Regalos Navidad

Regalos Navidad

Opinión La máquina invisible

Por qué tus regalos no dan en el clavo

María Millán
Publicada

Confesémoslo: encontrar un regalo que genere un respingo en nuestros seres queridos es agobiante. Tras darle mil vueltas, acabamos comprando un par de guantes, un pijama o un perfume parecido al de hace dos años. Compras que hacen el papel, pero no trascienden.

Los regalos que se convierten en recuerdos inolvidables no son moco de pavo. Porque más allá del dinero, los regalos representan aquello a lo que le prestamos atención empujados por el afecto. Denotan una mirada que va más allá de la fachada obvia.

Los mejores regalos son los contraintuitivos. Y esto merece explicarse bien: son aquellos que, a primera vista —especialmente a ojos de terceros— parecen una elección extraña, incluso inadecuada. ¿Calzoncillos de seda para un abuelo? ¿Una cena casera que cocinas con muy buena voluntad, cuando podrías llevarle a un restaurante caro?

Pero cuando quien recibe el regalo lo abre, algo hace clic. Esos calzoncillos convierten las manías de ese abuelo neurótico en una forma de exquisitez: se sienten como aire sobre la piel. Esa cena versiona exactamente aquella que compartiste en un viaje con tu pareja, con el mismo vino, la misma música de fondo.

Son regalos que parecen equivocados hasta que resultan perfectos. Y en ese giro está toda la magia: denotan una percepción sensible, una voluntad de conexión extraordinaria. Son como un dardo emocional que va directo al corazón.

El mejor regalo no equilibra la balanza

Esos pendientes de aro que tienen justo el tamaño que te gusta. Ese abono a Spotify con una lista de canciones que son himnos de momentos vitales de tu vida. Esa carta sincera, escrita de puño y letra, que acompaña a un objeto práctico con el que la asociarás cada mañana.

Aquí hay algo profundo: regalar, en hebreo, se dice natan, un palíndromo que se lee igual en ambos sentidos. Porque regalar es una energía que va y vuelve, generando un impulso, como una subida del azúcar emocional que ambos sienten a través de la entrega. No es un acto unidireccional, sino un diálogo.

Y en ese diálogo hay una clave que casi nadie articula: el mejor regalo no equilibra la balanza. La inclina levemente a tu favor para que el otro, agradecido, tenga la oportunidad y el deseo de devolver un poco más cuando sea propicio, respetando un ritmo tácito que fluye y vigoriza el afecto. Mostrar generosidad, sí, pero sin desbordarnos.

En estas idas y venidas configuramos un diálogo de afecto y alegría real. Eso es lo importante en Navidad: no el objeto en sí, sino la energía que circula.

Así que, aunque sea más difícil de lo que parece a primera vista, regalar suele ser siempre una buena idea. Excepto los consejos. Los consejos no solicitados son el único regalo que deberías dejar empapelado en el armario, junto a ese pijama que compraste por inercia el año pasado. Porque dar consejos sin que te los pidan no es generosidad: es una molestia envuelta en papel brillante.

A menos que te los pidan explícitamente, por supuesto. Sólo entonces, entregados con la delicadeza de un regalo contraintuitivo, pueden convertirse en algo valioso.

Pero hasta ese momento, guárdalos. En el caso de los consejos, incluso si están bañados por el vino abundante de la Nochebuena, el silencio, a menudo, es el mejor regalo de todos.