Mercado de comida

Mercado de comida

Opinión BLUE MONDAYS

España crece donde nadie miraba

Publicada

Durante años se ha repetido la idea de que la economía española sigue atrapada en sus viejos motores, como si turismo y ladrillo fueran destinos inevitables. Esa visión explicaba parte del pasado, pero sirve cada vez menos para describir lo que está ocurriendo.

Los datos más recientes apuntan a un cambio en la estructura productiva por la vía silenciosa de las empresas que han encontrado espacios de competitividad fuera de los tópicos habituales.

No se trata de restar mérito al turismo. Con 94 millones de visitantes en 2024 y un gasto un 37% superior al registrado en 2019, sigue siendo un pilar que sostiene miles de empleos. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, el resto de la economía avanza a mayor velocidad.

Según el Banco de España, sectores como telecomunicaciones, informática y servicios empresariales han crecido más de un 130% en la última década, mientras que las exportaciones reales de servicios no turísticos superan con holgura sus niveles previos a la pandemia. España está dejando de ser un monocultivo económico y empieza a mostrar señales de diversificación, aunque todavía frágiles.

La inflación también aporta un respiro. La combinación de una energía estabilizada, menor presión industrial y un consumo algo menos tensionado ha llevado el IPC a niveles más manejables, aunque viendo los datos publicados el pasado viernes sigue todavía por encima del objetivo del 2 % señalando uno de los límites más altos entre las economías europeas.

España encadena un periodo prolongado de fortaleza relativa, una circunstancia que pocas veces hemos sabido aprovechar

Esta moderación, unida a un crecimiento superior a la media europea, ha llevado a instituciones como Funcas a revisar al alza sus proyecciones para 2025 y 2026. España encadena un periodo prolongado de fortaleza relativa, una circunstancia que pocas veces hemos sabido aprovechar.

El mercado laboral refuerza esa lectura. Con tasas de empleo que superan las de 2008 y un aumento sustancial de la población activa, España vive un momento singular. Nada de esto oculta la persistencia de problemas estructurales como la temporalidad, la precariedad o la baja productividad, pero sí marca un punto de inflexión.

Es difícil encontrar otro momento reciente en el que hayamos logrado combinar crecimiento, empleo e inflación moderada sin apoyarnos exclusivamente en un ciclo externo favorable.

La economía real, sin embargo, sigue chocando con viejos límites. El tamaño empresarial continúa siendo una de las grandes barreras que frenan la productividad. España necesita más compañías capaces de invertir, innovar y escalar en sectores de alto valor añadido.

El crecimiento de servicios avanzados muestra el camino, pero no basta con constatar que existen; hace falta crear un entorno donde puedan multiplicarse. La regulación errática, la inseguridad jurídica y una política fiscal orientada casi exclusivamente a cubrir urgencias presupuestarias no ayudan a consolidar ese salto.

España afronta un déficit estructural que no se corrige pese a la expansión económica

Las cuentas públicas exigen una reflexión seria. España afronta un déficit estructural que no se corrige pese a la expansión económica. La deuda supera el 107% del PIB y la presión financiera comenzará a sentirse con más fuerza a medida que se normalicen los tipos.

En este contexto, confiar únicamente en el ciclo como estrategia de consolidación fiscal es una apuesta excesivamente optimista. La economía puede crecer más rápido de lo habitual, pero el margen para financiar nuevas políticas sin una revisión profunda del gasto está cerca de agotarse.

El reto consiste en transformar este buen momento en algo más que un accidente estadístico. La economía española tiene fortalezas reales, desde la capacidad exportadora hasta el dinamismo del empleo, pero también debilidades que no desaparecerán por inercia.

La clave está en construir un modelo más equilibrado, donde los sectores emergentes no sean excepciones, sino la norma, y donde la política económica actúe como un facilitador y no como una resistencia.

España lleva décadas debatiéndose entre la autocomplacencia y el pesimismo. Quizá este sea el primer momento en mucho tiempo en el que es posible escapar de ambos extremos. Hay señales de mejora que merecen ser reconocidas y desafíos estructurales que no deberían ignorarse.

El verdadero progreso consiste en saber combinar las dos cosas. Y hoy, por una vez, tenemos argumentos suficientes para sostener que el país avanza, pero también para exigir que lo haga con más ambición y menos excusas.