ilusión, el vínculo. Por eso, sea lo que sea lo que se cuente, suena espontáneo, fresco y cargado de calidez emocional, de voluntad de acercamiento al otro.
Y dentro de ese mosaico que vibra al unísono, hay algunas personas que calan más, que lucen más con lo que hagan, que son más carismáticas. Son personas que no hacen nada particularmente llamativo, nada especial, sino que enganchan por cómo hacen hasta lo más trivial. Y el caso es que sus claves para impactar son tan de salón como bombones dentro de la bombonera, pidiendo que tú también los saborees.
Si te fijas, los más carismáticos tienden a ser más misteriosos. Sus silencios duran más, sus pausas son densas, no se precipitan. Escuchan, sopesan y actúan evitando las reacciones viscerales, en caliente. Su mundo interior parece discernir tras escuchar con calma. Por eso su opinión adquiere valor, porque contiene una intención cincelada que la dota de elegancia, de cierta equidistancia, sin perder amabilidad.
Sea lo que sea lo que se cuente, suena espontáneo, fresco y cargado de calidez emocional, de voluntad de acercamiento al otro
Además, los carismáticos suelen fascinar porque comparten con naturalidad aspectos de sí mismos que a primera vista parecerían vetados. Hablan de miedos, de manías, de emociones, revelan su vulnerabilidad con un sosiego y una madurez que transmite seguridad, voluntad de compartir. No se les escapan imprudencias: comparten verdades, te abren su universo interior sin romper platos, sin hacer ruido.
La sensación es de tener acceso a algo profundo durante un momento, con personas que no siempre están disponibles. Y es precisamente esa entrega medida y sincera lo que pone en valor cada una de sus palabras y de sus gestos.
A veces hacer menos resulta mucho más productivo que entregarse en exceso
También regulan el humor en la sala. Como sensores de ambiente, son ellos los que marcan el ritmo, los que despiertan las ganas de abordar un tema nuevo o de revivir un clásico familiar. A veces, incluso, consiguen que la conversación arranque y despegue con comentarios muy sencillos que siguen resultando elegantes: "interesante", "qué bien", "decías". Y poco más.
No hay afán de control. El resultado —esa conversación fluida entre todos— acaba llegando sola.
Y es que a veces hacer menos resulta mucho más productivo que entregarse en exceso. Porque los mosaicos familiares tienden a moverse al ritmo del carisma con la misma eficacia con la que la luna mueve las mareas. Sin esfuerzo aparente, pero con una fuerza que lo cambia todo.
Una buena noticia para 2026 es que el carisma, con todas sus claves, está a tu disposición. No requiere un gran escenario ni un papel protagonista. Solo pide que lo incorpores desde tu silla, desde tu lugar en el mosaico. Porque brillar con luz propia no es cuestión de dónde te sientas, sino de cómo habitas tu sitio.