Fotomontaje de un proyecto de hidrógeno con autobuses londinenses y un tuc tuc
A comienzos de esta década vivimos un auténtico boom en el desarrollo de proyectos de hidrógeno verde. La receta parecía perfecta: tipos de interés en mínimos históricos, una Europa decidida a reducir su dependencia energética exterior y a gestionar el excedente intermitente de la energía solar y eólica.
En ese contexto, el hidrógeno verde emergió como la gran promesa: un vector energético limpio, versátil y alineado con la transición ecológica.
Los fondos de inversión se lanzaron a la carrera. Equipos enteros trabajaban a contrarreloj buscando oportunidades donde colocar capital. Toda empresa industrial que quisiera mantener su prestigio debía tener su proyecto de hidrógeno verde. Ser el “first mover” en esta tendencia no solo era cuestión de estrategia, sino de reputación.
Pero la realidad no tardó en aterrizar: los tipos de interés subieron hasta el 4%, los costes de financiación se dispararon y las redes eléctricas demostraron no estar preparadas para integrar la potencia necesaria. Además, faltaban offtakers dispuestos a comprar un hidrógeno que podía costar hasta tres veces más que el producido por reformado de metano (SMR).
El sector entró así en lo que Gartner llama el “valle de la desilusión”. Y, una vez más, tuvo razón. Muchos macroproyectos, concebidos para alcanzar economías de escala y reducir el LCOH (Levelized Cost of Hydrogen), quedaron en pausa antes de arrancar. Se quiso correr antes de aprender a andar.
La situación recuerda a intentar que los turistas recorran el casco histórico de Toledo —con sus callejuelas estrechas y empedradas— en un autobús londinense de dos pisos. Es imposible: el autobús se atasca en la primera esquina. Quizá la solución era empezar con algo más pequeño: tuc-tucs, o incluso a pie.
Europa y su laberinto regulatorio
Europa, fiel a su vocación de liderazgo climático, ha hecho lo que mejor sabe hacer: legislar. Directivas, Reglamentos, Comunicaciones, Estrategias, Taxonomías… una avalancha de documentos bienintencionados que deben transponerse a las legislaciones nacionales de cada Estado miembro.
Pero tanta normativa, aunque noble en su propósito, acaba ralentizando las decisiones de inversión.
Peor aún, las reglas cambian a mitad de la partida. Cuando los inversores comienzan a entender el marco del Renewable Fuels of Non-Biological Origin (RFNBO), aparece la categoría de low carbon hydrogen, o se ajusta el criterio de adicionalidad, o el de temporalidad. Europa, sin quererlo, se hace trampas a sí misma mientras otras regiones del mundo, más pragmáticas y con menos fricción administrativa, avanzan con una agilidad envidiable.
Europa quiere producir 10 millones de toneladas de hidrógeno verde e importar otras 10 para 2030. Pero surge la pregunta incómoda: ¿El producido en países como España, rica en recursos renovables, o el que venga de otras regiones donde levantar 50 km2 de paneles solares es cuestión de decisión y no de consenso?
El dilema del territorio y la participación ciudadana
En España, un proyecto de 50 km2 de paneles solares despertaría inevitable oposición social. Y, paradójicamente, bendito problema. Significa que existe una ciudadanía activa, municipios con voz y un sistema de consulta y participación que permite discutir, ajustar y adaptar los proyectos al territorio. Esa es la esencia de una transición justa.
Por supuesto, esto retrasa los plazos y complica los procesos, pero también garantiza que la transición energética sea socialmente sostenible.
El concepto de Transición Justa debería aplicarse más allá de nuestras fronteras: no basta con que las moléculas importadas cumplan los criterios técnicos del RFNBO.
También deberían cumplir estándares sociales, laborales y ambientales equivalentes a los que exigimos dentro de la Unión. De lo contrario, estaremos externalizando desigualdades mientras presumimos de neutralidad climática.
Hidrógeno verde: las tres rutas posibles
Hoy el hidrógeno renovable (RFNBO) está muy lejos de ser competitivo. Ante ello, surgen tres caminos posibles:
Esperar —una opción que, por inercia y necesidad, se descarta sola.
Subvencionar —mediante ayudas al CAPEX o Contracts for Difference (CfDs) que reduzcan el gap entre el hidrógeno verde y el gris.
Penalizar al hidrógeno gris —imponiendo cuotas o encareciendo su producción para forzar la entrada del verde.
Esta última idea gana adeptos, pero supone “pasar la patata caliente” a la Administración Europea. No hay que olvidar que los nuevos productos energéticos no solo deben mejorar el entorno ambiental, sino también el bienestar económico.
Encarecer artificialmente algo competitivo para introducir un producto aún no maduro puede generar una senda inflacionista que afecte directamente al estado de bienestar, justo cuando el objetivo es mantener la inflación en torno al 2%.
La disciplina del Project Finance
Estos proyectos, intensivos en capital, recurren al Project Finance para obtener financiación. Y, afortunadamente, eso implica rigor. Los bancos y fondos crean equipos multidisciplinares que analizan hasta el último detalle técnico, regulatorio y contractual antes de liberar fondos.
El dinero, en este contexto, tiene características casi humanas: es curioso y se acerca a investigar cuando ve una oportunidad prometedora, pero también es impaciente y temeroso.
Si percibe riesgos, huye buscando otros objetivos, y puede ser difícil que vuelva si cree que va a perder tiempo de nuevo.
Esa naturaleza obliga a que los macroproyectos estén muy bien consolidados: regulación clara, contratos sólidos y seguridad técnica, antes de que el capital fluya. Así, el dinero actúa como un filtro natural que impone orden y sensatez, evitando que se forme una burbuja que pudiera arrastrar consigo a todos los involucrados.
Del frenesí a la cordura: depurando aplicaciones
En el frenesí inicial, el hidrógeno se presentó como una solución universal, susceptible de aplicarse a casi cualquier uso energético —incluso a su combustión directa—, como si su sola adopción garantizara el éxito de la transición energética.
Hoy, los promotores y desarrolladores están centrando sus esfuerzos en usos donde el hidrógeno tiene verdadero valor añadido: procesos industriales difíciles de descarbonizar, almacenamiento de energía estacional y transporte pesado de largo recorrido.
Esta depuración permite que los macroproyectos se construyan sobre cimientos sólidos, evitando desperdicio de capital y esfuerzos en aplicaciones menos críticas.
Del valle de la desilusión a la meseta de la productividad
El hidrógeno verde tiene un presente desafiante, pero un futuro inmejorable. El reto ahora es recuperar la confianza de los inversores y recorrer el camino sin atajos, comenzando por proyectos de menor escala, más manejables y cercanos al consumidor, que sirvan de base sólida para las grandes plantas del futuro.
Algunos proyectos se han detenido, sí. Pero muchos otros siguen avanzando, ajustando tamaño y ambición, aprendiendo del proceso y consolidando la experiencia necesaria para el siguiente salto. En un mantel blanco de dos metros, tendemos a fijarnos en la gota de vino que ha caído y olvidamos que el resto del mantel sigue impecable.
Sí, Gartner, otra vez tenías razón. Te odiamos un poco por eso, pero quizá sea el precio necesario para que el hidrógeno verde deje de ser un sueño de PowerPoint y se convierta, por fin, en una realidad sostenible, coherente y justa.
*** Isaac del Moral Alonso es experto en Transición Energética