La inteligencia artificial (IA) sigue estando en boca de todos. Para bien o para mal. No hay semana en la que no haya un evento relevante sobre el futuro de la IA, su impacto económico, social, político, financiero o ético y se ha convertido probablemente en el acontecimiento tecnológico más importante del siglo.

Muchas veces se confunde a la IA con otros avances tecnológicos, como la robótica, por lo que conviene acudir a cómo se define la IA a sí misma: "un campo de la informática que se dedica a crear sistemas que normalmente requieren inteligencia humana como: aprender a partir de datos (aprendizaje automático), razonar y tomar decisiones, reconocer patrones (imágenes, sonido, texto), comprender y generar lenguaje natural y resolver problemas y adaptarse a nuevas situaciones".

Esta es la definición de sí misma que ofrece la propia ChatGPT. Dentro de la IA distinguimos como un estadio superior, la IA Generativa, un tipo de IA diseñada para crear contenido nuevo a partir de patrones aprendidos de grandes cantidades de datos. Es decir, la IA Generativa produce resultados originales, que no existían antes, aunque se basen en lo aprendido previamente.

Aparte de su atractivo técnico y teórico, ¿por qué es relevante la IA? Sin duda, por su impacto económico. Algunas fuentes, como Accenture, señalan que producirá un aumento del PIB mundial de entre 17 y 25 billones de euros (trillones americanos) de aquí a 2035, es decir, más que el total del PIB de la UE, que se sitúa actualmente en unos 18 billones.

¿En qué situación se encuentra la IA en la actualidad? Mi punto de partida es que, en las grandes revoluciones tecnológicas en el pasado, y también en esta, se pueden distinguir tres fases en su implantación:

(i) De temor o, si se quiere, de incertidumbre, por su potencial impacto destructivo, tanto en el empleo, por posible efecto sustitución, como en los salarios, porque el trabajo actual perderá valor, así como sobre el tejido empresarial, parte del cual podría desaparecer, especialmente en algunos sectores más expuestos. También se resaltan sus riesgos éticos, plagios, destrucción de propiedad intelectual, etc.

(ii) De euforia, tras los miedos iniciales, los elementos positivos quedan resaltados sobre los negativos y es la fase en la que todos quieren apostar por la nueva tecnología, aunque no sepan para qué, y cuanto más mejor. Nadie quiere “quedarse atrás” o ser señalado como que no ha sido capaz de incorporar la nueva tecnología en su proyecto empresarial o en su tejido productivo consolidado. Los riesgos y costes se ven minimizados o, simplemente, no se habla de ellos.

Esta fase de euforia suele ir acompañada por sobrevaloraciones en los mercados financieros de las principales empresas proveedoras de la nueva tecnología. Piénsese, por ejemplo, en la llamada “burbuja .com” en el año 2.000 (en el caso de España, su ejemplo paradigmático fue Terra).

(iii) De ajuste, en el que de la euforia se pasa a un crecimiento tendencial razonable y sostenido que será definido por la propia evolución tecnológica y su implantación en el agregado macroeconómico, que será más gradual y estratégico, buscando la creación de valor a largo plazo, pero internalizando los costes presentes y futuros, a la hora de llevar a cabo los procesos de implantación.

Este ajuste no tiene por qué tratarse de un pinchazo de una hipotética burbuja financiera. No sabemos si existe o no una burbuja IA, que sólo se confirmaría si se pincha. Pero su pinchazo no sería el fin de la innovación.

Al contrario de las burbujas inmobiliarias, que cuando pinchan llevan al sector a una parálisis de la actividad real (construcción, empleo) que puede durar décadas, en las burbujas tecnológicas su pinchazo podrá tener efectos financieros, sobre la riqueza de los inversores, y sobre la facilidad de financiación de los proyectos, pero no sobre la actividad real.

El crecimiento y la extensión de la nueva tecnología seguirá su curso, aunque a un ritmo más sosegado. ¿En qué fase se encuentra la IA en la actualidad? Creo que, en el escenario global, estamos claramente en la fase (ii), la de la euforia. Es posible que en España estemos algo más rezagados que otros países.

De hecho, Europa también va rezagada con respecto a EE.UU. y China. Pero no parece descabellado afirmar que también estemos entrando en la fase (ii), tanto en las opiniones de los expertos, como en la apuesta de la industria en general y de los mercados financieros.

En coherencia con la evolución secuencial de las fases señalada anteriormente, buena parte de los estudios académicos de los economistas, tanto teóricos como empíricos, se han centrado en la fase (i), y sólo más recientemente en resaltar los potenciales efectos positivos que darían paso a la fase (ii).

La fase de los temores

Con respecto a los miedos asociados a la fase (i), la evidencia es mixta. Parece que hay unanimidad en que es demasiado pronto para evaluar las consecuencias en el empleo o en los salarios. Y también ha habido una evolución dentro de esta fase. Los primeros trabajos encuentran un impacto mucho más negativo que los más recientes.

Dentro de los más negativos, Ozkan y Sullivan, de la Reserva Federal de San Luis (agosto 2025), encuentran una correlación fuerte (0,47) entre el grado de exposición a la IA y aumento del desempleo en una serie de sectores de la economía de EE.UU., cuya imagen más famosa se recoge en el Gráfico 1.

Gráfico 1.

Gráfico 1.

Los sectores más expuestos a la IA, como Matemáticas e Informática, tuvieron en 2022-25 un aumento de la tasa de desempleo de más de un punto, mientras que los servicios personales, poco expuestos (según ellos) apenas sufrieron aumento de desempleo.

Y la correlación entre grado de adopción de la IA y aumento del desempleo es incluso mayor (0,57). Pero los propios autores del estudio señalan que correlación no es causalidad, y que el análisis no tiene en cuenta muchas otras variables explicativas del desempleo. Tampoco entran en diferencias de edades o cualificación.

Yendo más atrás en el tiempo, quizás el resultado más pesimista sea el de Hui, Reshef y Zou, de la Universidad de Washington y de NYU, respectivamente (2023), que encuentran que la introducción de la IA generativa (en particular ChatGPT) provoca tanto una reducción del empleo como de los salarios de los trabajadores autónomos de muchos sectores.

Sin embargo, trabajos más recientes y más relevantes en su metodología, como el de Brynjolfsson, Chandar y Chen, de Stanford University (agosto 2025) (“el canario en la mina de carbón”), referido a EE.UU. obtienen unos resultados menos negativos, porque unos efectos se compensan con otros. Sus conclusiones son las siguientes:

  1. En trabajos expuestos a la IA ha habido una reducción del empleo de los jóvenes (ingenieros de software o servicios de atención al cliente, por ejemplo) hasta un -13%.
  2. Sin embargo, el empleo total ha seguido creciendo (aunque el de los jóvenes se ha ralentizado), porque ha compensado el aumento del empleo registrado en los sectores menos expuestos o en los trabajadores con experiencia.
  3. El empleo de los primeros entrantes ha disminuido en las actividades de IA que sustituyen (automatización) frente a las que complementan (aumentación).
  4. Hay más efectos en el nivel de empleo que en los salarios (rigideces salariales).

El hecho de que los estudios de impacto sobre el empleo se hayan hecho menos negativos señala que hemos cambiado de fase.

La fase de la euforia

El impacto negativo sobre el empleo se pone en duda o simplemente se ignora y todo el foco se sitúa en el aumento de la productividad, en los retornos de la inversión, en el potencial de creación de nuevas empresas o incluso en el bienestar de los trabajadores.

La línea argumental tiene como principal valedor al reciente Premio Nobel de Economía 2025, Phillipe Aghion, que defiende la idea schumpeteriana de la “destrucción creativa”, es decir, el impulso del crecimiento a través de la innovación.

Se trata del argumento tradicional en los modelos de crecimiento de que el progreso técnico, a través de la innovación es el motor inagotable del aumento de la productividad total de los factores y, por tanto, del crecimiento a largo plazo.

Es cierto que, más allá del argumento teórico, que comparto plenamente porque es común a todas las revoluciones tecnológicas, lo cierto es que la evidencia empírica sobre el impacto de la IA sobre la productividad es todavía escasa.

Es posible que, una parte de ese aumento de la productividad se la apropie el trabajador que, gracias a la IA, consigue hacer su tarea en mucho menos tiempo, ahorro de esfuerzo que puede dedicar a su bienestar personal, pero que no repercute en los ingresos de la empresa y, por tanto, en la productividad observada a través de la contabilidad.

Uno de los estudios más conocidos sobre el impacto de la IA sobre la productividad es el del BIS (Banco de Pagos Internacionales) de 2024, por Gambacorta, Qiu, Shan y Rees, que llevaron a cabo un experimento entre un grupo de unos 1.200 programadores. A 300 de ellos se les enseñó el uso de la herramienta de la IA y se les dio la opción de utilizarla en su trabajo. A otros 900 no se les informó sobre la herramienta ni sabían que nadie la estuviera analizando.

Los resultados se presentan en el Gráfico 2.

Grafico 2

Grafico 2

Para el grupo de los que tuvieron a su disposición la IA, su productividad aumentó un 50% con respecto al grupo que no utilizó la herramienta, lo que es un resultado sorprendentemente positivo, pero hay que tener en cuenta que se trata de una profesión muy específica, la de programadores, donde el impacto de la IA es muy alto.

Curiosamente, los trabajadores de más edad fueron más reacios a incorporar la herramienta de forma definitiva y su productividad sólo aumentó durante 2 semanas y luego volvió a caer. Por el contrario, los jóvenes fueron entusiastas con la IA y su productividad se mantuvo en un 50% por encima de los que no tuvieron acceso a la IA. Curiosamente este es el grupo de edad que, según los estudios anteriores, sufrirían más el impacto negativo sobre el empleo.

Para acompañar la fase de la euforia, una encuesta reciente de mediados de noviembre de Price Waterhouse Coopers (PWC), “Hopes and fears”, hecha a 50.000 empleados de 48 países obtiene resultados muy positivos sobre la percepción de los trabajadores con respecto a la IA: aumenta su productividad, su seguridad laboral, su remuneración y la calidad de su trabajo.

Aunque sólo se estima un uso diario de la AI generativa en el 14% de los trabajadores, estos resultados son muy positivos porque señalan que hay un grado de aceptación altísimo entre los trabajadores, lo cual es una condición necesaria, aunque no suficiente, para una rápida implantación de la IA en el tejido empresarial, especialmente complicado para las PYMES, que requieren de inversión tecnológica y formación de los trabajadores.

Otro resultado interesante del estudio de PWC es que la mayoría de los trabajadores reconocía un uso muy superior de la IA para asuntos personales que para el trabajo. Esto tendrá una ventaja, la mayor facilidad de implantación en la empresa, y un inconveniente, el riesgo de que el trabajador se apropie del incremento de la productividad y éste no repercuta en la empresa, que es la que lleva a cabo el proyecto de inversión tecnológico.

En España, quizás porque estemos algo más rezagados, apenas hemos empezado la fase de euforia y ha habido estudios de implantación/adopción de la IA más que de impacto. COTEC estima que en 2024 el 21,1% de las empresas había implantado la IA (frente al 12,4% en 2023), pero estamos lejos del 46% de implantación de EE.UU.

En la que se refiere a la implantación en las grandes áreas del mundo, resulta preocupante el retraso relativo de Europa con respecto a EE.UU. y parte de Asia (China, India, Corea del Sur). Esto es coherente con el peso relativo de las principales empresas tecnológicas, tal y como recoge el Gráfico 3, tomado de una conferencia magistral de Andrés Pedreño en la Cátedra Andersen de la Universidad Politécnica de Valencia.

Gráfico 3.

Gráfico 3.

Europa se quedará fuera de la carrera si no se pone las pilas, como, por ejemplo, siguiendo las recomendaciones de los informes de Draghi y de Letta. Este último afirmaba en una reciente entrevista: “Si Europa no actúa, acabaremos simplemente discutiendo si queremos ser una colonia china o americana”.

La fase de ajuste

Es imposible vaticinar en qué momento se terminará la euforia y se entrará en una etapa de ajuste, pero ocurrirá más tarde o más temprano. Y no sólo me refiero al posible pinchazo de la presunta burbuja financiera en la valoración de los activos de las empresas generadoras de IA.

La fase de ajuste será más general, será aquella en la que las empresas hagan un reconocimiento de los costes, que los hay, de la implantación de la IA, y las ventajas, que sin duda superarán a los costes si se actúa de forma inteligente.

Además de la inversión tecnológica y el riesgo de obsolescencia, los costes deben incluir la gestión del empleo que se haya quedado disponible por la implantación de la IA, es decir, sustituido, y que deberá ser recolocado en otras funciones de la empresa.

También puede haber un abaratamiento del precio de los servicios que ofrece la empresa, pues el cliente sabe que el coste de producción se ha reducido con la IA. En el sector industrial, probablemente este impacto será menor porque los ingresos no guardan tanta relación con los costes de producción como en el sector servicios. En la industria lo que prima es la rapidez y la calidad del producto, y en esto la IA es una gran aliada.

En todos los sectores, además, la implantación de la IA probablemente requiere de asesoramiento externo, lo cual es costoso, y en reducir outsourcing para favorecer la automatización de los procesos internos, lo cual va en dirección contraria a lo que se ha hecho en los últimos años. Por tanto, también se necesita un cambio cultural.

Para que Europa, y España, no se queden atrás, se requiere de una colaboración público-privada que abarque tanto la financiación como las facilidades para la implantación de la IA, lo que exigirá una reducción de las trabas burocráticas y un efecto demostración de los beneficios de la IA en las empresas tractoras, en particular las de defensa y las tecnológicas. Ojalá estemos a tiempo.