Con Juan Echevarría Puig (1924-2025) se va una figura monumental cuya evocación es relevante en un escenario, el español, cuajado de sectarismo y mediocridad. Su partida deja un vacío profundo no solo en el ámbito empresarial, sino en el corazón de todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerle.

Juan no fue simplemente un líder de la industria; fue, ante todo, un caballero de la vieja escuela, un arquitecto de valores y un pilar de la comunidad. Su vida, una larguísima y fructífera existencia de 101 años es un testimonio de algo a menudo olvidado en estos tiempos: la grandeza profesional y la decencia personal no solo pueden y deben coexistir, sino que se refuerzan mutuamente para construir un legado imperecedero.

La trayectoria profesional de Juan era la expresión de su personalidad, definida por una integridad inquebrantable. Para él, la palabra dada era un contrato sagrado y la honestidad, el único cimiento posible de cualquier relación, ya fuera personal o de negocios. La ambición nunca nubló su juicio y eso le convirtió en un referente moral en un mundo, el de los negocios, donde a veces existe la tentación de buscar atajos hacia el éxito sin importar los medios. Echevarría fue siempre una antítesis de esto.

Poseía una cualidad cada vez más escasa en quienes alcanzan la cúspide: una humildad genuina. Juan nunca perdió el contacto con la realidad y jamás olvidó ni sus orígenes ni las personas que le acompañaron desde el inicio de su andadura.

Era tan generoso como agradecido. Tenía la rara habilidad de hacer sentir a cualquier interlocutor que su opinión era valiosa y respetada. Su trato afable, su sentido del humor sutil y su interés auténtico por el bienestar de los demás definieron una personalidad que irradiaba calidez y confianza.

Su verdadero impacto se materializó en la transformación del tejido industrial español

Los valores de Juan no eran meras declaraciones retóricas; eran la brújula que guiaba cada una de sus decisiones. Su valor central era el compromiso absoluto con el trabajo bien hecho y el esfuerzo constante. Creía firmemente en la meritocracia y predicaba con el ejemplo.

Esta ética laboral se complementaba con una visión de largo alcance, que se negaba a sucumbir ante los beneficios o los costes de la inmediatez. Él construía para el mañana, invirtiendo en talento, investigación y sostenibilidad, mucho antes de que estos términos se pusieran de moda.

La trayectoria de Juan es un vasto tapiz tejido con los hilos de la academia, del servicio público y de la gran industria. En todos esos campos demostró una versatilidad y una capacidad de adaptación inauditas sin traicionar jamás sus principios. Siempre comprendió con machadiano espíritu que no estaba el mañana en el ayer escrito.

Ello le permitió mantener una relación constructiva con quienes no sólo no pensaban como él, sino se ubicaban en posiciones antagónicas de su pensamiento. Su paso por la administración pública como Director General de Correos en el Primer Gobierno de la Monarquía (1975-1976) demostró su compromiso con la Transición y su habilidad para gestionar infraestructuras críticas a nivel nacional con eficiencia y visión de futuro.

Pero su verdadero impacto se materializó en la transformación del tejido industrial español. Se convirtió en una figura central en el sector automovilístico, asumiendo la presidencia de Motor Ibérica, S.A. desde la que pilotó la crucial y compleja transición de la compañía hacia su integración y modernización como Nissan Motor Ibérica, S.A. Su gestión no solo fue un hito en la historia de la industria automotriz española, sino un modelo de cómo una empresa nacional podía abrazar la globalización manteniendo la identidad y el compromiso local.

Juan dejó una profunda huella en el sector energético. Su liderazgo fue fundamental como Presidente de Fuerzas Eléctricas de Cataluña, SA (FECSA) en un período de grandes desafíos regulatorios y de consolidación empresarial en ese ámbito estratégico para la economía nacional. Su experiencia, integridad y conocimiento le llevaron a ocupar la Vicepresidencia de Endesa, una de las mayores corporaciones eléctricas del país, donde su sensatez y fueron inestimables y, en muchas ocasiones, incomprendidas.

En la etapa final de su dilatada vida profesional, dedicó su energía al mutualismo. Su presidencia de Mutua Universal (2004-2022) fue un epílogo brillante, enfocado en el bienestar de los trabajadores y en la gestión ética de los recursos, demostrando que el éxito económico debe siempre estar al servicio de las personas.

El rasgo más distintivo de su gestión en todas esas entidades fue su resiliencia. Se enfrentó a crisis económicas y a los desafíos del mercado con una calma y una determinación legendarias. Siempre optó por soluciones largoplacistas, confiando en el talento de su equipo y en la solidez financiera que había construido con una férrea disciplina.

En estos tiempos turbulentos, Juan deja un mensaje a las futuras generaciones de empresarios y de directivos: el éxito más valioso es aquel que se obtiene sin sacrificar los principios; la mejor inversión es la confianza en las personas, y la verdadera riqueza reside en la huella de bien que uno deja en el camino. Descansa en paz, admirado y querido Juan.